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Me quedaban nueve días de libertad y Félix ni siquiera era capaz de responder a un estúpido mensaje. Me sentía incapaz de pasarme otra noche encerrado dentro de mi sofocante apartamento. Tenía tantas ganas de salir que me había arreglado lo suficiente y me veía ridículamente sexy, al menos para mis estándares. No podía quedarme en casa estando tan guapo.

Tres mensajes y una hora después, viendo que seguía sin noticias de Félix, no me quedó otro remedio que llamarlo.

—Changbin —dijo Félix cuando respondió al teléfono, y no me dio la impresión de que se alegrara mucho de oírme. Vaya principio.

—Félix.

—¿En qué puedo ayudarte? —me preguntó, y oí la voz de alguien—. Espera un momento. —Y antes de que me diera tiempo a replicar, noté que apartaba el teléfono de su boca y el sonido se amortiguaba—. ¡No! ¿Te importa esperar un momento? Estoy hablando por teléfono. —Resopló—. ¡Me da igual! ¡Espera!

—¿Qué pasa, Félix? —Me pareció oír a Seungmin gritando a lo lejos—. ¿Sucede algo?

—No, todo va bien. —Félix respondía de nuevo al teléfono, pero parecía enfadado—. Mira, de verdad, ahora no es el mejor momento para hablar. ¿Puedo llamarte más tarde?

—¿Como cuánto de tarde?

—No lo sé. —Refunfuñó y gritó por algo que estaba pasando—. ¡No! ¡Suéltalo! No puedes demorarte un segundo y… —Bufó enfadado y volvió a dirigirse a mí—. Lo siento, Changbin. Tengo que dejarte. Pero te llamo luego.

—De acuerdo, está bien. —Y colgó apenas hube pronunciado la palabra «bien». Ni siquiera se despidió.

Me desplomé en la cama, consciente de que me despeinaría al hacerlo.

Después de un tormentoso idilio con un par de vampiros, mi vida se había transformado en una eterna vigilia junto al teléfono con la esperanza de que alguien me llamara, en vestirme y arreglarme sin tener un lugar adonde ir.

En aquel preciso instante, zumbó el teléfono y vi que se trataba de un mensaje de Jeongin, mi supuesto mejor amigo. Justo después de que Félix me dejara plantado por enésima vez en lo que llevábamos de semana, Jeongin me comunicaba una buena noticia.

«Gran fiesta en casa de Jackson Wang. Yo conduzco. ¿Te apuntas?».

Mi primer instinto fue declinar la invitación, pero después decidí que aquello era una señal. Le había preguntado a Chan si el cambio tenía sentido para mí o si era mejor que siguiera adelante con mi vida normal.

Félix me había colgado, prácticamente, y Jeongin estaba invitándome a salir por el mundo real. Mi camino empezaba a aclararse.

«Sí. De hecho ya estoy listo para salir. ¿Cuándo pasarás?», le respondí.

«En veinte minutos», me respondió Jeongin.

«Estupendo. Nos vemos luego».

Me levanté de la cama de un salto y corrí al cuarto de baño para asegurarme de que todo seguía en su sitio. Y en el último repaso me di cuenta de que me faltaba un detalle. Ese algo que solía gritar: «¡A la mierda!».

Jeongin apareció conduciendo el coche de su padre y con Moby sonando tan alto que casi me sorprendió que los altavoces no estallaran. El coche entero olía a uno de esos perfumes bastante caros. Con un exagerado «Hola, Changbin».

Estaba estupendo. Jeongin siempre me hacía pensar en alguno de esos famosos con final trágico, como Anton Yelchin: perfecto, desenvuelto y elegante.

Conducía riendo a carcajadas de cosas que tampoco eran tan divertidas y bailando al ritmo de la música, hasta el punto de que el coche empezó a zigzaguear por la autopista.

Latido² || [Lixbin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora