Quince

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—Permiso

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—Permiso... ¡Ay, qué bonita casa Manny!

Dejo de cortar las verduras para la ensalada cuando escucho la voz de una mujer mayor en el patio, me asomo desde el ventanal de la casa de Manuel, y compruebo que su familia ya llegó. Limpio mis manos con el repasador, y salgo con pasos tímidos al encuentro.

—¡Buen día!, señora... —Mierda, no le pregunté a Manuel el nombre de su mamá.

—Elvira, mucho gusto querida. —La señora me abraza como si me conociera de toda la vida—. Hijo, es preciosa —le habla a Manuel—. Es ella, ¿no? ¿Ella es la clienta de la que me hablaste? ¿La rubiecita te gusta tanto?

Hiperventilo mientras observo a Manuel rojo como un tomate, tragando saliva a lo loco.

—No mamá... No es ella —corrige y el alma me vuelve al cuerpo.

—Ah, es que creí que era ella. Es que es como me dijiste, el pelo ondulado, ojos grises, flaquita...

—Sí, pero no es ella —aclara, todavía algo avergonzado.

—Oh... Ya me estaba poniendo contenta con la nuera. Ella sí es una mujer de verdad, no como... —sus palabras se tapan cuando Fernando llega de la mano con su novia.

—¡Buenas! ¿Dónde está mi hermanito mayor?

«Fernando, gracias de nuevo por interrumpir otra situación incómoda.»

Observo a la pareja que acaba de entrar. A Fernando lo había visto solo en fotografías que me enseñó Manuel, pero en persona tienen un parecido mucho más impactante. Es algo más alto que Manny, de espalda mucho más ancha, y los ojos de un color esmeralda profundo. Todo viene bien, hasta que Fernando suelta la mano de su novia para abrazar a su hermano a modo de felicitación por su nuevo hogar, y la mujer hace una mueca de asco apenas perceptible.

Debo admitir que alguien como ella no encaja en una casa como la mía. De pelo rubio platinado, enfundada en un ajustado vestido negro a los muslos y montada en unas sandalias altísimas color hueso, la tipa es un camión. Acompaña su outfit una campera de jean que apenas le cubre los omóplatos, maquillaje al borde de la exageración, y una pequeña cartera negra con una tira de cadena dorada.

«¿Alguien le avisó a esta mujer que es domingo al mediodía, y estamos en el conurbano bonaerense?»

—Ya se, nena. Es una ridícula. ¿Qué necesidad de vestirse así para un asado familiar? —Elvira me susurra mientras cuento hasta mil para no sacar a la calle a la cuñada de Manuel—. Yo no sé qué le vio mi hijo, siempre supe que era medio estúpido, pero con ella se superó. ¿Tanto le costaba conseguir una mujer como vos?

«¡Diablos, señora!»

—No, no es eso es que... ¡Le acaba de dar asco mi casa! —exclamo en voz baja mientras sigo viendo el escrutinio de la fulana—. ¿Qué tiene de malo mi casa?

—Que no es Palermo ni Villa Crespo, nena. Pero no le hagas caso, la casa está preciosa. Es una construcción antigua, un barrio tranquilo, de fácil acceso... Y lo más importante, es que mi hijo está feliz. Si no fuera por vos, hoy Manny estaría viviendo conmigo.

Cortamos el susurro cuando los tres se aceran a nosotras, la sonrisa forzada es automática.

—Elizabeth, ¿no? —Fernando se acerca a mí y me saluda con la misma cordialidad de Manuel, yo solo asiento con la cabeza—. Hasta que al fin te conozco, Manuel me habló mucho de vos.

—Espero que haya hablado bien de mí —bromeo de los nervios—. Él también me habló mucho de vos, un gusto conocerte.

—Y ella es la razón por la que ahora vive en tu casa —¿Me tengo que reír, Fernando? En serio, es un chiste de muy mal gusto.—. Ella es Samantha, mi prometida. Aunque calculo que ya la conocés.

—Ehm... No.

La cara de la platinada comienza a tomar rubor natural debajo de tanto maquillaje, Fernando enmudece, mientras Manuel y su madre tratan de contener una sonrisa con los labios apretados.

—¿En serio? ¿Nunca la viste en un afiche en la calle, revistas? —insiste Fernando.

—No... En serio.

«Ya... Decí de una maldita vez quién corno es la escoba mal pintada a la que llamás novia.»

—Ferchu, no la tortures más, pobrecita. Es claro que no consume Undersweet.

Y ahí su cara me suena. ¡Y claro! Sin Photoshop todos somos otra persona. La tal Samantha es la cara principal de Undersweet, una marca de ropa interior nacional con delirios de Victoria's Secret. Y ahora no solo le da asco mi casa, sino que insinúa que uso calzones agujereados, de abuelita, o de ositos.

—De hecho... Fue la marca que usé con mi vestido de novia y para la noche de bodas —contraataco con una media sonrisa.

—¿Sos casada, nena? —se apresura a preguntar Elvira—. ¿Y tu esposo dónde está?

—Soy viuda, señora.

—¡Ay, hijita! Lo siento mucho... —Ahora quien está colorada como un tomate es Elvira—. Manuel, ¿por qué no me dijiste nada de eso? —lo regaña—. Me hacés pasar papelones con la chica.

—No se preocupe, Elvira —la tranquilizo con una sonrisa mientras apoyo mi mano en su espalda—. Ya me acostumbré, pasaron dos años desde la muerte de Tadeo y mi papá.

—¿Tu papá también murió?

—Sí, de hecho, él es quien vivía en la casa que ahora ocupa Manuel. Y antes que pregunten, mi mamá vive... En Miami, con un tipo que puede ser mi hermano, pero vive... Eso es lo importante —sonrío.

La modelito vuelve a fruncir la nariz disimuladamente, y todos lo notamos salvo el pollerudo de Fernando.

—Bueno, ¿qué les parece si se van acomodando? —Manny decide acabar con la presentación, porque intuye que estoy a cinco segundos de lustrar el piso del patio con el pelo de su cuñada—. Lisa y yo nos encargamos de todo.

Todos acceden, y se sientan en la mesa del patio, salvo la platinada, que se queda parada en la puerta del pasillo cuando ve que Manuel comienza a avivar el fuego del asado. Y claro... No va a impregnar su ropa con olor a carbón, no es una fragancia top.

Va a ser una tarde larga. Esto recién empieza.

 Esto recién empieza

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