Siete

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Manuel no habla

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Manuel no habla. No emite sonido después de que le propuse alquilarle el departamento de mi papá. Se lo está pensando porque no es lo que él quería en cuanto a cercanía al Larry, pero entre volver a la casa materna o independizarse, es la opción más rentable.

—Liz... ¿Estás segura de esto? Por lo que me contás de la estructura de tu casa, sería como vivir juntos.

—Parece, pero no. Okey, la puerta de la calle es la misma, pero ya después le pegás hasta el fondo por el pasillo y estás en tu casa. Yo vivo adelante, y vos en el fondo —explico, gesticulando con mis manos sobre la mesa del Larry.

—Y compartiríamos el patio del medio... —sopesa en voz alta, con la mirada perdida.

—Técnicamente sería tuyo. Yo tengo el mío en el frente de la casita de adelante. Aunque no te voy a mentir, la ventana de mi cuarto da a tu patio. Pero yo no tendría acceso a tu vivienda.

—A menos que saltes por la ventana a invadir mi propiedad privada —bromea.

—¡Exacto! ¿Ves? Esa marcada de territorio la voy a tomar como un sí.

—No sé, Lisa... Es más lejos de lo que tenía pensado, pero es más cerca que mudarme a lo de mi vieja. ¿Y cuánto me vas a cobrar? Porque también tengo que ver si está a mi alcance.

Palmeo mi cara mentalmente por la frustración. Manuel no tiene problemas económicos, al Larry le va bien, y hasta tengo entendido que tiene un pequeño guardado en el banco, como parte de su herencia paterna. No entiendo por qué su presupuesto es tan acotado a la hora de buscar un alquiler. Respiro y le digo mi precio.

—En principio, solo te pediría que me ayudes a compartir los impuestos. Como ese departamentito es parte de la casa y éramos familia, nunca hicimos divisiones de servicios. Me conformo con que dividamos las cuentas, y arregles las pequeñeces que tiene. Entenderás que, como vos decís, es casi como vivir juntos. No puedo meter a un desconocido ahí, y vos sos mi mejor amigo. Te conozco desde hace dos años, puedo alquilarte ese departamento porque sé que no vas irrumpir por la ventana de mi cuarto como un psicópata en el medio de la noche a acuchillarme mientras duermo.

Manuel ríe por mi ocurrencia, se lo está pensando seriamente y lo dejo analizar mi propuesta. Revuelve pacientemente su expreso largo, mientras yo bebo mi capuchino. Suspira con pesadez, y se tira hacia atrás en el sillón semicircular de mi mesa preferida. Lo sigue evaluando, porque refriega las manos en su rostro.

—Podría tomarlo como opción, me da tiempo a encontrar otro departamento, si es que se me hace muy tedioso el viaje en auto. Y ni hablar de lo que voy a empezar a gastar en nafta.

—¡Manuel! —Me exaspera que sea tan tacaño—. ¿Podés dejar de ser tan rata? Tenés más guita que yo, y aun así no veo la hora de tener mi propio auto para poder moverme con comodidad —suspiro mientras me arrepiento de lo que dije. Por suerte, Manuel ríe con mi sincericidio—. Vamos a hacer una cosa, vamos a casa, te muestro el departamentito, y si te gusta, tenemos un trato. Pero no digas nada hasta no haberlo visto.

—Hecho.

Sin perder más tiempo, nos levantamos de la mesa, y luego de que Manny le dé indicaciones a José, su encargado de confianza, partimos hacia mi casa. El viaje venía en completo silencio, hasta que a Manuel se le ocurre preguntarme por qué le ofrecí el departamento.

—Me lo dijo tu galleta de la fortuna —respondo con seriedad.

—¿Es joda, Lisa?

—¡No! Es en serio. La de ayer me decía algo de que estaba en el lugar perfecto para llegar desde aquí. Y ahí me cayó la ficha. No hablaba de mí, hablaba de vos. Vos estas en el lugar perfecto, que sería mi casa, para llegar desde aquí... ¡Mi casa! —reitero con seguridad—. ¡Y tiene razón! Mi casa es perfecta, vivo a una cuadra de la estación de Banfield, a una de Pavón... Le pegás todo derecho por Pavón, el puente Pueyrredón, 9 de Julio... ¡Y llegaste al Larry!

—No sé, Liz... No te apures que todavía lo estoy evaluando, ya te dije que es mucho en nafta para ir y venir todos los días.

—Bueno... —resoplo con frustración—. Te tomás el tren y el subte, la estación de Banfield está a la vuelta. O mejor, te subo el alquiler. —Manny me mira de reojo, temeroso. —Cuando coincidamos en las mañanas, me hacés de chofer. Nos vamos juntos al centro.

—Ni siquiera hicimos trato y ya me estás aumentando el alquiler, usurera.

—Solo estoy tratando de convencerlo, señor potencial inquilino.

—Con esas condiciones, ya me estoy echando para atrás.

Reímos relajados mientras Manny hace el último giro para llegar. Detiene la marcha del auto, y observa con detalle la fachada de mi casa.

—Tenés un garaje... Eso es un punto a favor. ¿Está vacío?

—¡Y sí! Si te estoy diciendo que quiero comprarme un auto. Vendí el de Tadeo cuando murió, y ahora me arrepiento de no habérmelo quedado. —Mi semblante se afloja, y Manny lo nota—. Obviamente podés guardar el auto acá. Si en algún momento me compro uno y vos todavía vivís acá, convierto el local en garaje. Y fue.

—Es un lindo barrio, muy tranquilo. Y tenés dos centros comerciales, la estación... —Manuel de a poco va reconsiderando mi oferta—. Se parece bastante a Adrogué, y me recuerda a mi infancia, jugando en la calle como una sabandija. Estoy a nada de decirte que sí, sin haber visto la casa.

—No esperemos más entonces. —Busco la llave y bajo del auto—. Bienvenido a tu potencial nuevo hogar. 

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