Capítulo 33

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POV poche

No es una estantería lo que se mueve. Es la chimenea. Gira, tal y como sale en las películas. Doy un respingo mientras veo cómo gira y dejo los brazos a ambos lados del cuerpo al tiempo que la mujer que ha protagonizado mis pesadillas durante la última semana aparece en la habitación.

La chimenea gira de nuevo y regresa a su posición original. Es más corpulenta de lo que recordaba, pero su seductor olor cítrico y amaderado sigue siendo el mismo, salvo que, en esta ocasión, se mezcla con el del cuero y el de los libros.

El pelo, cortado a la perfección con un estilo que yo llamaría «no me toques los cojones», es casi del mismo color castaño que los ojos. Unos ojos que parecen arder como dos ascuas mientras recorren lentamente mi cuerpo desnudo. Antes, cuando me quité la gabardina, me sentí atrevida. Enfadada. Indignada. Asqueada con mi marido por haberme puesto en esta tesitura. Quitarme la gabardina me dio una falsa sensación de valor, porque la adrenalina empezó a correr por mis venas.

Pero ahora tengo ante mí la realidad. Me estoy enfrentando a una mujer que podría ponerle fin a mi vida con la misma facilidad con la que yo aplasto un mosquito. En esos labios carnosos aparece un gesto que supongo que podría tildarse de sonrisa, pero que no lo es. Es demasiado chulesca y autoritaria. Como si se estuviera riendo a mi costa. Algo que seguro que está haciendo.

Espero a que hable, pero guarda silencio. Su examen acaba cuando me mira a los ojos. Quiero apartar la mirada, pero es imposible. Su presencia parece un ente físico. La usa para inspirar miedo, y lo consigue. No sé cómo describir exactamente la sensación, pero imagino que me sentiría igual si un caimán gigante estuviera a punto de cerrar las fauces sobre mi cabeza para arrastrarme al fondo del pantano. Lo siguiente será el revolcón mortal. No puedo permitir que se acerque a mí o lo llevaré crudo.

Cuando laura me describió el poder, la presencia y el carisma que emanaba esta mujer, no comprendí lo que me estaba diciendo. Ahora empiezo a hacerlo.

«No le demuestres miedo. No le demuestres miedo»

Me repito una y otra vez mientras espero a que hable. Después de lo que me parece una eternidad, solo pronuncia tres palabras con una voz grave y seria:

—Date la vuelta.

Cuando me di media vuelta para enseñarle la espalda a la cámara de la esquina y hacerle las dos peinetas, pensé que había un cincuenta por ciento de probabilidad de que me estuviera mirando. También fue la adrenalina la que impulsó esa proeza disparatada, pero resulta que a estas alturas me ha abandonado.

Ansío reunir de nuevo los restos de mi rebeldía, pero soy incapaz. Me doy media vuelta sobre los zapatos de tacón, que es lo único que me he dignado ponerme de las prendas que me ha mandado, y le enseño la espalda.

Mantengo los hombros erguidos, por la tensión y el orgullo. «No le demuestres miedo», me repito.

El suelo de madera cruje cuando da un paso hacia mí y se acerca lo bastante como para que perciba el calor que irradia su cuerpo.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora