Veintitrés

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—Lisa

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—Lisa... ¿Qué hacés por acá a estas horas? Hoy es martes... ¿O es viernes y no me enteré?

Manuel se sorprende al verme entrar al Larry a las seis de la tarde, lo saludo como siempre con mis abrazos de oso, y lo llevo de la mano a mi mesa.

—¡No sabés! Vengo de una entrevista de trabajo, no sabría decirte si es un cliente porque esta gente trabaja con proyectos y me contrataron por horas. Es una desarrolladora de videojuegos, y...

—Esperá. —Manny frena mi verborragia—. Esto amerita un café. Bancame que traigo dos y me contás, ¿sí?

Asiento con la cabeza repetidamente, y mientras Manuel va a la barra, saco mi teléfono e instalo uno de los juegos de Bitito para mostrarle cuando regrese. Encuentro el que ya había jugado: Affaire. Escojo el idioma inglés en las configuraciones, y mis ojos sangran cuando empiezo a leer el inicio de la historia. Se merecen cada reseña negativa, la traducción es pésima.

—¿Te enviciaste con un jueguito? —pregunta Manny cuando llega a la mesa con los dos cafés.

—No... Es mi nuevo trabajo.

Manuel me mira con el entrecejo fruncido, se sienta junto a mí y clava su vista en mi pantalla. Sus cejas se levantan aún más cuando lee la traducción del capítulo introductorio.

—Ya entiendo... Que aberración, por Dios. ¿Te contrataron para que les hagas las traducciones?

—¡Sí! —exclamo mientras levanto mis brazos exageradamente—. Manny, no sabés lo que son las oficinas de los nerds...

—Ya hasta apodo les pusiste, no podés con tu genio, eh. Los hípsters, los nerds... Algún día se te va a escapar delante de ellos y te vas a querer matar.

—Tienen arcades, una Playstation de las más nuevitas, una biblioteca con libros románticos e historietas... Y lo mejor, es que te los podés llevar a tu casa para leer. No me aguanté la tentación y ya me llevé uno.

Abro la mochila y le muestro la novela romántica que escogí, que curiosamente se llama Aventura. Ya sé de dónde sacan inspiración para sus historias interactivas.

—Esperá... ¿Quiere decir que ya firmaste contrato con ellos?

—Creo que es obvio que sí —respondo con suficiencia.

—¡Que bueno! —Manny me abraza por los hombros—. ¿Y tenés tiempo entre tantos clientes que tenés?

—Sí. Me viene bien porque la multinacional de ingeniería va a prescindir de mis servicios en junio, este es el último mes que voy a dar clases allá. Y mentiría si dijera que no me importa. Fue la primera empresa en la que impartí clases, me daba un poco de nostalgia dejar de ir... Pero apenas puse un pie en Bitito se me pasó.

—¿Fitito? —Manuel deja escapar una risa—. ¿Así se llaman?

—No... Es Bitito. Con «B» larga —lo corrijo—. Supongo que viene de bits o algo así.

—Te juro que se me vino a la cabeza un Fiat 600.

—Ahora que lo mencionás... El logo es un autito parecido a los de Cars, que está tecleando una laptop con las rueditas.

—El nombre es un juego de palabras —puntualiza—. Parece copado. ¿Y cuándo empezás?

—Mañana mismo. Lo que queda de este mes voy a ir a la tarde, y después usaré el horario que me dejó vacante la constructora. Pero lo mejor es que yo puedo manejar las visitas, porque esta gente trabaja por hito. Termino de traducir una historia y cobro.

—¿Y cuántas tenés que traducir?

—Siete juegos, pero pueden ser más. Todo depende de mi trabajo y de la repercusión de la gente.

—Guau, Liz... Esto es algo completamente distinto a lo que venías haciendo, vas a trabajar en un área distinta y con esos libros románticos que tanto te gustan... Ni siquiera empezaste y ya te sentó bien el cambio. Vos no te ves, pero yo sí.

Manuel me observa fijo con una gran sonrisa en su rostro, sus ojos brillan como si el trabajo lo hubiera conseguido él. Tengo que bajar la mirada porque es la primera vez que me siento intimidada por él. Puedo sentir el compás de su respiración, segura y profunda. Su perfume inunda mis fosas nasales, mientras observo los botones de su camisa de jean azul oscuro, juraría que si se mueve un milímetro esa camisa va a reventar.

—Sin embargo... —Manuel continúa su soliloquio, y corta esos pensamientos lujuriosos que comenzaba a tener con sus trabajados pectorales—. Algo te preocupa de todo esto. ¿Cuál es el yin en el yang de tu nuevo trabajo?

Suspiro. Este hombre sí sabe leerme. Flexiono una pierna para quedar de frente a él, apoyo mi brazo en el respaldo del sillón para quedar en la misma posición que Manny, y vuelvo a perderme en los detalles de su anatomía. Delineo con mi dedo índice los trazos de la manga que tiene tatuada en su brazo derecho, y me siento tonta por lo que voy a decir.

—Me preocupa la ubicación de Bitito.

—¿Es muy lejos?

—Al contrario. Es debajo de Izibay, en el mismo edificio.

Manuel no comprende, vuelve a fruncir su entrecejo. —Pero eso es bueno Liz... No entiendo... ¿Qué tiene de malo?

—Leroy.

Manuel se reacomoda nuevamente en su lugar, se sienta recto y apoya ambos codos sobre la mesa. Entrelaza sus dedos y se queda observando la galleta de la fortuna que aún no toqué. La empuja con su dedo índice hasta dejarla frente a mí.

—Quien sabe... Capaz es tu destino, o la fortuna de tener el amor más cerca de lo que imaginás. 

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