Treinta y seis

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En esta ocasión, no me despierta la alarma como en las novelas que consumo

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En esta ocasión, no me despierta la alarma como en las novelas que consumo. Abro los ojos mientras siento una batucada en mi cabeza, y escucho murmullos y ruidos de cubiertos. El lugar es oscuro, las paredes negras, y siento un cuerpo acostado junto a mí, con su brazo rodeando mi cintura.

Giro la cabeza y veo a Manuel dormido junto a mí, mi corazón se acelera pensando lo peor, hasta que noto que ambos estamos vestidos y suspiro aliviada.

Parpadeo varias veces para tratar de recordar lo que pasó anoche, y vuelve a mi mente el beso que nos dimos en la Costanera. Luego recuerdo que vinimos al Larry y lo transformamos en un boliche, y lo siguiente es completamente desconocido para mí, ni siquiera recuerdo haberme acostado en el depósito.

—Manny... —giro para quedar frente a él, y lo zamarreo suavemente para despertarlo, pero no me hace caso—. Manny...

Abre los ojos con dificultad y me observa, sonríe, y consulta la hora en su reloj de pulsera.

—Mierda... Once de la mañana...

—¿Qué pasó anoche? Decime por favor que no lo hicimos.

—No... —ríe mientras se restriega la cara con ambas manos—. No pasó nada, Liz. Solo nos pusimos en pedo, mi idea era dormir una horita y volver a casa, pero se ve que fue dura la curda.

—El Larry está abierto, ¿qué hacemos?

—¿Me estás jodiendo? —pregunta entre risas—. Soy el puto dueño de este lugar, ¿qué tiene de malo que me vean bajar del depósito?

—No lo digo por vos... Lo digo por mí, por los dos. Que nos vean bajar así vestidos, yo toda despeinada... Van a pensar que nos pegamos un revolcón en el depósito.

—No pasa nada, Lisa... Nadie te conoce acá.

—José y los camareros sí —refuto—. Van a pensar cualquier cosa.

—José es de mi entera confianza, no va a decir nada. Y los camareros... Nunca duran más de seis meses, a la larga o a la corta se van, porque según escuché soy un maldito perfeccionista y obsesivo.

—Con que sos un jefe tirano, ¿eh? No te tenía así, Navarro.

—Digamos que quiero que el L'arrière-plan sea el mejor café del centro, nada más. Vamos a hacer esto. Voy a bajar a hablar con José, imagino que me debe estar puteando por cómo dejamos el salón. Mientras, arreglate, usá el baño de empleados y vení a la barra. Te espero ahí.

Manuel se levanta de la cama improvisada, acomoda un poco su camisa, pasa la mano por su cabello repetidas veces, veo que toma un desodorante de una de las cajas, y luego de rociarse baja mientras me guiña un ojo.

«Bueno... Supongo que debo hacer lo mismo.»

Me levanto con algo de dificultad, el corto vestido apenas me cubre los glúteos, lo estiro para quitar las arrugas, y agradezco que sea elastizado. En cuestión de segundos ya estoy decente. Busco mis cosas, el celular y mi mochila yacen sobre las cajas de galletas de la fortuna. Pongo la cámara frontal de mi celular y contengo un grito al ver mi maquillaje mapache.

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