Veintiséis

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Mi cuerpo está viajando en el tren, pero mi cabeza se quedó en Perón, la estación de Metrobús en la que Leroy me besó por primera vez

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Mi cuerpo está viajando en el tren, pero mi cabeza se quedó en Perón, la estación de Metrobús en la que Leroy me besó por primera vez.

Luego del beso, Leroy se aferró a mi espalda y permaneció en completo silencio hasta que llegó el colectivo. Nos dimos un segundo beso rápido de despedida, y me fui sin decir más nada. ¿Qué iba a decir? ¿Qué le decís a alguien después de que te da el primer beso? Admitamos todos en coro, que ese es uno de los momentos más lindos e incómodos de la vida, y pocos tienen el privilegio de huir de la situación tan rápido como yo.

Llego a casa justo para acomodarme antes de que llegue mi primer alumnito, y al sacar mi celular del lugar más recóndito de mi mochila por temor a los robos en el tren, compruebo que tengo dos chats. Uno de Manuel y el otro de Leroy. Abro primero el de Manny.

 Abro primero el de Manny

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Abro el chat de Leroy. El mensaje lo envío minutos después de tomar el colectivo.

Cierro el chat cuando suena el timbre de casa, se dibuja una sonrisa en mi rostro que me es imposible borrar

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Cierro el chat cuando suena el timbre de casa, se dibuja una sonrisa en mi rostro que me es imposible borrar. Ya no tengo la facultad mental para evaluar si esto es correcto o no, pero no me importa.

Por primera vez en dos años me siento bien.

Bajo del Uber en pleno Obelisco, Leroy aguarda sentado en el banco semicircular con la cabeza gacha

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Bajo del Uber en pleno Obelisco, Leroy aguarda sentado en el banco semicircular con la cabeza gacha. Apenas me ve viene a mi encuentro, y como en una película romántica, quedamos frente a frente en el medio de la plazoleta. Toma mi rostro entre sus manos y me besa con intensidad y lentitud. A pesar de mis tacones, sigo siendo mucho más baja que él. La pose es por demás incomoda, pero disfruto el contacto.

—No sabes cuánto anhelé esto —susurra sobre mi boca sin soltar mi rostro.

—¿Dos semanas? —bromeo—. No hace mucho que nos conocemos.

—Siento como si te conociera de la eternidad, como si fuéramos dos almas que en una vida anterior no pudieron estar juntas.

—No quiero sonar chocante, pero ¿no estás yendo demasiado rápido?

—Estoy enamorado de ti —suelta sin más.

—¡¿En dos semanas?! —pregunto separándome un poco de él—. No seas chamuyero, en serio, porque...

—Shh... —me calla apoyando su índice en mi boca—. Estoy hablando de mí, no de ti. ¿Acaso no crees en el destino? ¿No es por eso que te gustan esas galletas de la cafetería de tu amigo?

—Sí, pero...

—Bueno, esto es algo que siento yo. Apenas te vi el primer día sentí algo que jamás sentí en mis treinta años de vida. Me enamoré de ti apenas te vi en esa sala, Elizabeth. Déjame disfrutar esta oportunidad que me brindas, prometo no abrumarte, pero déjame enamorarte, ¿sí? Entiendo que necesitas tu tiempo, que perdiste a tu esposo...

—Por favor, te pido que no menciones a Tadeo —lo interrumpo alzando las dos manos—. Ya suficiente con que me siento sucia habiendo aceptado esto.

—Okey, okey. Me parece perfecto. ¿Alguna otra condición?

—No hablar del pasado, que nadie se entere de esto en el coworking, y... Dame tiempo. Vamos despacio, ¿sí? Entiendo lo que puedas sentir por mí, pero... Yo tengo otros tiempos, un marido en el cementerio, dos años más que vos... Y Manny.

—¿Manny? ¿El del café?

—No quiero celos, no quiero peleas... Manuel es mi mejor amigo, es mi inquilino, es la persona más importante en mi vida ahora y siempre. Es un pacto que tenemos, los dos venimos siempre en paquete. Tomalo como un cuñado rezongón.

—Por mi parte no hay pedo, entiendo que es tu mejor amigo, en todo caso, eso se lo tendrás que aclarar tú a él. Yo no soy el celoso, aunque lo comprendo. Como tú no hay dos, y ya me la estoy llevado yo.

—¿En serio seguís pensando que Manuel está enamorado de mí?

—Pongo las manos al fuego por ello. Tú dirás después cómo tomará lo nuestro, porque entiendo que aún no se lo has dicho.

Leroy le pega en el clavo. La realidad es que estuve a punto de contarle por chat a Manuel que al final decidí dejarme llevar, tal como él me aconsejó. Pero algo dentro de mí me impidió escribir siquiera un «Tengo algo que contarte», cuando me envió el mensaje a la tarde. En este mismo momento siento una comezón en el pecho como quien comete un crimen, y unas ganas irrefrenables de correr al Larry para contarle a Manuel y que me dé su bendición, tal y como a veces bromeamos. Hacer de cuenta que es mi papá, y pedirle permiso para salir con el extranjero sexi.

Porque si él no aprueba mi relación con Leroy, soy capaz de dejar todo como estaba antes de conocerlo. 

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