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Vamos allá... No digo na.

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Cuando despertó aquella mañana, se extrañó del silencio que reinaba. Estaba demasiado habituada al exceso de ruido que había en su casa y le extrañó no escuchar a sus hermanos medianos pelear o a su madre regañar a los pequeños.

Tras remolonear cinco minutos más, se levantó de la cama con intención de averiguar la razón de aquella tranquilidad. Apareció en el salón rascándose la cabeza y miró la mesa a medio despejar después del desayuno.

-Hija, vaya horas – dijo su madre apareciendo en el salón.

-Perdona mamá, es que ayer al final acabamos tarde en el kings – se disculpó mientras se sentaba – y luego nos pusimos con facturas y al final – tomó la cafetera - ¿No queda café?

-Sí, trae, acabo de hacerlo que sabía que te despertarías buscando cafeína – dijo su madre arrebatándole la jarra para llevarla a la cocina y volver con ella ya llena – toma.

-Gracias – le sonrió agradecida – pues eso, que después nos pusimos con facturas y se nos hizo más tarde aún.

-¿Y te viniste sola? – se sentó a su lado – madre mía, Luisita, con lo poco que me gusta que os vengáis solas a esas horas.

-Mamá si está aquí al lado – continuó – no te preocupes, de verdad – intentó que se calmara – oye ¿y la tropa? – intentó cambiar de tema, la verdad era que no le apetecía escuchar un sermón de su madre a media mañana.

-Pues hija – miró el reloj – las horas que son, los pequeños en el colegio y Manolín y Marisol en el instituto, tu padre y tu abuelo en El Asturiano y yo   poniendo un poco de orden aquí antes de irme a trabajar.

-Es verdad – asintió - que hoy es martes.

-Luisita, hija, ¿estás bien? – se preocupó.

-Sí, es solo que no he dormido bien – tomó su mano de manera cariñosa -he tenido un montón de sueños raros, de pronto estaba en los años veinte como en los años setenta – le contó confundida por la maraña de sueños raros que había tenido esa noche - no entendía nada y no he descansado.

-¿Te quieres echar otro rato?

-No, que va, si además he quedado con Marina que quiero ir a ver un par de pisos antes de comer – Manolita asintió con cariño – ¿hace falta que os eche una mano en El Asturiano?

-No hija, tu padre y tu abuelo se apañan ellos, no te preocupes.

-¿Seguro? Mira que no me importa y lo de los pisos…

-Que no te preocupes de verdad, tu ve a ver esos pisos tranquilamente que aquí nos apañamos bien – le dijo con cariño.

-Oye ¿y Lola? ¿Cuándo llega que aún no me has dicho nada?

-Pues no te he dicho nada, hija, porque ni yo misma lo sé – contestó negando con la cabeza – que no me dice si viene aquí o si se queda en casa de tu hermana María, o se va debajo de un puente y tampoco me dice cuando llega – protestó – yo no sé está niña desde que se separó qué ventolera le ha dado y eso que de todas vosotras era la más responsable, que aquí la de las ventoleras eras tú – señaló.

-Ya estamos – se quejó – que yo no tengo ventoleras, mamá.

-Uy qué no – se rió con ganas – huracanes te dan a ti.

-Ja, ja, ja me parto – dijo irónica – en fin, me voy a duchar que se me hace tarde – se levantó ayudándole a recoger la mesa. – Avísame si sabes algo de mi hermana.

Nuestras Vidas y El TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora