Treinta y uno

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—Elizabeth

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—Elizabeth...

—¡Fernando! ¡La puta madre! ¡Que susto me diste!

—Perdón, no quise asustarte. Es que escuché el ruido de un auto y supuse que ya habías llegado. Te paso la posta, ya me voy, que dejé a Sam sola en casa.

—¿Cómo está Manny? —indago mientras abro la puerta de mi casa y lo invito a pasar con una reverencia—. Me asusta un poco que te hayas quedado.

—Y... Ahí anda... Le pegó fuerte lo de la mina. Me quedé porque se volvió a poner en pedo, y sinceramente tenía miedo que haga alguna boludez de nuevo. Nunca lo había visto tan enamorado en su vida.

—Lo sé... —bramo mientras cierro la puerta—. El tema es que no sé qué hacer, no habla conmigo, no me cuenta... A duras penas pude sacarle algo de información.

—Él tendrá sus motivos, quizás se cohíbe de contarte esas cosas porque sos mujer, porque es tu inquilino...

Fernando se cruza de brazos, y el parecido con Manuel es impresionante. Me recuerda al Manny de anoche, aguardando a que me fuera con Leroy. Son demasiado parecidos físicamente, si no fuera por el hecho de que uno tiene ojos azules y el otro verde esmeralda, pensaría que son mellizos.

—No te creas que yo sé mucho de su chica, eh... —continúa Fernando—. Solo sé quién es porque me la mostró, pero...

—¿La conocés a la desgraciada? ¿Le podés expresar todo mi odio por lo que se está perdiendo?

Fernando baja la cabeza y suelta una risa, hasta tienen la misma risa y los mismos gestos.

—No es tan fácil, Elizabeth...

—Decime Lisa, o Liz —lo corrijo—. Estamos en confianza.

—Liz... —repite—. No importa, ya lo va a superar. Quien te dice y es algo fugaz, y él después puede tener su oportunidad, no nos apresuremos. Lo importante ahora es mantenerlo despejado, ya se le va a pasar.

—Que mala anfitriona soy, ¿querés tomar algo?

—No, no te preocupes, ya me voy. Sam me espera para desayunar. ¿Me abrís el garaje? Dejé mi moto ahí.

Asiento y lo acompaño hasta el garaje, antes de irse me deja su teléfono para que le avise ante cualquier eventualidad con su hermano, y cuando por fin me quedo sola voy hasta el departamento del fondo a ver a Manuel.

Abro la puerta con suavidad, intentando hacer el menor ruido posible. Manuel duerme vestido sobre su cama, boca abajo y con la cabeza ladeada. Me acerco hasta la cama, y me siento sobre ella intentando no mover mucho el colchón. Acaricio su espalda mientras contengo una risa por los ronquidos que salen de su garganta, y cuidando de no despertarlo me recuesto junto a él, pasando mi brazo por su cintura.

 Acaricio su espalda mientras contengo una risa por los ronquidos que salen de su garganta, y cuidando de no despertarlo me recuesto junto a él, pasando mi brazo por su cintura

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—Lisa... Liz...

La cabeza me da vueltas cuando abro los ojos; lo primero que veo es la sonrisa de Manuel, lo segundo es el techo color durazno, y lo tercero que noto es que la cama es extremadamente cómoda.

No es mi habitación.

Me levanto sobresaltada, creyendo que estoy en lo de Leroy alucinando con Manny, hasta que reacciono y noto que es el viejo cuarto de papá. Me quedé dormida en la cama de Manuel.

—¿Qué hora es? —alcanzo a preguntar.

—Doce y media. Iba a hacer algo para almorzar, pero mejor te invito a comer afuera así me contás todo.

—¿Qué día es?

—Guau... Mierda que estás perdida —suelta con una risa mientras me corre el cabello de la cara—. Hoy es sábado, si querés andá a descansar a tu casa y salimos a cenar a la noche, ¿qué te parece?

—La cabeza me da vueltas... Se me cayó el viernes encima... Creo que sí, me voy a bañar, voy a comer algo, y después necesitaría una siesta.

—Andá a bañarte y volvé, ahora cocino para los dos.

Le hago caso, me levanto de su cama y me arrastro hasta a mi casa. Después de ducharme y ponerme ropa cómoda, vuelvo y almuerzo con Manuel unas pechugas de pollo con ensalada. Hablamos de su noche con Fernando, me cuenta sobre los preparativos de la boda de su hermano, y que cerrará el Larry el viernes de la ceremonia civil para oficiar la recepción.

Terminamos de almorzar, y le hago caso a Manuel. El dolor de cabeza disminuye luego de comer decentemente, pero el ardor en los ojos no se va, sin contar que me duele hasta el músculo más diminuto.

Obviamente, a causa de que hace años no tenía actividad nocturna.

—No te olvides que tenemos una cita —me recuerda antes de irme—. Si para las nueve no te tengo acá tan hermosa como anoche, te aporreo la ventana hasta que te despiertes.

—Tranquilo, solo necesito dormir un poco más. Te veo a la noche, Manny.

Nos despedimos con el abrazo de siempre, y me arrastro hasta mi casa, más precisamente hasta mi cuarto. Me quito la ropa y me desplomo en el colchón, el sueño viene a mí con el mínimo esfuerzo.

 Me quito la ropa y me desplomo en el colchón, el sueño viene a mí con el mínimo esfuerzo

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