Cincuenta y tres

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Tengo que hacerlo, necesito hacerlo

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Tengo que hacerlo, necesito hacerlo.

Golpeo la puerta del despacho de los hipsters. Me abre Facundo y se sorprende al verme.

—¡Lisa! Qué raro verte acá arriba un lunes, ¿paso algo?

—Buen día —lo saludo con un beso—. No, no te preocupes, al menos no conmigo. Pero sí hay algo que quiero hablar con ustedes.

Me invita a pasar, y luego de saludar a Mateo comienzo a contarles todo lo sucedido con Leroy. Me disculpo por haber mantenido una relación sentimental con un empleado de su nómina, y les cuento el motivo por el cual terminé mi relación con él.

—Elizabeth, nosotros no teníamos problema en que tengas una relación con Leroy, lo hubieran dicho y se ahorraban andar a escondidas.

—Ese no fue el problema, el problema fue que me ocultó que tenía una familia en Venezuela... Y es por eso que vengo a proponerles un trato. Quiero que ustedes le den el dinero suficiente a Leroy para que su esposa y su hijo puedan venir al país, a cambio, les ofrezco mis servicios sin costo hasta cubrir la totalidad de lo que gasten.

—Lisa... Eso es muy generoso de tu parte, ¿pero no es más sencillo que lo hagas vos directamente con ella?

—Yo no tengo el dinero necesario, puedo pedírselo a... Mi novio. —Todavía no me acostumbro a referirme así a Manuel—. Pero yo quiero que lo haga Leroy, que él tenga esa responsabilidad en sus hombros. Si ustedes le ofrecen esa cantidad, no podrá negarse, no tiene excusa. Lo peor que puede pasar sería que se sincere y confiese que no quiere hacerlo, pero no creo que se atreva, no después de todo lo que le dije.

Facundo y Mateo se miran por un segundo, asienten con la cabeza.

—Solo dejanos sacar un par de cuentas, y te decimos cuántos meses serían de tus servicios.

—De ninguna manera. —Ambos abren los ojos sorprendidos—. Si hacen eso por mí, jamás les volveré a cobrar mis honorarios. Me quedaré dando clases aquí hasta que no me necesiten, o hasta cubrir los gastos totales.

—Hecho. Nosotros nos encargamos de traer a su esposa y a su hijo.

—Gracias, chicos.

—Gracias a vos, y a ese corazón enorme que no te cabe en el pecho.

Los saludo con un abrazo, y al salir de su oficina le echo una mirada a Leroy, quien todavía me mira abatido y con cara de perrito regañado.

Que se atreva a venir por café al piso 29. Tengo un par más de cosas que decirle.

 Tengo un par más de cosas que decirle

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