Uno

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—That's all for today

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That's all for today. Have a great weekend!

A veces me pregunto qué hicimos los humanos para que Dios nos bendiga con los viernes. Esa sensación de libertad que experimentamos cuando el reloj marca las seis de la tarde, y es hora de juntar tus cosas para decirle adiós al trabajo, es la gloria. Faltaría que baje un coro de ángeles a escoltarnos a todos hacia nuestros medios de transporte.

Pero mi canción celestial hace un scratch, como cuando el DJ frena la canción repentinamente para tirar el temazo del momento, solo que ahora hay silencio. Levanto la vista, y veo que uno de mis alumnos todavía está tomando notas de la filmina que estoy a punto de desconectar del proyector para poder rajar a casa. No parece muy preocupado por apurarse, y empiezo a desesperarme.

—Disculpá... —Me freno, ni siquiera sé cómo se llama porque hoy es su primera clase conmigo—. ¿Te falta mucho para terminar?

Alumno levanta la cabeza y me sonríe. —¿Disculpe? Ah... —cuando comprende de qué hablo, baja la cabeza mientras suelta una sonrisa de costado, algo arrogante—. Ya termino, ¿me regala un minutito más?

«No. Me quiero ir.»

—Claro... Solo no demores, no quiero perder mi tren de las seis y media —suelto con algo de sarcasmo y una sonrisa casi tan arrogante como la suya, aunque no tan encantadora.

Termino de guardar el resto mis cosas, y me cruzo de brazos desafiante, observando atentamente la calma que tiene este individuo para copiar una maldita filmina. Si esto va a pasar cada viernes, voy a tener que entablar una pequeña conversación con este muchacho. Aunque quizás esto cambie al pasar de las semanas, entiendo que quiera cumplir a rajatabla todo, acaba de entrar a la empresa y es lógico que quiera ser aplicado.

«Lisa, esto va a pasar los próximos tres meses. O al menos hasta que se asegure el puesto.»

«Tres meses...»

—Maldita sea... —se me escapa en voz baja, y alumno lo escucha.

—Ya terminé —responde apenado, con esa sonrisa ladeada que ya estoy comenzando a odiar—. Discúlpeme, es que me gusta tomar notas en mis clases.

—Ya veo... —ruedo sutilmente los ojos—. Pero no te preocupes, si las filminas son importantes para ustedes, voy a empezar a enviárselas por correo electrónico.

—¿Filminas?

«Dios, estoy hablando como abuela.»

—Las diapositivas... El Powerpoint —explico.

—¡Ah! —Alumno suelta una risa suave—. Ya entendí. Y sí, me haría falta, así no la hago perder el tiempo y puede ir a tomar su tren.

—¡Perfecto! Entonces el viernes que viene les pido sus correos, y al terminar les envío el material que vimos en la clase.

Desconecto todo a la velocidad de la luz y guardo la laptop en mi mochila, mientras alumno sigue parado mirándome. Quizás debería decirle que no es necesario quedarse a dormir en la empresa los próximos tres meses, que con cumplir el horario y las tareas que se le asignen es suficiente para que pase el período de prueba. Pero no quedaría bien que la profesora de inglés tenga esas contestaciones, aunque comienzo a arrepentirme de haber aceptado este puesto.

Izibay es una puberta empresa de comercio exterior, hecha por un grupo de emprendedores jóvenes que, en una ronda de cervezas, se les ocurrió ayudar a otros emprendedores a vender sus productos en todo el mundo. La idea no es mala, pero me parece demasiado ambiciosa para dos hípsters que recién están entrando en la tercera década de vida. Hasta ahora les va bien, es por eso que están ampliando la nómina de empleados. El problema radica en que no todos tienen un nivel de inglés avanzado, y aquí es donde entro yo.

Los hípsters me contrataron para dar clases a los empleados que, al momento de ingresar, no demostraron un nivel fluido de inglés. No soy su empleada, pero es como si lo fuera. Tengo identificación, y tarjeta de acceso al ostentoso edificio de coworking en donde instalaron sus oficinas. Porque si todo sale mal en algún momento, es más fácil borrase del mapa cuando alquilás un coworking.

En fin. No es la única empresa en la que soy profesora de inglés. El problema es que es la única empresa en la que las clases son obligatorias por motivos laborales. Mis demás clientes solo me contratan para dar clases a aquellos que quieren reforzar voluntariamente su expertice en el idioma, en Izibay es distinto porque se convierte en la reunión forzada de final de semana. Desde que me dedico a esto hace dos años, nunca había visto pasar tantas caras largas por la puerta de la sala de reuniones. Empleados agotados mentalmente luego de una extensa semana laboral, que se desploman pesadamente sobre la mesa mientras resoplan con fastidio por no poder escaparse media horita antes de su rutina. No es algo que me agrade ver, pero los hípsters pagan bien. Sin muchas expectativas de que aceptaran, les presupuesté el mismo monto a que a mis clientes multinacionales, y aceptaron el precio sin chistar.

Por eso me sorprendió alumno. Es el primero al que veo sonreír dentro de esta empresa. Y eso que estoy en Izibay desde que se fundó hace seis meses.

—¿Vamos? Va a perder su tren, miss Elizabeth. —Alumno me saca de mi mar de pensamientos. ¿Cuánto tiempo llevo así?

—Lisa... Decime Lisa —lo corrijo volviendo al mundo real—. Ya es viernes y son las... —Consulto mi reloj de pulsera, para llegar al tren tenía que ser Flash o teletransportarme hasta Constitución—. Seis y veinte. Sí, ya lo perdí. Te decía, es viernes, y ya no soy miss Elizabeth, soy simplemente Lisa. Miss Elizabeth vuelve el lunes a las nueve, o el fin de semana si me aparece algún alumnito. Un gusto... Eh...

—Leroy. Soy Leroy Vargas, el nuevo contador de la empresa.

Alumno, ahora Leroy, estrecha su mano con la mía como quien cierra el negocio de su vida. Con esa sonrisa ladeada y socarrona que ya no me parece tan desagradable, y sus ojos café fijos en los míos. Y me incomodo, pero no porque me está haciendo perder el tiempo, o por el hecho de que somos los únicos dos que quedan en toda la oficina.

Me incomoda que es la primera vez que siento un cosquilleo en el estómago, y las mejillas prendidas fuego, después de «ese día».

Esto no puede ser bueno, definitivamente no.

Esto no puede ser bueno, definitivamente no

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