Dieciséis

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Si quitamos la incomodidad de Samantha, el almuerzo es muy ameno

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Si quitamos la incomodidad de Samantha, el almuerzo es muy ameno. Es bonito volver a compartir una mesa familiar después de tanto tiempo, a pesar de que no son mis familiares. Tanto Manuel, como su hermano y su madre, supieron integrarme como si fuera una más de ellos. Y más que nada, Elvira.

Como si fuera su nuera.

En todo momento conversa conmigo, y debo admitir que conectamos muy bien. Es evidente que su nuera real no le agrada, y en todo momento marca diferencia, ignorándola todo lo que le es posible.

Y no voy a negar que lo disfruto y le sigo el juego.

El sol cae, y ya está fresco para estar en el patio. A pesar de que es techado, el frío se cuela igual, y como el living de Manuel es diminuto, ofrezco pasar a mi casa para tomar una merienda.

—Ay, que linda está tu casa también, querida. ¡Y que grande!

—Demasiado grande para mí. Creo que deberíamos hacer al revés, Manny —me dirijo a él—. Yo al fondo y vos acá. Después de todo, el de la familia grande sos vos. Yo nunca recibo visitas.

—¿Y no tenés amigas? —pregunta la señorita ropa interior sexy con una pizca de malicia.

—¡Oh, sí! Ahí lo tenés —señalo a Manuel—. Bueno... No es una amiga mujer, pero es el que sabe todos mis secretos, el que me ayuda cuando no sé qué ponerme, el que cuando lo necesito deja todo lo que está haciendo para ayudarme... Y puedo seguir.

—Pero él no cuenta... Es como si vivieran juntos.

—Exacto. Por eso no tengo visitas —sonrío irónicamente.

«Lisa 1 – Samantha 0»

—¿Qué quieren? ¿Mate o café? —Manuel vuelve a percibir la tensión en el ambiente que genera su cuñada, y cambia de tema antes de que la asesine.

—Hacete unos cafecitos, Manny —sugiere Fernando—. No sabés lo que extraño tus cafés en las mañanas, chabón. Encima te llevaste la cafetera.

«Si tanto lo extrañás, no lo hubieras echado como a un perro de la noche a la mañana.»

—Obvio, fue mi primera cafetera en el Larry. Ni en pedo la iba a dejar. Ya vuelvo.

Manuel vuelve a su casa, y yo me excuso a la cocina a preparar las cosas dulces que compramos para la ocasión. Pero tengo una compañía indeseada, Samantha.

—¿Te ayudo en algo? —pregunta más por cortesía que por voluntad propia.

—No, no te preocupes. Tenés las uñas demasiado... Divinas. — No se me ocurrió otra palabra para no decirle inútil—. Es un toque nada más, ya lo llevo para allá.

Samantha se queda observando lo que hago, claramente quiere preguntarme algo y no encuentra la manera adecuada para no obtener una respuesta sarcástica de mi parte.

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