Veintisiete

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Son las doce del mediodía cuando abro los ojos, si bien mi primera cita formal con Leroy terminó alrededor de la una de la mañana, el cansancio mental con el que volví fue demoledor

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Son las doce del mediodía cuando abro los ojos, si bien mi primera cita formal con Leroy terminó alrededor de la una de la mañana, el cansancio mental con el que volví fue demoledor.

Me abruma el silencio, tanto que siento una punzada en la cabeza, como si hubiera bebido hasta reventar. Lo curioso, es que apenas tomé una cerveza en la cena. Me levanto con dificultad, y abro las cortinas de par en par. No hay señales de Manuel, de seguro se fue directo al Larry desde la casa de su madre.

Todavía estoy buscando las palabras exactas para contarle a Manuel sobre la cita de anoche, si es que a eso se le puede llamar cita. Pasó tanto tiempo desde mi primera salida con Tadeo que ya no sé qué faltó, que estuvo de más, o cómo se sigue después de ello. Solo puedo decir que fue igual a cualquiera de las dos pseudo citas que tuvimos en horario laboral, con la diferencia de que Leroy se dio el gusto de besarme cuantas veces quiso.

Y sí, no soy la típica chica del sexo en la primera cita.

No voy a negar que hubo tensión sexual durante toda la velada, y que Leroy intentó persuadirme un par de veces para llevarme a su departamento en San Telmo. Y aunque admito que ganas no me faltaron, aún no estoy lista para llegar hasta su cama, no hasta corroborar que lo que estoy haciendo es lo correcto. Algo dentro de mí me grita que huya, que lo deje todo así como estaba.

Pero es más fuerte la vocecita que me susurra que disfrute la vida.

Me gana la curiosidad, y luego de vestirme me acerco hasta la casa del fondo. Todo está en silencio, quizás Manny volvió antes que yo y aún duerme, por las dudas vuelvo a mi casa, si es así a la tarde ya me golpeará la puerta.

Aprovecho el sábado para avanzar un poco con las traducciones de Bitito, y el tiempo vuela mientras me sumerjo en la historia. Ya es casi de noche cuando escucho el motor de Manuel en la vereda, salgo a recibirlo.

Necesito contarle lo que pasó anoche.

Abro el portón del garage para que guarde su auto, y lo espero en el primer pasillo para invitarlo a cenar a casa. Y me sorprendo al ver el estado en el que volvió.

Luce la ropa del día anterior, aunque no me parece descabellado siendo que pasó la noche en lo de su madre, quizás no tiene ropa limpia en su vieja casa. Pero lo que más me sorprende es que vuelve con sus manos vendadas, y un olor a muerto vivo que me descompone.

—¡Manuel! ¡Por Dios! ¡¿Qué te pasó?!

—Nada... Me cambio de ropa y vuelvo, ¿sí?

—Manuel...

No hay caso, se aleja antes de que pueda acotar algo. Jamás lo había visto así en nuestros dos años de amistad, y me preocupa lo que pasó en sus últimas veinticuatro horas.

Es hora de usar el privilegio de la puerta abierta.

—Manuel... —entro en su casa con cautela, no vaya a ser que ande como Dios lo trajo al mundo—. Manuel, estoy preocupada, ¿podés responderme?

Silencio, solo escucho el agua de la ducha caer. Su ropa está esparcida por el suelo, voy siguiendo el rastro de prendas hasta llegar a la puerta del baño. Lo último que recojo es su remera blanca, tiene manchas de sangre, y mi preocupación aumenta desmesuradamente. ¿Acaso tuvo una pelea con alguien? ¿Y si lo asaltaron?

La última teoría se desmorona cuando el olor de su ropa inunda mis fosas nasales. Alcohol. Estuvo bebiendo, pero algo más pasó, sino no tendría manchas de sangre en su ropa.

—Manuel...

No me responde, pero escucho que su celular suena en algún lugar. Busco con la mirada hasta encontrarlo sobre la barra de la cocina, la foto de Fernando se muestra en la pantalla. Observo fijamente el aparato hasta que deja de sonar, y cuando estoy por volver a la puerta del baño, veo que recibe un mensaje de su hermano, y no puedo evitar leer la notificación en la pantalla.

Avisame cuando llegues. Y tranquilo. Mientras no se case con el chabón todavía tenés oportunidad con ella.

Mi boca se abre por la sorpresa, y comprendo todo. El alcohol, el semblante serio, el no tener ganas de hablar conmigo... Aunque sigo sin comprender la sangre en su remera y las manos vendadas, ¿acaso será que tuvo una riña a golpes por su chica del Larry?

—Lisa...

Doy un respingo cuando lo escucho detrás de mí, me volteo y mi boca se abre más mientras me aferro fuertemente a su pila de ropa sucia. Manuel solo viste una toalla atada a su torso completamente desnudo y mojado. Jamás había visto tanta piel en él.

Y lo peor, es que me gusta todo lo que estoy viendo.

—Manny... Perdón que me metí así sin avisar, pero me preocupa verte así... ¿Qué te pasó?

—Nada, una mala noche.

—Navarro... —me acerco un paso sin dejar de aferrarme a su ropa—. No fuiste a lo de tu mamá... ¿Dónde estuviste anoche? Tenés manchas de sangre en la remera, ¿qué te pasó?

—Me quedé en el Larry acomodando un poco, sin querer rompí una botella de whisky y me corté las palmas juntando los vidrios porque no encontraba la pala, eso es todo.

No le creo nada, acorto la distancia hasta que mi nariz queda a centímetros de su boca, clavo mi vista en sus ojos azules que me miran apáticos.

—Navarro...

—¿Qué?

Comprobado, el alcohol viene de su sistema.

—Me estás mintiendo —vuelvo a mi posición inicial, caminando en reversa—. Estuviste tomando, y creo que ya sé por qué. Te llegó un mensaje mientras te duchabas.

La cara de Manuel se endurece, abre un poco los ojos mientras se acerca al aparato. Lo toma, y luego de leer el mensaje cierra los ojos mientras aprieta la mandíbula.

—¿Lo leíste? —susurra aún de espadas a mí—. Escudero... ¿Lo leíste?

Enmudezco. Este Manuel no es el que tanto quiero y que conozco como si fuera el hermano que nunca tuve, lo desconozco.

Y por primera vez, siento miedo de la persona que tengo enfrente.

Y por primera vez, siento miedo de la persona que tengo enfrente

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