Veinticinco

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No le puedo mentir

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No le puedo mentir.

Tampoco me puedo mentir a mí misma.

—No sabía que se me notaba tanto... —llevo una mano a la frente—. Solo te pido que no le comentes esto a nadie, no quiero quedar poco profesional.

—¿Y a quién querés que le diga? Tranquila, mujer. Que soy lesbiana, pero sé reconocer cuando un men tiene facha. Y este tiene de sobra. Si la hacen de calladitos...

—¡No! —susurro horrorizada—. ¿Estás loca? Además, ya viste lo insistente que es, ¿creés que se va a medir? Ahora que me encontró acá vas a ver que va a venir todos los días a buscar café a este piso.

—¿Y cuál es el problema? Eso demuestra cuan interesado está en vos, es bueno.

—No lo sé, Mar... Me parece muy arriesgado. Aunque yo no tengo mucho que perder. En realidad, ahora sí... Antes no me importaba que corten mis servicios en Izibay, pero ahora trabajo para ustedes también. Y la verdad es que este trabajo me gusta, lo estoy disfrutando y es mi primer día.

—Por Bitito no te preocupes, acá no te dicen nada. Carlos sale con la de recursos humanos —susurra—. La regla es hacer tu trabajo, tu vida personal no les importa. Además, ¿te creés que te van a decir algo por salir con alguien del piso de arriba? Vos mandale para adelante.

Suspiro. Marilyn es el clon femenino de Manuel. No hay dudas de que nos vamos a llevar bien.

La semana vuela ahora que tengo las tardes ocupadas

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La semana vuela ahora que tengo las tardes ocupadas. Si no son las traducciones de Bitito, son mis alumnitos, a quienes tuve que reagendar para poder cumplir con todas las clases comprometidas.

Si me preguntan si Leroy finalmente almorzó conmigo, la respuesta es sí. El jueves a primera hora de la mañana se encargó de recordarme el compromiso, y nos encontramos en una de las tantas pizzerías icónicas de la calle Corrientes. Admito que sin la presencia de Manuel me sentí más cómoda, y descubrí que tenemos muchas cosas en común.

Por cierto, omití contarle a Manny sobre el almuerzo. No tenía ganas de repetir pizza en la cena.

Es viernes. Es día de clases en Izibay. Y ya no me siento tan incomoda de tener a Leroy sentado entre mis alumnos, a pesar de que solamente son tres asistentes. Y debido a la baja asistencia a la clase, me concentro en hacer una sesión de repaso y dudas, y los libero una hora antes.

Estoy guardando mis cosas en completa soledad cuando Leroy se asoma por la puerta de la sala con su mochila al hombro.

—Si ya está lista, la acompaño a tomar su autobús.

—Vamos entonces.

Caminamos a paso lento hacia el Metrobús, hablando de todo y nada a la vez. Pasaría por el Larry para ver si Manuel ya quiere irse a casa, y así ahorrarme el aplastamiento en el tren, pero es demasiado temprano para que ese hombre deje el café, así que ni me esfuerzo. Llegamos a la parada y la fila es larguísima, y a diferencia de mí, Leroy no se amedrenta y se queda conmigo aguardando paciente.

—Oye... —comienza a hablar con algo de pena, mirando el piso—. Es viernes, yo ya no soy más el contador, y tú no eres miss Elizabeth. Ahora somos Lisa Y Leo.

—¿Leo? ¿Así te dicen?

Leroy asiente con la cabeza. —Así me decía mi sobrinito en Venezuela, y todos empezaron a llamarme así. Como te decía... Básicamente ya estamos fuera del horario laboral...

—En realidad no —lo corrijo luego de mirar la pantalla de mi celular—, son las seis menos cuarto. Que nos hayamos escapado antes no quita que no estemos en horario laboral.

Leroy suelta una risa mientras mira al horizonte a ver si viene un colectivo en el que pueda subir. Se toca el puente de la nariz, claramente quiere decirme algo y no sabe cómo.

«No creo que se atreva...»

—Te voy a confesar algo. Si me preguntas una sola palabra de lo que dices en las clases, la verdad es que no podría responderte. Porque me pierdo mirándote, la manera en la que te desenvuelves, cómo hablas... ¿Es que no te has dado cuenta, Lisa?

«Y se atrevió.»

—No... Bueno, en realidad sí.

—Me traes de cabeza, Lisa. —Leroy se acerca peligrosamente, y yo solo intento apoyar el trasero en los bancos altos contra el mapa del Metrobús, marcando algo de distancia—. No puedo dejar de pensar en ti, y la semana se me hace una vida hasta que llega el viernes y vuelvo a verte.

Bajo la cabeza para contener una sonrisa, vuelvo a sacar mi teléfono para consultar la hora. De nuevo, una parte de mí quiere responderle que efectivamente perdió la cabeza y quiere huir en el primer colectivo, venga como venga. La otra, quiere quedarse y corresponder a lo que es evidente que va a seguir.

Y la pelea es tan fuerte, que se considera un empate entre mi lado racional y mi lado emocional.

—Leroy... Me siento halagada, en serio. Pero es imposible que pase algo entre nosotros. ¿No pensaste en Izibay? Si Facundo y Mateo se enteran...

—Facundo y Mateo no están aquí —me interrumpe mientras se acerca un centímetro más—, y no tienen por qué enterarse si somos cuidadosos.

—Ahora mismo puede haber alguien acá, de Izibay o del coworking.

Leroy camina hasta el borde del andén y observa atentamente la fila, aguarda unos segundos y vuelve.

—Nadie nos conoce aquí, me hubieran saludado, ¿no crees? —comenta con una pícara sonrisa.

—No sé... —vuelvo a dudar mientras me remuevo en mi lugar.

—¡Dale, nena! ¡Decile que sí! Mirá lo churro que es este chico.

Volteo mi cabeza a la izquierda, la señora que está detrás de mí nos observa con la misma cara de Marilyn en Bitito. Claramente, está disfrutando la telenovela en vivo que estamos montando con Leroy.

—Hazle caso a la señora —surra acercándose más a mí.

Y no opongo más resistencia. Leroy choca sus labios con los míos mientras escucho a la señora y algún que otro pasajero de más atrás aplaudiendo la escena.

 Leroy choca sus labios con los míos mientras escucho a la señora y algún que otro pasajero de más atrás aplaudiendo la escena

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