Treinta y cuatro

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Va a preparar un cigarrilloCon su tabaco de liarVa a ser tan dulce su amarilloTan dantesco su caprichoCuando dejemos de fumar(La Manera que Eligió Para Matarme – Tan Biónica)

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Va a preparar un cigarrillo
Con su tabaco de liar
Va a ser tan dulce su amarillo
Tan dantesco su capricho
Cuando dejemos de fumar
(La Manera que Eligió Para Matarme – Tan Biónica)

Seco su lágrima con mi pulgar, y es inevitable tener que acariciar una parte de su boca. Sus labios son tan suaves que comienzo a tentarme con darles una probada, muerdo la cara interna de mi labio inferior para acallar ese pensamiento lujurioso. Un beso entre nosotros podría arruinar dos años de amistad, ni siquiera lo podría considerar como un juego. No estoy lista para perder a Manuel, en realidad, nunca lo voy a estar.

—Estás llorando por ella, ¿no es cierto?

—¿Para qué mentirte? —sonríe con amargura, mientras toma el cigarrillo de nuevo y degusta la última pitada antes de arrojar la colilla—. Solo espero que ese bastardo la haga feliz, porque yo la veo indecisa. Si tan solo fuera más espabilada, con una mirada mía se daría cuenta de que yo por ella sería capaz de poner el mundo a sus pies, daría mi vida entera si me lo pidiera. Pero no importa. ¿Y vos? ¿En qué te quedaste pensando recién?

«En cómo se sentirían tus labios sobre los míos.»

—Nada relevante, no te preocupes.

—No... —insiste—. Tenés un brillo especial en los ojos, más bien diría... Pícaro. ¿Qué estás tramando ahora Escudero?

«La puta madre... Ahora no puedo mentir.»

—No quiero ni decirlo en voz alta por miedo a que se arruine todo entre nosotros, te juro, llega a pasar y me tiro al río.

—¿Que se arruine qué? ¿Perder el trabajo en Izibay?

—No hablo de Leroy, hablo de nosotros.

Manuel ladea la cabeza mientras frunce el ceño exageradamente, cuento hasta diez y cierro los ojos antes de soltarlo.

—Recién... —hago una pausa para ordenar una oración coherente en mi cabeza—. Tuve ganas de besarte.

Cubro mi cara con ambas manos, como si fuera una niña pequeña confesando una travesura. Mantengo la pose mientras trato de regular la respiración y los latidos acelerados, antes de que el corazón salga volando de mi pecho. Pero Manuel no emite sonido, y comienzo a desesperarme, es evidente que lo que acabo de decir ya acabó con la bonita amistad que nos une.

Miles de ideas comienzan a aparecer como flashes en mi cabeza. Manuel empacando para irse de mi casa, volver el lunes al Larry y ver como el cartelito de reservado desapareció de mi mesa mientras un camarero viene a tomar mi orden, y lo peor, ver desaparecer su foto de perfil en WhatsApp. Mis manos comienzan a humedecerse con las lágrimas que salen de mis ojos involuntariamente, hasta que siento que me toma de las muñecas y libera mi rostro.

—Lisa...

—¡Lo sé! ¡Lo sé! —llorisqueo—. Me fui a la mierda, lo sé. Acabo de arruinar nuestra amistad por una calentura de un momento. Te juro, no sé qué se me pasó por la cabeza, seguro ahora te vas a ir de...

—Shh...—me calla—. No es para tanto... Estoy acá, no me fui a ningún lado, ¿sí?

Manuel se acerca peligrosamente a mí, toma mi rostro entre sus manos, y limpia mis lágrimas con sus pulgares. Su vista oscila entre mis ojos hinchados y mi boca, se acerca hasta quedar a escasos centímetros y comienzo a temblar, literalmente.

—Manuel... No vas a...

—No. Yo no voy a hacer nada que vos no quieras —susurra—. Solo me pongo a tu entera disposición. Si querés hacerlo, adelante. Nada va a cambiar entre nosotros, los amigos no se besan, lo sé. Pero esta es tu noche políticamente incorrecta, puede quedar como un recuerdo gracioso de cuándo te pusiste en pedo con media lata de cerveza y un cigarrillo armado. Lo único a lo que me negaría rotundamente es a ser amigos con derechos, eso sí que no.

—No, no... Jamás te pediría eso. Solo... ¿Nunca se te pasó por la cabeza besarme? —inquiero con curiosidad.

Manuel baja la cabeza para ocultar una risa, mientras bufa sin soltar mi rostro.

—Navarro... —insisto, ya de mejor ánimo.

—Un par de veces, no te lo voy a negar. Sos una mujer hermosa, y yo no soy de piedra. Pero sé lo importante que es nuestra amistad para vos, por eso nunca te miré con otros ojos. Está en tus manos —se acerca un poco más a mi boca, siento su aliento golpear mis labios—. Acortá la distancia, nos sacamos las ganas y acá no pasó nada, o enterramos el asunto en el río y nos olvidamos del tema.

El tiempo se detiene mientras observo su boca, a la vez que trato de entender de dónde salió este extraño deseo de tirar al río nuestra amistad con un beso. Cierro los ojos sin levantar la cabeza, y siento que es Manuel el que acorta la distancia.

Pero su beso aterriza en mi frente.

Suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo, y comienzo a reír con ganas.

—¡Lo sabía! Sabía que no ibas a querer...

Y mi reproche nervioso queda callado cuando Manuel vuelve a tomar mi rostro y junta sus labios con los míos. Tardo unos segundos en reaccionar, cuando su boca me pide acceso se lo concedo, enredando mis dedos alrededor de su nuca. Es un beso intenso y lento, disfruto la sensación de besar a un hombre con un piercing en la lengua.

Pero sobre todo, disfruto la textura carnosa de sus labios.

Manuel es el encargado de cortar el beso, clava sus ojos azules en los míos y sonríe.

—¿Cambio algo, Escudero?

—En mí... No. ¿Y en vos, Navarro?

—Nada. Que quede como que te mostré qué se siente besar a alguien con un piercing en la lengua.

Manuel me guiña un ojo y se baja de la pared. —¿Dónde seguimos la noche políticamente incorrecta?

—No sé. —Es imposible pensar con claridad después del pedazo de beso que me dio—. Te diría de ir a tomar algo a un bar, algo de música... Pero tenés que manejar.

—Tengo una idea mejor, vení.

Subimos a su auto, conduce hasta el estacionamiento subterráneo de Obelisco y lo deja allí. Observo que pide estadía, a donde quiera que vamos nos va a ocupar el resto de la noche. Mientras, pienso qué bar hay en la zona; camino por inercia junto a Manny, hasta que se detiene en un lugar más que conocido.

Estamos frente al L'arrière-plan.

Estamos frente al L'arrière-plan

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