—Quiero todo el chisme. Hasta el más mínimo detalle. Te compré pizza y helado, podés empezar cuando quieras.
—Guau... Vos sí que sabes cómo son las noches de chicas en las que hablamos de chicos.
—Participé en muchas, aunque no lo parezca. ¿Por qué te creés que mamá piensa que soy gay?
Reímos, y comienzo a contar todo aquello que, por cortesía o por la distancia de la barra, no escuchó. Aunque no hay mucho que contar más que de dónde viene, o alguna que otra pavada que me dijo, como cuando se llamó a sí mismo patán.
—No sé qué es peor. Autoproclamarse como un patán, o que piense que tenemos algo porque ya van dos veces que nos ve juntos en distintos lados.
Manuel abre los ojos exageradamente, y toma un sorbo de su cerveza para disimular que está comenzando a ponerse colorado. Lo que no sé si es de vergüenza porque todo el mundo nos shippea, o de coraje porque eso le daría la razón de que hay algo raro con Leroy.
—Seguro dijo que es un patán para no mostrar que es un fracasado. ¡Se pidió un café americano, Lisa! —resopla indignado—. ¿Quién pide un café rebajado en agua? Creo que en los tres años que tiene el Larry es el primero que vendo.
—Navarro... ¿Estás celoso?
Silencio atroz. Manny muerde su última porción de pizza sin quitar la vista de la caja ya vacía, y yo aguardo pacientemente una respuesta que nunca llega.
—Navarro... —insisto con tono acusador.
Manuel arroja el borde de la pizza dentro de la caja y suspira con pesadez.
—No es eso, Lisa... Es solo que no quiero que te rompa el corazón.
—Me estás mintiendo, Navarro... —vuelvo a acusarlo, esta vez con un dedo en alto.
—¡Está bien! —exclama y me sobresalto—. Tenés razón, Escudero. Estoy algo celoso. Pero solo un poquito. Es que me acostumbré a que vengas todos los días a tomar algo conmigo, y si lo de ustedes avanza vas a empezar a venir con él.
Me bajo del taburete y pego la vuelta a la barra de la cocina para abrazarlo. Manuel se aferra a mi cintura y yo a su ancha espalda, permanecemos en esa posición un buen rato.
—No me vas a perder, Manny. Voy a seguir yendo todos los días para verte y tomarnos un café en nuestro reservado.
—Tengo mucho miedo de que te lastime, Lisa —confiesa con el mentón apoyado en mi cabeza—. Como te dije, te veo derramar una sola lágrima por él y le bajo todos los dientes.
—Te quiero mucho, Manny.
—Yo también, Elizabeth... No te das una idea de cuánto te quiero.
No lo regaño por llamarme por mi nombre completo, solo disfruto la dicha de tener a mi mejor amigo tan cerca.
—Buen día, con la señora Elizabeth Escudero, por favor.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla?
—Un gusto, me presento. Soy Carlos Torrecillas, gerente de desarrollo de Bitito. Facundo Moreno me pasó su contacto, me dijo que usted es traductora publica, ¿es así?
«Genial. Más hípsters. Voy a terminar el año cambiando el Larry por Starbucks y mi viejo Samsung por un iPhone.»
—Sí... Doy clases de inglés a los empleados de Izibay. ¿Necesita que dé clases en su empresa?
—Bueno... No precisamente. Bitito es una empresa argentina de desarrollo de videojuegos para móviles. Tenemos una serie de historias interactivas en donde los usuarios eligen las acciones, y en base a esas decisiones la historia avanza de acuerdo a lo que elige el jugador.
—Ah, sí. Ya entiendo, es como si fuera un libro de «Elige tu propia aventura» pero para celulares, ¿no?
—Exacto. El caso es que queremos expandir el mercado, nuestros desarrolladores tradujeron las historias con Google, pero tenemos muchas reseñas negativas porque los diálogos no quedaron bien.
—Debería cortarle en este mismo instante por lo que acaba de decir. ¿Cómo van a traducir con Google?
—En realidad, uno de nuestros desarrolladores iba a generar las traducciones a mano, pero renunció y los que quedaron en el equipo de desarrollo no tenían el expertice necesario. Intentaron hacerlo a mano, pero los tiempos del proyecto fueron tiranos, y lo terminaron haciendo con el traductor de Google.
—¿Y qué puedo hacer yo por ustedes? Yo no sé programar, a duras penas sé usar el Word.
—Quisiera ofrecerle un contrato corto, sería parte del equipo de desarrollo, pero solamente se encargaría de traducir.
—Ajam... ¿Y Facundo le dijo que él no es el único cliente que tengo? ¿De cuánto tiempo y cuántas horas al día estamos hablando?
Yo y mi gran bocota, a veces me olvido las formalidades cuando hablo con potenciales nuevos clientes. De seguro, Facundo le advirtió que puedo llegar a ser bastante directa, porque el hombre suelta una risa que suena bastante seductora.
«¡Elizabeth! ¡Tus hormonas, por Dios!»
—No se preocupe, podemos adaptarnos a sus horarios. El contrato culminaría junto con la traducción, así que usted pone los horarios y los días.
—Me gusta la idea. Y ahora que lo pienso, creo que alguna vez he jugado a sus jueguitos de historias. Dígame en dónde tienen sus oficinas y si tiene tiempo hoy en la tarde puedo pasar por su empresa a charlar en persona.
—No es necesario, ya sabe dónde estamos. Piso 29 del mismo coworking de Izibay. Literalmente, estamos debajo de ellos.
—¡Genial! Si tiene tiempo, puedo acercarme hoy después del mediodía.
—A ver... —hace un silencio en la línea—. ¿Le parece a las cuatro?
—Claro, a las cuatro estaré por allá.
—Entonces la espero Elizabeth. Que tenga buen día.
—Igualmente.
Cuelgo la llamada con una sonrisa en la cara, estas traducciones van a ser divertidas. Los hípsters, los nerds...
«Y Leroy.»
Cierro los ojos y suspiro pesadamente. Aceptar el trabajo en Bitito significa estar más cerca de Leroy.
Mierda.
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Fortuna
ChickLit¿Qué tan difícil puede ser encontrar el segundo amor? Elizabeth perdió un amor. Leroy olvidó un amor. Manuel sirve café a los amores que recién comienzan. Una amistad con sabor a café. Una traición. La fortuna de tener el amor más cerca de lo que im...