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La mañana de la boda fue un ir y venir de últimos preparativos, de fotos, de risas, de emociones, de peinados, de vestidos, de nudos de corbata que por los nervios parecían imposibles, de más risas y de más lágrimas.

Luisita, en la casa familiar, se reía viendo cómo María correteaba detrás de los pequeños que habían decidido que, para ellos, era mejor ir desnudos a la boda que ponerse esa ropa tan seria y aburrida. Manolita amenazaba con dejarlos en casa y perderse la fiesta si no hacían caso y Marcelino volvía al salón por quinta vez.

- Manuela que no, que yo no soy capaz de hacerme el nudo de esta corbata del demonio – decía desenredando la tela que llevaba al cuello.

- ¡Pero si te has puesto corbata mil veces! ¿Cómo no vas a saber ahora hacerte el nudo? – protestó.

- Que no puedo Manuela, que no – dijo haciendo un nuevo intento sin lograrlo.

- De verdad, hijo, que pesado eres – protestó levantándose y dejando a Luisita con las uñas a medio hacer – no te muevas mucho – le advirtió a su hija.

- Tranquila – sonrió emocionada. El timbre de casa sonó y se levantó llegando a la puerta. Con cuidado de no estropear el trabajo de su madre abrió encontrándose frente a ella a una Lola que la miraba emocionada.

- Hola – saludó con calma.

- Hola – contestó emocionada – no sabía si al final vendrías.

- Ya, perdón por eso – le dijo sonriendo de lado – tenía que haberte dicho que sí en el momento en que me llamaste.

- Bueno, estás aquí, que es lo que importa – contestó.

- Luisa, hija entrad ya, que se nos va a echar el tiempo encima y tienes que terminar de arreglarte – les dijo Manolita.

Ambas entraron y sonriendo levemente se sentaron en el sofá. Manolita, atareada con los niños le pidió a Lola que terminara de  pintarle las uñas a Luisita, así que, con  cierto recelo al principio por toda la situación, tomó la mano de su hermana y siguió con la tarea que había dejado su madre.

- ¿Recuerdas la primera vez que te pintaste las uñas? – dijo Lola sonriendo ampliamente – te llegaba el esmalte hasta la muñeca y tú toda orgullosa.

- Me acuerdo – sonrió ella también – te había visto a ti pintártelas y quise hacer lo mismo.

- Sí, con mis esmaltes – continuó riendo – me los mezclaste, tuve que tirarlos.

- Buscaba el color perfecto – continuó – al final me limpiaste las manos y me las volviste a pintar del único color que se salvó.

- Sí, un naranja chillón horroroso - Recordó.

- Jajaja sí, mamá quería quitármelo pero hice tal berrinche que me fui al cole con él – afirmó recordando todo.

- Hiciste que yo me despintara las uñas para que lo hicieras tú – dijo con cariño.

- Sí… - contestó sonriendo con lejanía.

- Luisi yo…

- No – cortó – no quiero disculpas porque aquí todas lo hicimos mal. Nunca quise hacerte daño, Lola, eres mi hermana y te quiero mucho.

- Yo también a ti, pequeña loca rubia – le dijo con cariño – desde el mismo día en que mamá te trajo a casa.

- Prométeme que no nos alejaremos más…

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