Cuarenta y dos

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Me tranquiliza estar sentada entre Elvira y Manny, porque los padres de Samantha son demasiado estirados, y no paran de lanzarme miradas inquisidoras

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Me tranquiliza estar sentada entre Elvira y Manny, porque los padres de Samantha son demasiado estirados, y no paran de lanzarme miradas inquisidoras. Comienzo a comprender por qué Elvira no se siente cómoda con Samantha y su familia, y va más allá de lo que pensé inicialmente.

A simple vista se puede notar que la familia de Manuel siempre tuvo un buen pasar económico, sin llegar a ser ricos. Los Navarro son sencillos, no exhiben a cualquiera los pocos lujos que tienen, se nota a leguas que se hicieron de abajo. Sin embargo, los padres de Samantha parecen más preocupados por ostentar. Con solo ver todo el plástico que la señora tiene en la cara, es suficiente para comprender que viven de las apariencias, del «qué dirán».

«Adiós a mi idea de comer como cerda y chupar como esponja nueva.»

La cena se me hace tediosa, y presiento que no voy a llenarme si siguen sirviendo porciones tan chicas, por más gourmet que sean los platos. Como lo que me ofrecen, y trato de no beber tanto porque cada vez que Manuel rellena mi copa, la señora de plástico me observa con rechazo.

«Señora, detrás de este rostro de princesa hay una mujer que chupa como poeta en día de paga.»

El vals es un respiro, me limito a bailar con Manuel, Fernando, y por cortesía de compartir mesa, con el padre de Samantha. Que por cierto, bastante lascivo me salió el señor, no para de mirar mi escote y de morderse sutilmente el labio mientras baila conmigo. Gracias a Dios, Manuel se aviva y viene a mi rescate.

—Permiso, me llevo a mi novia si no le molesta.

El tipo se corre sutilmente molesto, sonríe porque no le queda otra. Manuel pasa su brazo por mi cintura baja, y después de pegarme su cuerpo, apoya su frente contra la mía. Nuevamente, quedamos con la boca a escasos centímetros.

—¿Estás bien? —susurra mientras bailamos.

—Sí... Solo es un viejo baboso, no te preocupes. Ya me estaba preparando para darle un rodillazo en las pelotas.

Manuel suelta una sonrisa que me resulta por demás seductora, todavía tiene su frente pegada a la mía, y bastaría que uno de los dos estire la boca para fundirnos en un beso.

Pero ninguno de los dos se anima a hacerlo.

Y no sé por qué, pero ahora necesito mi beso de Disney.

—Ya sé que estás incómoda, apenas todos empiecen a perder la conciencia por el alcohol, si querés nos vamos.

—No, de ninguna manera. Es el casamiento de tu hermano, te acepto escaparnos a la orilla del río a hacer nuestra pequeña fiesta políticamente incorrecta. Además, no quiero dejar a tu mamá sola con la mujer de plástico, en cualquier momento terminan agarradas de las mechas.

—Todavía no entiendo cómo es que mamá te quiere tanto, teniendo en cuenta que sos mi mejor amiga y que, encima, vivimos casi juntos. ¿Qué le hiciste, Elizabeth? ¿Qué nos hiciste?

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