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Buenas noches... Pues ahí vamos, digo yo no?

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Tumbadas en el sofá, disfrutaban de la “calma tras la tormenta”, aún desnudas y tan solo tapadas por una pequeña manta, Luisita acariciaba lentamente la espalda de una Amelia que, tendida sobre ella, dibujaba círculos despreocupados sobre su pecho.

- ¿Estás bien? – preguntó Amelia al sentir que la rubia frenaba su caricia.

- Sí… no… no lo sé, la verdad – dijo sincera.

- ¿Te arrepientes? – cuestionó sin querer mirarla.

- No, lo cierto es que no – contestó levemente – pero no sé… todo esto es raro… hasta esta mañana eras la novia de mi hermana y ahora, míranos – dijo señalándolas y Amelia giró su rostro deja do el mentón sobre el pecho de la rubia.

- ¿De verdad quieres hablar de esto ahora? – no estaba segura de si era el mejor momento.

- En algún momento tendremos que hacerlo – contestó la pequeña de las Gómez – y ninguno será el mejor, así que ¿qué más da?

- Está bien – suspiró hondamente y volvió a posarse sobre su pecho – Luisita yo no sé qué me ha pasado contigo – empezó a decir con cautela – pero desde el mismo día en que te vi, sentí algo aquí dentro que me llevaba a ti – afirmó poniendo el corazón en sus palabras – y estar con Lola dejó de tener sentido porque en lo único en que pensaba era en cuándo volvería a verte y me ponía mal si te veía tontear con otra.

- Con Lourdes – dijo entendiendo ahora algún que otro comportamiento por parte de la morena.

- Sí, la pija esa – afirmó y Luisita no pudo evitar una pequeña risa ante tal apodo – no te rías, me cae fatal – declaró rotunda.

- Pero si ni siquiera os conocéis – dijo ciertamente sorprendida por aquea salida de la morena.

- No, ni ganas – afirmó - el caso es que era como si yo tuviera que estar contigo- continuó con su relato anterior – como si tuviéramos que estar juntas, yo que sé – se elevó de hombros – como si nos conociéramos de otra vida…

- De otra vida – Luisita, que aún no terminaba de procesar todo lo acaecido con la bruja, no pudo más que sacar una sonrisa - ¿Crees en esas cosas? - preguntó curiosa.

- Hasta antes de conocerte, no, ni de coña – sonrió y volvió a mirarla – pero Nacho sí, mucho, creo que por eso tu hermana María y él se entienden tan bien – Luisita asintió – y siempre me ha estado hablando de estas historias y la última vez que hablamos… no sé, pensé que tal vez eso nos pasaba a nosotras… ¿Te parece una locura?

- No, no me parece una locura – contestó, porque al final, después de lo de aquella mañana, ni se lejos era una locura - ¿Qué vamos a hacer ahora? Mi hermana cree que he venido a sacarte información – dijo con pesar – a averiguar quién es la “zorra” por la que has terminado con ella… y resulta que la zorra soy yo – con la mano libre se tapó la cara con las manos en señal de frustración.

- Eh eh eh – se incorporó un poco para encararla – tu no eres ninguna zorra, intentaste que esto no pasara, es más, las dos lo intentamos y si alguien es culpable de algo aquí, esa soy yo – afirmó rotunda.

- No, Amelia, no, es mi hermana y...

- Y era yo la que tenía pareja – rebatió – la que tenía que haber parado esto antes o intentar no sentir lo que sentía o… no sé, pero tú no eres la culpable.

- No creo que Lola lo vea así – continuó – al contrario…

- Luisita, cariño yo…

- Es la tercera vez que me dices así, ¿sabes? – sonrió de lado.

- Ah ¿Sí? – preguntó extrañada, ni siquiera se había dado cuenta.

- Sí, y antes también dijiste “mi amor” – sonrió más ampliamente al ver su rostro desconcertado – y una vez dijiste que muy enamorada tenías que estar para llamar así a alguien – miró a los ojos de Amelia. La morena correspondió a su mirada y sin decir ni una sola palabra, sintieron que se lo estaban diciendo todo.

Amelia se irguió un poco más y atrapó los labios de Luisita. El beso fue correspondido al instante, de manera lenta y tierna se estaban diciendo más de lo que serían capaces de expresar con palabras. Al separarse, Luisita peinó levemente el pelo de Amelia y está volvió a su posición inicial.

- No quiero haceros daño – susurró lentamente – no quiero que por mi culpa Lola y tú…

- Yo tampoco quiero hacer daño a mi hermana – contestó – pero esto es más fuerte que yo – dejó un beso en la cabeza de la morena – jamás me había sentido así con alguien… jamás.

- Yo tampoco – contestó - pero todo va a ser muy difícil, Luisita…

- ……. Esto no va a ser nada fácil.

- Pero me da igual. Mientras estemos tú y yo juntas, la gente me da igual, Amelia.

- Pero están tus padres, tu familia, tus vecinos…

- Me da igual. Ahora mismo mi prioridad eres tú, Amelia.

- Ya sé que no va a ser fácil – contestó volviendo a ella, sintiendo el leve cosquilleo que las lentas caricias de Amelia provocaban en su pecho – y que quizás tendríamos que terminar con esto aquí, y ahora – contestó – pero es que no puedo… no puedo alejarme de ti – la apretó contra ella, como si quisiera retenerla para siempre – sé que no puedo…

- ¿Y entonces? ¿Qué hacemos? – dijo algo perdida con todo aquello, pero sintiendo exactamente lo mismo que Luisita.

- No lo sé – se elevo de hombros porque ella también estaba muy perdida.

- Tal vez… - volvió a mirarla de nuevo – tal vez podríamos mantenerlo en secreto un tiempo – dijo con dudas en la voz – no sé, hasta que veamos que tu hermana lo pueda aceptar o…

- Amelia, no puedo pedirte que hagas eso, ni siquiera sé si yo quiero hacerlo – contestó con las mismas dudas.

- Es que no me lo estás pidiendo tú - afirmó rotunda - te lo pido yo porque
creo que si queremos estar juntas, de momento es la única manera… podríamos intentarlo – terminó de decir esperando que la rubia dijera algo.

Luisita no pudo evitar ver la paradoja de todo aquello. De todas las vidas en las que había amado a Amelia, o a las distintas versiones de Amelia, ésta era la única en la que nada le impedía vivir su amor en libertad y sin embargo, iba a esconderse de nuevo.

Se miraron una vez más, Luisita le sonrió a modo de respuesta, como sellando aquel acuerdo secreto entre ambas. Sintiendo un ligero, profundo y extrañamente conocido cosquilleo en el fondo de su corazón. Sonrieron nerviosas sin saber si hacían o no lo correcto y sin querer tampoco pensarlo demasiado y al final, Amelia volvió a erguirse y atrapó de nuevo aquella boca que la llamaba profundizando el beso al instante. Luisita gimió y por los movimientos que empezaba a hacer inconsciente su cuerpo, ambas sabían que ese era el primer gemido de muchos más aquella tarde/noche de invierno.

Nuestras Vidas y El TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora