Treinta y siete

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Despierto por segunda vez en el día, el sol ya cayó y por suerte ya me siento más renovada

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Despierto por segunda vez en el día, el sol ya cayó y por suerte ya me siento más renovada. Mi estómago ruge porque lo último que le di fue la bondiolita en la Costanera, es lógico que me reclame más comida.

Me visto con algo cómodo mientras inspecciono mi heladera... Vacía. Con toda la joda del fin de semana se me olvidó ir al supermercado. Palmeo mi cara mientras observo los imanes de delivery, pero es demasiado temprano para pedir comida, apenas son las siete de la tarde.

Si quiero comer, no me queda otra que pedirle algo prestado al vecino.

Manuel.

Al llegar a su patio, veo que tiene las luces bajas y las cortinas corridas, está de espaldas al gran ventanal del living. Lo veo balancearse hacia los lados con una guitarra en la mano, a medida que me acerco la música que toca se hace más fuerte, me estremezco de solo mirarlo cuando noto el instrumento.

Es la guitarra de papá.

Seguramente la encontró en la baulera de su habitación, me acerco con cautela para no interrumpir la melodía que reconozco de inmediato, está tocando la canción que cantamos anoche. Manuel canta Più Bella Cosa en perfecto italiano, y es inevitable acercarme a la ventana y admirarlo. Canta con mucho sentimiento, casi acaricia la guitarra de papá, es como si le cantara a ella. Verlo interactuar con el instrumento me lleva a pensar cómo sería estar en brazos de un hombre tan cariñoso como Manuel, una cualidad que claramente Leroy no tiene. Porque él puede ser súper empalagoso hablando por mensaje y en persona, pero cuando se quita la ropa también se quita lo romántico. Y no está mal, pero todo apunta a que no es lo que necesito en este momento de mi vida.

Una lágrima rueda por mi mejilla mientras pienso en todo esto y admiro embelesada a Manuel, estática, siguiendo su vaivén con una sonrisa en mis labios.

Hasta que termina la canción, se voltea y me descubre observándolo.

Sonrío con los ojos hinchados, mientras me limpio las lágrimas con la palma abierta. Manny deja la guitarra sobre el sofá y viene a mi encuentro.

—Lisa... ¿Qué pasa? —toma mi rostro entre sus manos con preocupación.

—Nada... Me emocioné viéndote tocar esa canción en la guitarra de papá.

—Debí pedirte permiso para agarrarla, es que estaba aburrido y decidí acomodar un poco las bauleras, para hacer espacio para mis cosas. Apenas la vi, no pude resistirme. La saqué, la afiné, y ella me invitó a tocarla.

—Le cantabas de nuevo a ella, ¿no es cierto?

Manuel sonríe de lado mientras acomoda un mechón de mi cabello. —Sí... Pero presiento que no va a tardar mucho en darse cuenta de que existo.

Mis ojos se abren exageradamente. —¿En serio, Manny? Pero... ¿qué cambió de anoche a hoy? Eso era lo que hablabas con José hoy a la mañana, ¿no?

—Si... Me contó que la escuchó diciendo que amaba a otro.

—O sea... ¡Que ese otro sos vos!

Manuel me sonríe, y automáticamente me cuelgo de su cuello. No se espera mi abrazo efusivo, pero me devuelve el gesto.

—No estoy muy seguro todavía, capaz hablaba de un viejo amor —explica cuando se desenreda de mí—. No lo sé.

—Pero... ¿José la escuchó hablando de vos?

—Algo así... ¡Pero no quiero que con esto vayas corriendo a atosigarlo con preguntas, eh! No atormentes al pobre chico, yo te mantengo al tanto.

—Ojalá que seas vos, Manny. A esta casa le hace falta un toque femenino.

—Para eso te tengo a vos —pellizca mi nariz con sus dedos—. Así que tenés una cosa menos para preocuparte, quién te dice y un día podemos hacer salida de a cuatro. Vos con Leroy, y yo con ella.

—Ni me hables de Leroy... No sé a dónde va a ir a parar todo esto.

Manuel se preocupa, y me invita a pasar a su casa. Luego de decirle que no tengo comida en mi heladera, se ofrece a cocinar empanadas de verdura mientras yo le cuento absolutamente todo lo que la noche anterior no le conté. Me escucha atentamente mientras cocina, y cuando ya solté todo el chisme, emite su veredicto final.

—Adelantate. Tomalo vos para la joda.

—Y sí, porque para otra cosa no me sirve esta relación. Me di cuenta de que Leo no es lo que estaría necesitando en este momento, precisamente.

—¿Y qué es lo que necesitás?

Me detengo en seco, no puedo decirle que me encantaría encontrar a un hombre que me bese como él lo hizo la noche anterior, que me acaricie como él acariciaba la guitarra de papá. Que me cuide como lo hace él cada vez que lo necesito, que me conozca a tal punto que una mirada suya es suficiente para desnudar mi alma.

Definitivamente, si hoy me preguntaran quién es el hombre ideal para mi segundo amor, ese es Manuel. Con todos los defectos que ya conozco y acepto, y todas esas virtudes que enumeré.

Pero es mi amigo, y nada va a cambiar eso.

—Sé lo que no necesito —enfatizo el «no»—. Y eso es un hombre como Leroy.

Imposible decirle lo que necesito, porque quedaría en evidencia que hablo de él. Y es arriesgado confundirlo, teniendo en cuenta que ya pasamos una línea peligrosa.

El beso.

En multimedia, la hermosa canción de Natalie Pérez que me inspiró a escribir este capítulo

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En multimedia, la hermosa canción de Natalie Pérez que me inspiró a escribir este capítulo. Acá les dejo una versión en vivo.

Y esta la que canta Manuel, la misma versión de la vez pasada pero en italiano.

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