Ocho

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Pasamos la primera puerta

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Pasamos la primera puerta. Le muestro a Manuel la disposición del pasillo, con las puertas de acceso al garaje y al viejo local, que planeo convertir en estudio mientras no tenga un auto. Al llegar a la curva, abro la puerta de mi casa, y le enseño el pequeño patio que tengo lleno de plantas, y se sorprende al ver que todavía me falta una puerta para entrar a casa.

—O sea, que para llegar a tu casa tenés que abrir tres puertas. Que edificación más rara.

—Usted también va a tener que abrir tres puertas, señor potencial inquilino. Sigamos.

Giro por el pasillo hasta llegar a la que sería su segunda puerta, y el patio central aparece frente a sus ojos, que se encienden al ver la parrilla de ladrillos contra la pared. Al pasar junto al juego de jardín de piedra, acaricia la mesa con una mano mientras admira el lugar embobado. Abro la que sería su tercera puerta, y ya tiene frente a él su nuevo departamento.

Mira con curiosidad la estrecha cocina, dividida del living solamente por una media pared que oficia de desayunador, y lo guío hasta la zona del baño y el dormitorio. Manuel se mueve por la vieja vivienda de papá examinando minuciosamente cada detalle, y yo lo dejo. Me hace mil preguntas, y respondo cada una de ellas. A cada minuto que pasa, se convence más y más. Finalmente, salimos al patio y nos sentamos en la mesa de piedra a conversar.

—¿Por qué no me dijiste que era amueblado? Nos hubiéramos ahorrado mucha conversación.

—¿Qué? ¿No te gusta? Sé que es medio anticuada porque acá viviá papá, que encima era militar retirado, y...

—¡Es perfecta, Liz! —me interrumpe—. ¿Por qué pensás que no quería gastar mucho en un nuevo alquiler? Porque iba a tener que comprarme muebles y demás. Acá solo traigo mis cosas, y ya estoy instalado.

—¿Eso es un sí?

—Un re sí.

—¡Genial! —me pongo de pie y corro a abrazarlo—. Ahora vamos a casa y firmamos el contrato.

—Te recuerdo que ya estás en tu casa.

—No, estamos en tu casa —enfatizo el «tu»—. Mi casa está ahí —señalo a mis espaldas—. Y estas son tus llaves.

Separo el manojo de mi llavero dos en uno, y le entrego las tres llaves a Manuel, quien las acepta con una sonrisa de satisfacción.

—Esperá... ¿Qué contrato? ¿En serio ya tenías un contrato preparado para mí?

—Contrato, mate... ¡Es lo mismo! Me refería al mate, sellemos nuestro acuerdo con unos mates. Y ya que estamos te muestro mi casa también.

El semblante de Manuel cambia considerablemente luego de ver la casa, no puede borrar la sonrisa del rostro. Evidentemente, lo que terminó por convencerlo fue encontrar el departamento amueblado. Y es que yo no se lo mencioné desde un principio, porque estoy tan acostumbrada a verlo así que pasé por alto ese pequeño gran detalle.

Entramos a mi casa, y Manny observa todo con la misma minuciosidad. Le doy permiso de que la recorra mientras yo preparo el mate, y cuando lo busco por la casa para darle el primero, lo encuentro en mi habitación, apoyado en la ventana.

—Espero que no te moleste que me haya metido a tu cuarto. Solo vine para medir la privacidad.

—¿Te preocupa que vea lo que hacés? —suelto una risa.

—No, me preocupa verte sin querer —afirma cuando me recibe el mate—. Es tu dormitorio, digamos que es la habitación más sensible después del baño.

—Si te hace sentir más cómodo, puedo comprar unas cortinas más gruesas.

—Yo te la compro, como parte del alquiler. Así también me quedo más tranquilo de que no voy a ver nada que no deba. Y hablando en serio, me parece demasiado bajo el alquiler, es muy poco que solamente te pague la mitad de las facturas. Me estás dando un departamento, un patio con parrilla, y una cochera. Dejame darte algo en efectivo, ¿sí?

—No, Manny. Un trato es un trato. Además... Ya con aceptar la oferta es suficiente para mí. Esta casa es enorme y está llena de recuerdos, tenerte acá es darle un poco más de vida. Y así evito volverme loca con tanta soledad.

—No, Liz. —Manuel toma mi mentón y lo levanta suavemente, sabe que voy a llorar—. Es muy poco. Voy a pagar el importe completo de todas las facturas, y tenés barra libre en el Larry.

—Y una caja de galletas de la fortuna por semana, para mi cocina.

—Usurera.

Sonrío, y se me escapa una de las lágrimas que contuve hace un momento, pero ahora es de felicidad. Sé que no va a ser lo mismo que tener a Tadeo y papá, que Manuel y yo tenemos horarios distintos, considerando que es un obsesivo del trabajo en el Larry. Pero va a ser una gran compañía tener a mi mejor amigo viviendo tan cerca, a un patio de distancia.

—¿Cuándo te mudas?

«Que no se note que estoy desesperada por compañía.»

—Si es por mí, hoy mismo.

—Y bueno... ¿Qué te lo impide? Ya te di la llave, andá por tus cosas y venite. Si necesitás un flete para traer algo más grande lo ves en la semana, pero ya con tu ropa es suficiente. Y por tu heladera vacía... Te invito a un asado en tu nueva parrilla, andá por lo indispensable, y ya mañana vamos al súper, que yo también tengo la heladera vacía.

—Vení conmigo, total es temprano, recién son las diez de la mañana.

—No, yo solo voy a ocupar espacio en el auto, podés traerte más cosas en el asiento del acompañante. Andá mientras yo voy a la carnicería, estoy por cumplir veinticuatro horas sin comer decentemente, así que quiero organizar bien el asadito.

—No se cómo agradecerte todo esto, Elizabeth. Gracias, en serio.

—No vuelvas a decirme Elizabeth y estamos a mano. Odio mi nombre, y lo sabés.

Manuel me abraza, deja un beso en mi frente y sale disparado hacia su auto, como un niño en Navidad corriendo hacia el árbol para ver sus regalos. Me abrazo a mí misma y me permito llorar de nuevo.

Pero esta vez, es de felicidad. Hice algo bueno por una buena persona. Es un win win.

 Es un win win

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