Once

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—¿Qué fue todo eso de recién?

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—¿Qué fue todo eso de recién?

—¿Qué cosa? —pregunto inocentemente, aprovechando que Manuel está prestando atención al tráfico.

—Te conozco, Elizabeth. Alguna cagada te mandaste. Quien nada debe, nada teme... Y si cuando te llamé te asustaste, estabas haciendo algo indebido. ¿Estabas viendo porno?

—¡Ay, no! —grito mientras no puedo evitar reír.

—¿Entonces?

Suspiro pesadamente. —Leroy. Me respondió muy rápido el mail que le mandé con el material de la clase. ¿Y sabés qué hizo? Resaltó su teléfono de la firma, en rojo y negrita.

—Ajá... ¿Y?

—Nada... Lo agendé, y estaba viendo su perfil de WhatsApp, se puso en línea, me asusté, cerré todo... Y justo me llamaste... Y bueno. Me asusté porque me sentí sucia por lo que estaba haciendo.

Manuel hace un breve silencio mientras acelera por los siete puentes en Avellaneda, su semblante es serio. Y me hace sentir más sucia.

—¿Me aceptás un consejo? —sentencia finalmente.

—Obvio, sos mi mejor amigo.

—No me gusta ese tipo. Yo que vos me ando con cuidado.

—Pero si ni siquiera lo conocés... —Y digamos que yo tampoco—. ¿Por qué lo decís?

—Soy hombre, sé cómo se comportan los que quieren joda y los que quieren algo serio. Y por todo lo que me contaste de él hasta ahora, este quiere joda. Y no sé si te va a hacer bien volver a las canchas con un chongo.

—Sí, papá —respondo sarcástica.

—Lisa... Lo digo por tu bien. Porque no quiero tener que romperle la boca si te lastima. Ya sos grandecita, y yo no soy nadie para decirte que hacer. Solo te voy a decir una cosa, y si querés grabá esto que te voy a decir, así te queda la evidencia de que te lo advertí. Ahora vivimos casi juntos, te veo derramar una sola lágrima por su culpa y lo cago a trompadas.

Me quedo de piedra. Nunca había visto a Manuel así, y mucho menos tan irritado. Permanecemos en silencio hasta llegar al shopping en Avellaneda, mientras pienso si realmente fue una buena idea alquilarle el departamento a Manuel. No entiendo por qué de repente adopta conmigo esa posición tan sobreprotectora. Quizás le doy lástima, o me ve como una patética viuda desesperada por un poco de compañía masculina.

Manny estaciona el auto, lo apaga, pero no sale. Se queda aferrado al volante visiblemente irritado, mirando el amplio estacionamiento.

—Perdón por lo de recién —comienza a hablar sin mirarme—. Es solo que... Lisa, yo... Yo...

—¿Qué? —lo incito a continuar, ansiosa.

—Yo te quiero mucho, Liz —finalmente me clava sus ojos—. Te quiero mucho más de lo que vos pensás. Y quiero cuidarte, se que vos estás...

—Sola —decimos ambos al unísono—. Lo sé —continúo hablando—. ¿Y que? Te doy lástima, ¿no es cierto? Por eso aceptaste mudarte a mi casa, porque tenés miedo de que haga alguna estupidez —comienzo a llorar.

—No, Lisa. No siento lástima por vos, nada que ver. Al contrario. Quiero ser tu compañero, ese que esté siempre ahí para vos. Sea la hora que sea, por eso te dije que voy a dejar la puerta del patio siempre abierta. Me necesitás a las 3 de la mañana, y solo me golpeás la puerta de casa. Siempre voy a dejar de hacer lo que esté haciendo para escucharte o ayudarte.

—Sí, eso decís ahora... Te quiero ver cuando estés de nuevo en pareja, un candado a las dos puertas va a ser poco —bromeo para levantar un poco el ánimo, pero Manuel no se ríe.

—Eso no va a pasar, Liz. En serio. —Se vuelve a aferrar al volante, y nuevamente pierde sus ojos azules en el estacionamiento, nostálgico—. No estoy de ánimos para estar en pareja, ninguna mujer tiene lo que quiero. Y la que quiero, dudo que alguna vez se fije en mí.

Bromearía preguntándole si su lista de requisitos incluye una mujer de tres senos, o si ese amor platónico que profesa es alguna actriz de Hollywood. Sin embargo, su platónica parece más terrenal, sino no va a poner esa cara de frustración cuando habla de ella. Me gana la curiosidad.

—¿Quién es esa chica, Manny? Puedo ayudarte.

Manuel me observa resignado. Suspira antes de responderme. —No importa. Quizás espero a que ella se dé cuenta de lo que siento por ella, y sé que eso nunca va a pasar.

—Manny, ¡no! —bramo haciendo un pequeño berrinche—. Es una de tus clientas, ¿no? Decime quién es, yo puedo...

—Lisa, no —me interrumpe—. En serio. Si va a ser, quiero que sea natural. No la quiero forzar, y mucho menos le voy a decir nada. Si es mi destino, tarde o temprano tendré la oportunidad. Mientras tanto, me conformo con admirarla de lejos. Bueno... —suelta una risa torcida, me recuerda a Leroy. Maldición—. No sé si tan de lejos.

—¡Es una clienta del Larry! —confirmo, celebrando con un pequeño bailecito en mi butaca.

—Sí. Pero no te voy a decir quién es. Lo vas a descubrir vos, a tu tiempo. Tampoco quiero que estés como una psicópata persiguiendo a mis clientas. Está más cerca de lo que pensás.

—Hecho.

Estrechamos nuestras manos, y cuando estoy por salir del auto, Manuel toma su celular, y envía una nota de voz.

—Voy a dejar asentado en este audio que te lo advertí. Te veo derramar una sola lágrima por el imbécil de tu alumno, y lo cago a trompadas. Así de sencillo. Te rompe el corazón, y yo le rompo la boca.

Reviso mi celular, y efectivamente ahí está el audio. Definitivamente, tener a Manuel viviendo en mi casa es la mejor decisión que pude haber tomado.

 Definitivamente, tener a Manuel viviendo en mi casa es la mejor decisión que pude haber tomado

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