La hora pasa rápido en buena compañía, es por eso que cuando consulto la hora me sorprendo al ver que ya son las nueve de la noche. Mi estómago es el que me recuerda que todavía estamos en Capital, y que ya debería estar lleno y arropado en la cama.
—Manny, no quiero, pero me tengo que ir —le informo mientras apoyo mi mano sobre la suya en una suave palmadita.
—Pero es tarde, Liz... Bancame y te llevo, hoy vine con el auto porque voy a visitar a mamá, y tu casa me queda de paso. Debería hablar con ella sobre mi posible vuelta, en caso de que no consiga un departamento antes del casamiento. Le digo a José que cierre él y nos vamos.
Manuel se levanta antes de que pueda objetar algo del tipo «No, no te molestes», o «Dejá, si todavía anda el tren, y tengo una maestría para evitar que me roben o me manoseen».
Pero para qué mentir, es lo mejor que me dijeron en el día.
Manny vuelve con su morral de cuero, la campera en su brazo, y las llaves del auto en las manos, me hace una seña con la cabeza, y yo reacciono tarde. Agarro mis cosas como puedo, mientras él ríe por mi torpeza. Toma mi mochila y se la calza al hombro sin dejar de sonreír.
—Hasta mañana —grita y todos sus empleados, y hasta algunos clientes, le devuelven el saludo.
Ya en la calle, caminamos a paso lento hacia el estacionamiento subterráneo de Obelisco, a unas pocas cuadras. La temperatura ya había bajado considerablemente, y si bien todavía quedan algunos resquicios de calor en Buenos Aires, la noche comienza a sentirse helada. Y mi saquito de hilo no abriga un carajo. Me abrazo y trato de caminar sin pensar en el frío que se cuela entre las rendijas del saco, hasta que Manny pone frente a mí su campera. Lo miro y me sonríe, mientras hace un ademán para que me coloque la prenda antes de que me pesque una pulmonía.
—¿Y vos? ¿No tenés frío?
—Vos la necesitás más que yo, estás temblando. Estoy bien.
Por actitudes como esta, es que no entiendo qué tienen en la cabeza las mujeres que le rompen el corazón. Acepto su campera de cuero con algo de pena, y me la coloco mientras él sostiene mi cartera sin pudor alguno.
—Y querías irte en tren —me regaña mientras bajamos hacia el estacionamiento—. Hubieras llegado congelada a tu casa.
—Es que tampoco pensaba volverme tan tarde, pero ya te dije. A mi nuevo alumno se le dio por tomar notas con toda la tranquilidad del mundo.
—Hablando de eso... ¿Qué pasó específicamente? —pregunta mientras busca el ticket del estacionamiento en su billetera, y abona el valor correspondiente.
—Ahora te cuento en el auto.
Manuel escucha atentamente mi relato que dura hasta llegar a Lanús. Cada tanto, desvía la mirada para prestarme atención. Pero no emite palabra alguna, solo conduce con el semblante endurecido y articula alguna que otra onomatopeya en respuesta.
—Eso es todo, nada relevante. Es sólo que... Hace tanto que un hombre no me presta atención, que cuando uno lo hace me sorprende.
—¡Ey! ¿Y yo que soy? —se queja—. ¿Soy un androide?
—No me refería a eso, Manny. Me refiero a... Ya sabés.
Manuel me observa en un semáforo, no sabe qué responder. Y es obvio. Él no es viudo, él no es ácido, y sobre todo, él es más sociable que yo. Se rasca la nuca y suspira pesadamente antes de poner primera y arrancar.
—Lisa. Ya no sé de qué manera decirte que no te pongas tan a la defensiva. Quizás si fueras un poco más... Amigable cuando se te acercan...
—¡Ey! ¡Yo soy amigable! —me quejo.
—¡Me acabás de contar que el chabón te hizo un chiste con nuestro acento, y vos por poco lo mandás a la mierda!
—¡Está bien! Tenés razón, Manny —bajo el tono porque la conversación está varios decibeles arriba de lo normal—. Pero no puedo evitarlo, siento que... —hago una pausa para organizar la idea en mi cabeza—. ¿Qué tan difícil puede ser encontrar el segundo amor? Sé que tengo que seguir adelante, pero... No es tan fácil como me la pintan los que me ven de afuera.
Bajo la cabeza para dejar escapar una lágrima sin que Manuel me vea, pero la luz de la calle me traiciona y lo nota. Apoya su mano en mi cabeza y me acaricia a modo de consuelo, Manny repite el gesto en cada semáforo mientras yo permanezco con la vista en mis rodillas. Limpio las gotas que se escaparon de mis ojos, y hago como si nada pasara, como si no siguiera destruida por dentro. Y al levantar la cabeza nuevamente reconozco mi barrio, el viaje se hizo corto después de todo. Manuel se sale de Pavón, y pega algunas vueltas hasta dejarme en la puerta de mi casa.
—Gracias por traerme, Manny —expreso ya en la vereda de mi casa, apoyada con mis brazos en su ventanilla abierta.
—¿Querés agradecerme? —asiento con la cabeza—. Apretá el botón de reset. Dejalo ir, soltá. Sos joven, sos hermosa, sos inteligente, independiente... Podés tener al hombre que quieras.
—También soy viuda —agrego con sarcasmo—, no te olvides. No creo que muchos hombres quieran vivir con el fantasma de un ex muerto.
—Pero eso es algo que tienen que decidir ellos, no vos. Te sorprenderías, haceme caso.
Sonreímos, él porque sabe que tiene razón, y yo porque acepto sus razones. Meto medio cuerpo adentro del auto y lo abrazo como si nos despidiéramos para siempre. Y cuando estoy buscando las llaves de casa, recuerdo que todavía tengo puesta su campera, así que me la quito y se la devuelvo de un pique hasta el auto. Manuel aguarda a que entre a casa, y saluda con una bocina rítmica antes de irse.
Apoyo las llaves, la cartera y la mochila en el recibidor, y el silencio me consume. Pienso en las palabras de Manny, veo la foto de Tadeo con su uniforme de piloto sobre el hogar de piedra, y lloro.
Quizás no lo lloré lo suficiente, y es hora de hacerlo. Tal vez, es lo que necesito para dejarlo ir y comenzar de cero.
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Fortuna
ChickLit¿Qué tan difícil puede ser encontrar el segundo amor? Elizabeth perdió un amor. Leroy olvidó un amor. Manuel sirve café a los amores que recién comienzan. Una amistad con sabor a café. Una traición. La fortuna de tener el amor más cerca de lo que im...