Veintinueve

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Luego de asegurarle mil veces a Manuel que podía quedarse en la casa porque definitivamente no iba a usar la cama matrimonial para un revolcón, me preparo para volver a salir con Leroy

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Luego de asegurarle mil veces a Manuel que podía quedarse en la casa porque definitivamente no iba a usar la cama matrimonial para un revolcón, me preparo para volver a salir con Leroy. Manny ya está visiblemente de mejor ánimo, y hasta se ofrece a ayudarme a escoger la ropa que me voy a poner.

Toma de mi ropero la calza engomada que utilice en el almuerzo con su familia, una camisa holgada color petróleo sin botones, y mis stilettos borgoña de punta cerrada.

Manuel aguarda en la sala hasta que esté lista, cuando termino de arreglarme voy a su encuentro. Y es evidente que no está acostumbrado a verme vestida de noche, porque su boca se abre levemente.

—¿Tan mal estoy?

—Me dan ganas de subirte a mi auto y llevarte yo a cenar. Estás preciosa, Lisa.

—Gracias.

—¿Sabes qué? Falta algo para darte el toque fatal, esperame.

Manuel sale corriendo, y vuelve al instante con su campera de cuero, esa que me prestó la noche en que me trajo a casa.

—A vos te queda mejor que a mí, tenela. Si la necesito te la pido, sé dónde vivís —bromea.

Acepto su campera y me la pongo, me queda bastante holgada, pero le da el toque que él buscaba. Es curioso, pero llevar una prenda suya me da más seguridad.

—Gracias, Manny. No sé qué haría sin vos —me abrazo a su cintura.

—Ni yo, Liz. Perdón si hoy te hice pasar un mal rato —se separa un poco para mirarme—. No es tu culpa, es mía en todo caso.

—Yo antes quería saber quién era la chica que te gustaba, pero ahora no quiero ni saber. Si la veo le arranco todos los pelos de la cabeza, no sabe lo que se pierde.

Una bocina interrumpe la escena, Leroy acaba de llegar.

—Vení conmigo —le pido con una mirada suplicante—, que vea que no estoy tan sola.

Manuel asiente con la cabeza y sale tras de mí. Un Chevrolet Classic me espera en la puerta, y curiosamente Leroy está al volante. Manuel se queda en el umbral, me despido de él con otro abrazo y se queda recostado sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados. Leroy baja mi ventanilla y lo saluda.

—Hola.

—Cuidala, porque le hacés algo a mi hermanita del corazón y te deporto.

—Tranquilo, chamo. Daría mi vida por esta mujer.

—Mas te vale que así sea —lo apunta con el dedo, pero sonríe para quitarle seriedad al asunto.

Leroy toca bocina para volver a saludar, y arranca. Lo observo de reojo para evaluar cómo le sentó el ataque sobreprotector de Manuel, pero lo noto tranquilo, seguro de sí mismo. Sin embargo, necesita hacer su comentario ya obligado.

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