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Félix me sonrió por encima del tablero de ajedrez de cristal y cualquier pensamiento que pudiera tener relacionado con el juego se esfumó por completo. Desde que tres semanas atrás hiciera la transformación y pasara de ser un chico normal y corriente de diecinueve años a un vampiro con todas las de la ley, me costaba mucho más concentrarme en cualquier cosa.

Gracias a mis nuevos sentidos, Félix me parecía aún más fabuloso que antes. Cuando en aquel momento movió la mano para tocar un peón, su aroma suave y penetrante y su sangre me hicieron la boca agua. Lo encontraba mucho más atractivo que nunca y me pasaba las horas contemplándolo embobado.

—Ejem. —Seungmin tosió con más fuerza de la necesaria teniendo en cuenta que para llamar mi atención le hubiera bastado con un simple cambio en su respiración.

Los sonidos se habían magnificado. Y a pesar de que no alcanzaba a oír el batir de alas de una mariposa, mi oído había mejorado de manera tremenda. Y era especialmente sensible a los latidos del corazón y a la sangre.

—Creía que querías aprender a jugar al ajedrez —dijo Seungmin.

Se sentó en el mullido sillón, detrás de nosotros, y dejó caer una pierna por encima del brazo. En años humanos yo era un año y medio mayor que él, pero lo cierto es que él llevaba más tiempo como vampiro. Sus grandes ojos oscuros le otorgaban ahora una mirada profunda y misteriosa, distinta al aspecto inocente e ingenuo que había reflejado siempre mientras era humano. El cambio le sentaba la mar de bien.

—Lo sé, lo sé —dije, y a Félix le hizo gracia verme tan embobado—. Repasemos una vez más lo de la torre.

—Ni siquiera estás intentándolo —dijo Seungmin con un suspiro.

—Tienes que tomártelo en serio —añadió Félix, con un tono muy respetuoso.

De hecho, nuestra relación lindaba la obsesión enfermiza, aunque ello tenía que ver tanto con mi cambio como con nuestra reciente vinculación. Todo el mundo nos decía que con el tiempo aquello iría apaciguándose hasta situarse en un nivel aceptable.

Sin el menor esfuerzo por mi parte, mi cuerpo se inclinó automáticamente hacia él. Por debajo de la mesa, Félix había empezado a acariciarme la pierna con el pie para conseguir que le prestara atención. El contacto con mi pantorrilla, incluso con el calcetín de por medio, me volvía loco. El corazón me latía con insolencia, pero además, a diferencia de antes, ahora también podía oír el suyo.

—Muy bien, sé perfectamente lo que estás haciendo —dijo Seungmin, asqueado.

—¡Lo siento! —Retiré la pierna.

—Eso no ha tenido ninguna gracia —refunfuñó Félix, pero no hizo más intentos de reanudar el contacto.

Chan insistía en que durante un tiempo mantuviéramos las distancias. Mis emociones solían acabar con lo mejor de mí. Cualquier cosa que conllevara pasión, como la sensación de hambre o el deseo, me obnubilaba por completo y, si nos poníamos juguetones, cabía la posibilidad de que incluso acabara matando a Félix. De modo que estábamos vigilados constantemente, para lo cual se turnaban Seungmin, Chan y Minho.

Félix llegó por fin a la conclusión de que no era un buen maestro de ajedrez y dejó que Seungmin ocupara su lugar. Mi hermano volvió a explicarme las reglas mientras Félix se acomodaba en el sofá.

Su gigantesco perro pastor de los Pirineos blanco, Bokie, le acercó la correa para que saliera a jugar con el. A pesar de que se había alejado de nosotros, mi atención continuaba centrada en él.

—¡Changbin! —Seungmin chasqueó los dedos delante de mi cara, en un intento de apartar mi mirada de Félix—. Si no paras de una vez, pienso obligarlo a que se vaya del salón.

Latido² || [Lixbin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora