Nueve

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—Manny

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—Manny... Deberías haberte puesto una parrilla, carajo —hablo con la boca llena de choripán—. Es el mejor asado que probé en mucho tiempo.

—Ya lo sabía —responde con falsa soberbia.

Sin dudas, este asado, sumado a la media docena de donas que me trajo del Larry al volver para que pudiera comer algo mientras él se instalaba, dejan contento a mi estómago.

Ah. Y también hizo el primer pago de su alquiler en galletas de la fortuna.

Ya es casi medianoche y esta vez ninguno tiene apuros por volver a su casa. La conversación se extiende por horas, sentados en el juego de jardín del nuevo patio de Manuel, quien me hace mil preguntas más sobre la casa y el barrio.

—¿Veo mal o tenés una terraza también?

—Claro, ¿o acaso viste alguna soga en tu patio o en el mío?

Touché —responde mientras me apunta con el dedo.

—Te muestro, la escalera está en mi patio.

Dejamos las cervezas sobre la mesa, y nos levantamos rumbo a mi casa. Abro la puerta y lo guío por la pequeña escalera hacia la terraza.

—Linda vista... —reza apoyándose en la baranda—. No es muy alto, pero está lindo.

—Y ahí está la soga —señalo sobre mi cabeza.

—Ahora que lo pienso... Voy a tener que lavar mi ropa a mano, o llevarla a un lavadero. ¿Hay alguno por acá?

—La lavás en mi casa, no hay problema. Acordamos un día de lavado.

—¿Y cuánto me va a salir doña locataria?

—Nada... Sos mi amigo, Manny. Venís a tomarte unos mates mientras lavás. O me la dejás y yo lo hago.

La cara de Manuel hace una mueca de dolor apenas perceptible. ¿Qué dije de malo?

—De ninguna manera —responde, disimulando su semblante—. Te acepto los mates, y yo pongo algo dulce para comer.

La cara de Manny sigue extraña. Quizás es el cansancio del día, la adrenalina de haberse levantado con la incertidumbre de no encontrar un lugar para mudarse, y terminar el día en su nuevo hogar. O quizás la cerveza ya está haciendo efecto en nosotros, fue un día bastante intenso para ambos.

—Deberías descansar, Manny. Te ves agotado, hiciste muchas cosas hoy.

—Sí... Mañana no me va a levantar nadie para ir al Larry.

—Nada de Larry —lo regaño con un dedo en alto—. Tomate el día, disfrutá de tu nueva casa, terminá de acomodarte... Que José se encargue de todo.

—Está bien —sonríe mientras me clava sus ojazos azules—. Mañana te llevo al súper, ¿sí? Yo también necesito llenar la heladera.

—Dale.

Bajamos en completo silencio y volvemos al patio. Tengo una pequeña pelea con Manny, quien no me deja acomodar los restos de la cena. Pero me pongo firme, y finalmente cede. Yo no soy la que tiene cara de muerto, todavía tengo un poco más de pila.

—Lisa. —Manny me llama cuando me estoy yendo con la pila de cubiertos para lavar, me volteo—. Esa puerta no la voy a cerrar, va a estar siempre abierta para que puedas entrar cuando quieras.

Sonrío. —Ídem. Dejo mi segunda puerta abierta, para que puedas subir a la terraza cuando quieras.

—Buenas noches, Liz.

—Hasta mañana, Manny.

Vuelvo a mi casa, y me dispongo a lavar con rapidez todo lo utilizado en la cena. Me ducho, y cuando estoy a punto de ir para mi habitación, recuerdo que ya tengo disponible una caja de galletas de la fortuna en mi cocina. Me desvío, no me aguanto las ganas de abrir la primera. Abro un paquetito, y saco el pequeño papelito dentro.

Cuando llegues a la última página, cierra el libro.

No hay nada que pensar ni que investigar. Es acertado y cierto. Mi anterior vida con Tadeo y papá tuvo su página final hace dos años, y yo nunca había cerrado el libro. Tener a Manuel de inquilino, es cerrar el viejo y comprar un nuevo libro.

Me atrajo la portada. Todos los que conocen a Manuel saben que es el típico chico bien. Educado, amable, amigable, y de buena presencia. Ya con solo ver como tiene el Larry, y como lo quieren los clientes, es garantía asegurada de darse una chance de conocerlo.

En el caso de Manuel, conocer su sinopsis es un privilegio de pocos clientes. A mí no solo me dejó leer su sinopsis, sino que hasta varios capítulos extra. Incluso, algunos que pocos conocen. Es por eso que es mi mejor amigo, y es la única persona que sabe que detrás de esta fachada de humor ácido y una tonelada de sarcasmo, hay una pobre viuda tratando de rehacer su vida.

¿Me estoy arriesgando a perder una amistad por negocios? Claro que sí. Pero algo dentro me grita que Manuel es el único a quien le puedo confiar las llaves de mi casa, porque él tenía razón cuando me dijo que es casi como vivir juntos. Pero no quería admitírselo para no espantarlo. Si él, a futuro decide mudarse porque no tiene suficiente privacidad, lo aceptaré.

Pero mientras dure, tenerlo conmigo me ayudará a rehacer mi vida sin caer en un pozo depresivo. 

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