Cincuenta y dos

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Es un domingo distinto

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Es un domingo distinto.

Un domingo que pasa entre besos, caricias, y recuerdos del pasado cercano. Tenemos el tiempo en nuestras manos, porque un patio divide nuestros hogares, pero resulta que ninguno de los dos quiere despegarse del otro.

—Ahora sí... ¿Me vas a contar que pasó el día que volviste con la remera manchada de sangre? —pregunto mientras le devuelvo el mate, sentada frente a él en el patio de su casa.

—Fue el peor día de mi vida —suspira pesadamente mientras se ceba un mate—. Resulta que una clienta se olvidó su tarjeta, yo la corrí hasta la calle para devolvérsela.... Y te vi besándote con Leroy.

—¿Y por qué no me confesaste lo que sentías en ese momento? —protesto mientras acaricio su mano sobre la mesa.

—Por cobarde... Porque creí que no tenía chances frente a él. Esa noche me quedé en el Larry tomando y llorando, rompí la botella contra el piso y me corté de borracho. Me ayudó Fernando, estaba tan en pedo que tuve que pedirle ayuda y vino a buscarme.

—La chica del mensaje ese día... ¿Era yo?

—Siempre fuiste vos, esa clienta... Hablaba de vos, y mamá lo sabía el día que vino acá, le pedí que no dijera nada. Le mostré fotos tuyas, le hablé mucho de vos. Por eso te aceptaba, porque según ella, era la primera vez que me veía tan enamorado.

—Pero vos dijiste que siempre te espantó las novias —pienso en vos alta mientras recibo el mate—, ¿por qué no hizo lo mismo conmigo?

—En realidad, ese domingo venía medio a la defensiva. Después me dijo que apenas te vio, notó que vos también estabas media enamorada de mí. Pero que todavía no te dabas cuenta, me pidió que tuviera paciencia, y fue lo que hice.

Rodeo la mesa y me siento junto a él, lo abrazo por la cintura y apoyo la cabeza en su hombro. Tengo muchísimas preguntas más, pero solo una me quema.

—Anoche me dijiste que ya sabías que te amaba. ¿Cómo supiste algo que ni yo misma sabía?

—Porque me lo dijiste vos —me reincorporo y lo observo curiosa—. La noche que dormimos en el Larry, el día del beso en la Costanera... No fue uno, fueron dos besos. Volviste a besarme cuando te acosté en la cama, se me escapó un «Te amo», y me respondiste un «Yo también».

—Juro que no me acuerdo de eso —susurro.

—Lo sé. Estabas muy borracha, y los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Por eso me quedé tranquilo, porque sabía que lo tuyo con Leroy tenía fecha de vencimiento.

Lo beso para que no vea que comienzan a salir lágrimas de mis ojos. Este hombre esperó pacientemente por mí esos cuatro meses que perdí el tiempo con Leroy, y no solo eso. Aguardó pacientemente casi tres años a que yo me enamorara de él, o al menos, a que me diera cuenta de que siempre estuve enamorada de él.

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