Treinta y cinco

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—No estarás pensando en abrir, ¿o sí?

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—No estarás pensando en abrir, ¿o sí?

—Voy a abrir, sí. Pero solo para nosotros.

Manuel abre la puerta de la persiana metálica y entra con destreza, luego, me ayuda a traspasar la pequeña puerta metálica. Aguardo a que cierre nuevamente la puerta de la persiana, y quedamos completamente a oscuras, solo alumbrados por las luces de la calle que se cuela por el ventanal superior. Manny enlaza sus dedos con los míos y me guía hasta el centro del local.

—Esperame que voy a prender las luces.

Segundos después, el Larry se enciende como un día cualquiera, pero no hay camareros, no hay clientes... Solo somos Manuel y yo en la madrugada porteña.

Luego de besarnos en la Costanera.

—¿Y cuál es tu idea?

—Esta.

Manuel saca su teléfono, y luego de un par de tecleos comienza a sonar música a un volumen considerable.

—¿Qué estás haciendo? —suelto entre risas.

—Nuestro propio boliche. Tenemos bebidas, café, postres... Y si nos quebramos, arriba está mi departamento improvisado. Acá no puedo presumirte, pero... Podemos hacer lo que se nos antoje.

—¡Boludo! Los vecinos te van a matar.

—¿Quién? ¿Los muñecos de la juguetería? ¿Los maniquíes del local de ropa? Nadie vive alrededor del Larry, mientras dejemos el local en condiciones para la apertura de mañana estamos bien. Y sino, se abrirá más tarde o no se abre.

—Estás loco, Manny —suelto entre risas.

—Loco por vos... —Manny se acerca y me señala apoyando un dedo en mi pecho—. Por tu culpa. Yo vivo por vos, por eso te pago con la misma moneda y te empujo a vivir la vida.

Nuevamente, volvemos a estar peligrosamente cerca. Manuel está visiblemente tranquilo, y yo también lo estoy por fuera. Pero por dentro, tengo un cúmulo de sensaciones encontradas, la suciedad que sentía por haberme acostado con Leroy es un poroto comparado a cómo me siento después de haber besado a Manuel.

Y temo que él se sienta igual que yo, y lo esté reprimiendo por mí.

—Manny... Sobre el beso de recién... —comienzo tímidamente, bajando la mirada—. ¿En serio no cambió nada? No me mientas, Navarro.

—Yo ya me había olvidado de eso.

Sus palabras causan una turbulencia en mi estómago, y no entiendo por qué, si acaso es lo que quería. Que ese momento en Costanera quede en el olvido, para seguir con nuestra amistad como si nunca nos hubiéramos probado la boca.

«¡Alerta! No te dijo Escudero... Está mintiendo.»

—Me estás mintiendo, Navarro.

—No, Escudero. No te estoy mintiendo. En serio, ya lo olvidé. Hacé de cuenta que jugamos el juego de la botella y nos tocó besarnos, yo lo veo así. ¿Qué pasa Lisa? ¿A vos te afectó?

—No... —comienzo a reprimir una risa nerviosa—. Solo me siento sucia. Anoche me acosté con Leroy, hoy nos besamos... ¿En qué clase de mujer me estoy convirtiendo? Yo no soy así.

—Le estás dando demasiada importancia a lo que pasó recién, tomalo como un juego, como si hubiéramos jugado al juego de la botella.

—Tenes razón... —sonrió más calmada—. Eso es algo que diría el Manny de siempre.

Me cuelgo de su cuello y lo abrazo, él se aferra a mi cintura y permanecemos en esa posición hasta que comienza a sonar uno de los reggaetones del momento, y Manuel comienza a contornear su cuerpo al ritmo de la música. Curiosamente, es un dueto y nos lucimos al llegar a la parte de la voz que le corresponde a cada uno.

No bailes sola... —canta en mi oído la parte de Yatra, y me animo a responderle cuando toca el turno de Danna Paola.

Cuando terminamos el dueto improvisado comienzo a abrir espacio corriendo las mesas, mientras Manuel va al depósito a buscar algo para tomar. Si bien en la barra tiene algunas bebidas alcohólicas para sus cafés, fue en busca de algunas cervezas y bebidas blancas que compró para la recepción de la boda de su hermano, para la que ya faltan dos semanas.

La madrugada se descontrola cuando comenzamos a tomar sin pudor; bailamos, cantamos... Y nuestra euforia aumenta cuando Manuel encuentra en el catálogo de Spotify un disco de canciones argentinas bizarras. El alcohol ya mella nuestra lucidez, aun así, seguimos riendo de tonterías, llenado nuestros teléfonos de fotos, videos y selfies. De hecho, subo un par a mis estados en redes sociales. No paramos de divertirnos ni un solo segundo.

Hasta que las primeras luces del alba comienzan a aparecer por el ventanal superior.

—Manny... Como que deberíamos empezar a acomodar, ¿no? —arrastro las palabras entre risas—. Son las... seis de la mañana.

—Seee... Dejame que le mando un mensaje a José.

Manuel se tambalea hasta la barra, toma su teléfono, y escribe un mensaje con dificultad. Yo trato de volver a poner en orden las mesas, pero fallo miserablemente tropezando con una silla. Estallo en risas mientras trato de reincorporarme, pero quien me levanta del piso es Manuel. Lo veo tomar mi mochila, mi celular y el suyo, y subimos hasta el depósito.

Aferrada a la cintura de Manuel, trato de llegar al colchón del fondo. Intenta posicionarme entre risas borrachas para que no le erre y termine con la cabeza rota en el piso, pero me tambaleo y por inercia me agarro a sus brazos. Caigo de espaldas al colchón, llevándome a Manuel conmigo.

Y nuevamente, quedamos con las bocas a escasos centímetros.

Levanto la cabeza y lo beso sin más, Manuel al principio se sorprende, pero luego toma ritmo y vuelvo a sentir su piercing. Otro beso intenso y lento, que no pasa a mayores a pesar del alcohol que consumimos, la cama improvisada, y la soledad del depósito. Nuevamente, es él quien corta el momento, pero no despega sus ojos de los míos. La comodidad del colchón comienza a cerrar mis ojos.

—Te amo, Lisa.

—Yo también, Manny.

En multimedia, la canción que cantan y bailan juntos, aunque más de uno seguro ya la conoce

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En multimedia, la canción que cantan y bailan juntos, aunque más de uno seguro ya la conoce...

mariacuesta dedicado a vos por ser #TeamManny. 

 

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