Luego de aquel fin de semana, el tiempo se escurrió como arena entre los dedos. Bitito se convirtió en mi cliente favorito, y Marilyn en mi nueva amiga y confidente. Mi relación con Leroy se convirtió paulatinamente en algo físico, a pesar de que siempre se muestra cariñoso y cada vez que puede me recuerda que está enamorado de mí.
El baño del último piso del coworking ya es casi nuestro hotel privado, hubo un par de veces que en plena acción comenzamos a escuchar los pitidos del cajero y los ruidos de cuando entrega el dinero, y hubo veces en que escuchamos voces.
Esos momentos fueron los que Leo usó a su favor para mostrar su lado romántico y dulce en el sexo. Y yo compré, compré, compré...
Y me enamoré.
Comencé a divertirme con esos encuentros fugaces en el último piso, y con los chats hasta deshoras los días que no nos veíamos. Y cuando se compró una moto para que tener movilidad propia, se me hizo más fácil aceptar las salidas los fines de semana.
Cuando comprendí que mi problema era que estaba buscando un hombre idéntico a Tadeo, y que eso era un error porque nadie en este mundo podrá reemplazar a mi primer amor, me dejé llevar con Leroy. Comencé a disfrutar aquello que me hacía bien, y a tratar de buscar un punto de equilibrio en esas cosas que no me cerraron en su momento, luego de la primera salida formal.
Me bastó un mes para enamorarme como una idiota de Leroy, y ahora solo espero a que juntos encontremos la manera de decirlo dentro de Izibay, en donde sigo dando clases y él sigue siendo mi alumno. Pero Leo aún no está preparado para blanquear lo nuestro, y yo no le insisto, así venimos bien.
Y antes de que se pregunten... ¿Y Manuel?
Manuel es, en parte, el culpable de que le haya dado rienda suelta a mi relación con Leroy. Ya no se sacan chispas cada vez que Leo viene a buscarme a casa, finalmente comprendió que Manny es mi amigo, casi mi hermano. Además, desde aquella vez en que José le dijo que escuchó a su chica del Larry decir que estaba enamorada de otro que no era su novio, los ánimos de Manuel cambiaron radicalmente, atrás quedó ese hombre sombrío y con resaca que volvió esa noche con el corazón en mil pedazos por verla besarse con otro.
Pasó el primer mes de convivencia con éxito, y llegamos al día de la boda de Fernando y Samantha.
Y yo soy una de las invitadas.
Me tomé el viernes libre en Izibay para poder asistir a toda la boda, incluyendo el civil. Manuel me pidió por favor que lo acompañara todo el día como su pareja, y yo encantada, hasta me regaló la ropa para los dos eventos.
La recepción en el Larry parece un evento de la revista Caras. Y claro, la tipa es modelo. Puedo ver algunos rostros conocidos de la televisión y la farándula, y hasta hay una revista amarillista cubriendo el evento. Ahora entiendo por qué Manuel me compró ropa, y se lo agradezco. Si era por mí, venía de jeans y stilettos. Sin embargo, Manny me regaló un corto vestido negro con brillos y mangas medias, y un pronunciado escote en «V» que deja bastante pecho al descubierto. Es más, no quiero ni moverme porque tengo tanta suerte que se me va a escapar una goma y me va a fotografiar un paparazzi.
El evento termina a media tarde, llega la pausa hasta la gran noche de la pareja. Apenas nos alcanza el tiempo para bañarnos y alistarnos para la iglesia.
Luego de la ducha, tomo el vestido y lo observo. El corte recto, el escote en «V», las incrustaciones de piedra y el bordado de flores me recuerda a mi vestido de novia. Si no fuera rosado, pensaría que Manuel hurgó en la baulera de mi ropero y robó mi vestido de novia. Sonrío amargamente por el recuerdo, aunque ya no duele tanto como antes. Este último mes mi vida cambió lo suficiente como para aceptar que Tadeo no va a volver, y yo debo seguir adelante con mi vida.
Calzo mi vestido con cuidado de no desprender ninguna piedra, y me maquillo suavemente con colores naturales. Cepillo mi cabello y lo ato en una cola de caballo alta, dejando algunos mechones sueltos. Termino el peinado marcando algunas ondas con la buclera, mucho perfume, y ya estoy lista.
El vestido venía con una pequeña cartera a juego, coloco billetera, celular, y previamente armé algunos cigarrillos, por si el evento se pone muy snob y necesito mi dosis políticamente incorrecta.
—¿Lista? —escucho a Manny gritar desde su patio.
—Sí, pasá. —Segundos después, la que se queda sin habla soy yo—. Oh, my god...
El aire desaparece de mi habitación cuando veo a Manuel de etiqueta. Un traje que parece body painting de lo ajustado que es, una fina corbata negra, zapatos en punta, y flores blancas adornando el bolsillo de su saco. Su varonil fragancia inunda mi habitación, a tal punto que pienso que mi cuarto olerá a él por varios días.
Quiero decir algo y no me salen más que balbuceos.
—¿Estás bien, Lisa?
—Ah... Sí, sí... Es que... Cómo te doy así vestido, perdón por la sinceridad, pero...
Manuel suelta una carcajada mientras yo me cacheteo internamente por lo que acabo de decir.
—Bueno... Somos dos... —confiesa con un tono más que seductor—. Mejor no te digo lo que estoy pensando en este mismo momento porque me vas a desalojar.
El beso de la Costanera vuelve a mí de manera instantánea, y eso que ya lo había enterrado con tanto revolcón con Leroy. Mi amistad con Manuel está pendiendo de un hilo en este preciso momento, verlo así vestido, más todo lo que nos conocemos, y lo perfectos que somos cada vez que estamos juntos, me dan ganas de enterrar la amistad en el olvido y preguntarle si tiene ganas de pasar al siguiente nivel.
«Es solo un traje, Elizabeth. Mañana vuelve el Manny de siempre.»
Pero me gana mi genio, y tiento a mi suerte. Arrastro las fichas de nuestros dos años de amistad.
—Pago por ver, mejor dicho, pago por escucharte. ¿Qué estás pensando, Navarro?
—Que te haría mi esposa sin dudarlo, Escudero. —Mi pulso se acelera, veo que quiere continuar hablando así que trato de controlar mi motricidad—. Me arrepiento de haber gastado el tiro del beso en joda aquella noche en la Costanera. —Manuel se acerca y me toma de las manos—. Así vestidos los dos, te besaría al mejor estilo final de película de Disney.
Mis sentidos fallan. Aposté todo, y no sé si gané o perdí la partida.
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Fortuna
ChickLit¿Qué tan difícil puede ser encontrar el segundo amor? Elizabeth perdió un amor. Leroy olvidó un amor. Manuel sirve café a los amores que recién comienzan. Una amistad con sabor a café. Una traición. La fortuna de tener el amor más cerca de lo que im...