Treinta

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Dentro del bar, las cosas suceden más rápido de lo que tenía previsto

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Dentro del bar, las cosas suceden más rápido de lo que tenía previsto. Quizás es la altura del taburete lo que provoca que Leroy esté de pie perfectamente acoplado entre mis piernas devorándome la boca, o el Satanás que compartimos nos pegó para el lado de la lujuria.

—Bancá... —alcanzo a susurrar cuando hace una pausa para tomar aire—. Puede vernos alguien.

—Qué importa...

—Teníamos un trato —le recuerdo separándome un poco cuando intenta volver a acaparar mi boca.

—Okey, okey —suspira—. Voy a darte dos opciones. O vamos al rincón de allí —señala una esquina oscura—, o vamos a mi casa. La diferencia es que aquí me tengo que medir, y en mi casa no me voy a poder controlar después de esto. Tú decides.

—No me vas a dejar así, ahora terminá lo que empezaste.

Leroy sonríe de costado, y sin mediar palabra me guía hasta la salida del bar. No pasan ni veinte minutos para terminar los dos sin ropa sobre su cama, y la cabeza me da vueltas mientras empiezo a hacer cosas que jamás había hecho con Tadeo.

Y lejos de sentirme mal, me siento extremadamente bien.

Pierdo la noción del tiempo entre sus fuertes brazos; cuando imaginé en mi cabeza cómo sería el momento en que volviera a estar con otro hombre, no pensé que sería tan sencillo. Quizás es Leroy quien lo hace todo más fácil, o yo no sabía cuánto necesitaba esto.

—¿Estás bien? —pregunta una vez que todo acabó.

—Mejor que nunca... —esbozo rodando para quedar boca abajo y frente a él—. Ya me había olvidado qué era el sexo.

—¿Tienes hambre? Porque yo sí.

—Un poco... No sé qué hora es, pero ya debería ir volviendo a casa.

—Claro... No vaya a ser que tu papá te regañe—suelta irónico, en referencia a Manuel.

—¡No seas malo! —le propino un golpecito en el hombro—. La está pasando mal, descubrió a la chica que le gusta besándose con otro.

—Claro... Conmigo.

Leroy se levanta de la cama antes de que pueda acotar algo, se calza la ropa interior y el pantalón mientras todo lo que quería reprocharle se disipa cuando veo la musculatura de su espalda abandonar la habitación.

«No tiene sentido que le discutas, solo disfrutá el bombón que te estás comiendo.»

Busco mi ropa interior y la camisa para seguirlo hasta la cocina, Leroy saca verduras y pollo de la heladera.

—Tampoco me vas a cocinar gourmet a esta hora de la madrugada—comento mientras me siento sobre la mesada de la cocina—. Son las tres de la mañana, Leo. ¿No tenés algo más rápido para picar?

Leroy vuelve a abrir la heladera y observa con atención. —¿Salchichas?

—Eso quiero.

—Pues... Yo quería lucirme en la cocina para ti con unas verduras salteadas, pero si es lo que quieres...

Leroy me consiente con lo que elijo para comer, y nuestra cena tardía se desarrolla en la total informalidad. Y como nunca me bajé de la mesada, él nuevamente está de pie frente a mí, robándome besos entre bocados.

—¿De verdad no quieres quedarte conmigo esta noche? —intenta persuadirme mientras deja un camino de besos en mi cuello—. Te llevo mañana a primera hora, déjame dormir abrazado a ti, anda... —ruega.

Tomo mi teléfono y consulto la hora, tres y media de la mañana. Entro al chat de Manuel, no está en línea y tampoco muestra la última hora de conexión, había olvidado que no tiene esa funcionalidad activa. Supongo que está bien en compañía de su hermano; vuelvo a pensar en mí.

—Pero a las cinco nos vamos, que tampoco quiero que las viejas del barrio me vean bajar de un auto desconocido mientras baldean la vereda a primera hora de la mañana. Ya suficientes explicaciones tengo que dar por Manuel.

—Hecho.

Leroy me sube a horcajadas, y me lleva de nuevo a la habitación. Cuando sus besos comienzan a tomar un rumbo completamente distinto a dormir, le pongo un alto y acepta resignado. Me acomodo de lado, y me abraza por la cintura como si la vida se le fuera en ello, mientras yo programo la alarma en el celular para las 5 de la mañana. No pasa mucho tiempo hasta que caigo en un sueño ligero.

 No pasa mucho tiempo hasta que caigo en un sueño ligero

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—Me la pasé genial, Liz. A ver cuando repetimos. Eso sí... Para la próxima te quedas hasta el almuerzo del domingo.

—No te prometo nada, pero vemos.

Me despido con otro beso de alto voltaje dentro del auto, y bajo antes de que la cosa vuelva a pasar a mayores. Todavía no amanece mientras busco las llaves de casa en el fondo de la cartera, abro la puerta de la calle intentando hacer el menor ruido posible, cuando estoy por entrar a mi casa, siento pasos bajando por la escalera de la terraza.

No es Manuel.

Tomo la pala de jardinería que dejé clavada en el cantero y espero a mi visitante indeseado.

Tomo la pala de jardinería que dejé clavada en el cantero y espero a mi visitante indeseado

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