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Gracias por la acogida, y espero que la historia os vaya gustando, segundos con el comienzo.

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A pesar de la apariencia exterior del edificio, el interior sorprendió a una Luisita que no esperaba verlo todo tan cuidado, tan limpio y tan ordenado. Incluso llegó a sentirse mal, Luisita nunca fue de juzgar a nada ni a nadie por una apariencia, incluso más de una vez había tenido discusiones con quién sí lo hacía. Sin embargo, había juzgado aquel lugar por la fachada tan descuidada y por qué no decirlo, por la prejuiciosa palabra “Okupa”. Se regañó mentalmente a sí misma, ella no era así y definitivamente no le gustaba ni tan siquiera parecerlo.

Un chico alto, delgado, algo destartalado, vestido con unos vaqueros rotos y una camiseta blanca, larga y algo vieja, sacó a Luisita de sus pensamientos y las invitó a pasar al salón y esperar allí. Se sentaron en un par de sillas de madera junto a la mesa. El salón no era demasiado amplio, pero tampoco estaba muy recargado y tenía los muebles justos para que fuera funcional. Estuvieron allí esperando lo que a Luisita le pareció una eternidad. En realidad, tan solo fueron cinco minutos.

- Como no venga pronto esta mujer yo me voy, María – le advirtió mirando la hora en su móvil.

- Pero si acabamos de llegar, no hace ni diez minutos – contestó.

- Mas que suficientes – murmuró mirando a su alrededor una vez más.

- ¿Quieres dejar de protestar? Para eso, te podrías haber quedado en casa.

Luisita la miró estupefacta. No podía creer que, después de lo pesada que se había puesto, después de rechazar una y otra vez su negativa, después de haberle pedido hasta el cansancio que la acompañara, ahora le decía que podría haberse quedado en casa. “¡Dios, a veces la mataría!” pensó para sí misma y antes de poder poner en palabras sus pensamientos, escuchó el sonido de una puerta abrirse.

- Hola – dijo una voz tras ella – perdonad la espera, la sesión anterior se ha alargado un poco – se excusó la mujer.

Ambas hermanas se dieron la vuelta para descubrir a quién entraba. Frente a ellas una mujer mayor a lo que habían imaginado se presentaba ante ellas con una sonrisa afable. Vestida con un traje de flores veraniego, llevaba en la mano un anillo adornado con una enorme piedra. De su cuello caían varios colgantes hechos a base de cuerdas y piedras de distintos tamaños y colores. Luisita debía reconocer que esa mujer era muy del estilo de su hermana María. Incluso, si se pudiera imaginar el futuro, veía a su hermana muy parecida a esa mujer que tenía frente a ella.

- Encantada – dijo María acercándose entusiasta – y gracias por recibirme.

- No es nada. Es un placer – las miró a ambas y sonrió. Luisita, sorprendentemente en ella, pensó que había un “halo místico” en su sonrisa – y bien, ¿Cuál de las dos entrará primero?

- Ella, ella – se apresuró a aclarar la rubia - Yo no vengo a… vamos que yo no…

- Una pena – contestó la mujer mirándola con una cierta intensidad que empezó a incomodar a la rubia – en fin, otro día quizás – le guiñó un ojo - ¿Vamos entonces? – le preguntó a María que no entendía muy bien qué había pasado ahí.

- Eh.. sí, claro, sí – contestó andando tras ella y desapareciendo de nuevo de la sala.

Media hora. Media eterna y soporífera hora llevaba Luisita esperando a que su hermana al fin saliera de dónde fuera que estuviera. Durante varios minutos incluso llegó a imaginarse un escenario totalmente macabro donde a su hermana le estaban haciendo uno de esos rituales satánicos que alguna vez vio en alguna serie de televisión. Se rió de sí misma, para no creer en esas cosas, se estaba montando una película digna de cualquier metraje americano de serie B.

- Muchas gracias, de verdad, ha sido muy intenso y muy guay – decía María entrando de nuevo a la sala, Luisita al fin respiró aliviada. Por fin iba a salir de ahí.

- Me alegro y ha sido todo un placer y un descubrimiento – contestó la mujer con una sonrisa amable. Se volvió de nuevo a la rubia - ¿Estás segura que no quieres probar? – le preguntó acercándose a ella.

- No. En serio. Yo no creo en estas cosas – le dijo poniéndose nerviosa al ver su cercanía.

- Entiendo – tomó su mano. Luisita, para su sorpresa, no se lo impidió – uhm – cerró los ojos un segundo.

- ¿Qué hace? – preguntó la rubia intentando separarse.

- Sh, sh, sh – la calló poniendo una de sus manos en la frente de la más pequeña quién se quedó inmóvil ante aquel acto.

- ¡María! – Luisita, en un susurro, pidió ayuda a su hermana.

- ¿Qué hago? – preguntó tan confusa como ella.

- No lo sé, pero haz algo – volvió a pedir mientras que aquella mujer continuaba atrapando una de sus manos y con la otra tocaba su frente. Mantenía los ojos cerrados y parecía estar en trance - ¡MARIA! – Elevó más la voz en señal de protesta. La mujer abrió los ojos y quedó mirándola.

- Qué amor más bonito tuviste – pronunció sonriendo levemente, casi con cariño en la mirada. Luisita enmudeció. La mujer bajó la vista hacia su mano, la miró detenidamente, amplió su sonrisa, palmeó con delicadeza sobre ella y finalmente la soltó.

- Te lo dije, María, que estas cosas no son más que inventos – espetó Luisita cuando se sintió liberada y recuperó el habla – palabrerías para sacar el dinero a la gente y esta señora se acaba de delatar ella sola – la señaló sin ningún pudor, no sabía por qué pero de pronto estaba realmente enfadada – no he tenido ningún amor, ni siquiera me he enamorado nunca – le recriminó. La mujer sonrió con cierta superioridad.

- No he dicho que fueras tú – sentenció dejando a la rubia, una vez más, sin palabras.

- Ahhgg – protestó sin saber qué más decir – vámonos de aquí, María – se encaminó a la puerta con pasos firmes.

- Pero…

- ¡Ahora! – interrumpió a su hermana sin opción a réplica y salió de aquel edificio como alma que lleva el diablo.

En el coche se mantenía en silencio. Iba atenta al tráfico y a la carretera e intentaba olvidar por completo aquel episodio. Ni siquiera quería pensar en el numerito de aquella señora, si lo hacía su enfado aumentaba. Nunca entendió como había gente que se lucraba con la desesperación de las personas o jugaba con sus ilusiones como esta mujer había hecho con su hermana.

- Aún no puedo creer todo lo que ha pasado ahí dentro – dijo María en un momento en que se pararon en un semáforo.

- Definitivamente, yo tampoco – contestó – está claro que nos ha querido engañar y…

- ¿Engañar? – la miró descolocada – Luisi, me ha dicho cosas que...

- ¿Pero es que aún te la crees después de lo que me ha dicho a mi? Y en contra de mi voluntad, además – cortó a su hermana indignada por toda la situación.

- Pues… - miró a la rubia de soslayo.

- No me lo puedo creer – dio un pequeño golpecitos en el volante – de verdad que no te creía tan ingenua.

- Es que lo que me ha dic

- Mira ¿sabes qué? Que no quiero saberlo – volvió a cortarla una vez más y María no insistió. Por experiencia sabía que cuando su hermana se ponía así era como hablar con una pared.

Nuestras Vidas y El TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora