Capítulo 27

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Tengo que morderme la lengua para no decirle que mi vida seguramente no vaya a ser muy larga y, en cambio, sigo el contoneo de su falda retro de color rosa, con un cancán negro que asoma por debajo del dobladillo, cuando sale delante de mí del salón de tatuajes.

La cafetería de al lado en realidad es una pastelería especializada en dónuts llamada «Tu agujero preferido». Nunca he entrado porque cada dónut que como se me va al culo que quería tatuarme y casi todos los vaqueros que tengo ya me van justos.

La mujer pide por las dos sin molestarse en preguntarme qué me apetece. La camarera nos prepara las bebidas en tiempo récord y nos da una bolsa con bolitas de dónut.

—Este es para ti. -- Señala con la cabeza uno de los vasos y coge el otro más la bolsa de bolitas para llevárselas a una mesa. Cojo el café y la sigo.

—Me llamo Delilah, por cierto. --dice al tiempo que extiende la mano libre.

—María José .

—Garzón , ¿verdad? Me lo he supuesto después de lo que has dicho. No mucha gente puede repetir ese desastre. Pero, la verdad, me ha parecido reconocerte antes de eso. Haces un whisky irlandés que es el mejor. Me encanta el de malta, y también ese cóctel que haces con limonada y una hojita de menta. De verdad, está de muerte. —Hace una pausa—. Y, para que lo sepas, siento muchísimo lo de tu marido. Pasara lo que pasase, fue espantoso.

--Por algún motivo, me entran ganas de llorar, pero me contengo. Ya he llorado más de la cuenta por mario. 

En cambio, replico:

—No sabes cuánto. -- Bebe un sorbo de café antes de soltar el vaso en la mesa.

—Te creo. Bueno, ¿vas a contarme qué te ha llevado a querer tatuarte eso? Porque te sorprendería la cantidad de anécdotas que puedo contarte que empiezan con nuestra negativa a tatuarle el culo a alguien.
-- Por un instante, se me pasa por la cabeza contarle en el lío en el que estoy metida, pero no puedo arriesgarme a poner a otro inocente en el disparadero. O, para ser exacta, en el punto de mira.

—A lo mejor tengo ganas de declarar mi independencia -- respondo sin entrar en detalles.

—Lo que implica que tienes la sensación de que alguien intenta arrebatártela. -- La miro fijamente al oír un comentario tan sagaz.

—¿Eres tatuadora o psicóloga?
-- Se echa a reír y mete la mano en la bolsa para sacar una bolita. Y, Dios, huelen de maravilla. Canela, azúcar y toda esa deliciosa masa de dónut. Me tienta la idea de coger una, pero me contengo bebiendo un sorbo de café. Que sabe mucho a como huelen las bolitas de dónut.

—Ejerzo un poco de ambas profesiones todos los días. He visto un montón de cosas. Y he oído muchas más.
-- Echa un vistazo por el local como si quisiera asegurarse de que nadie nos oye antes de continuar.

—Sé que no me conoces, pero voy a darte un consejo. Supongo que estás metida en un buen lío, sobre todo teniendo en cuenta el coche con ventanillas tintadas que está aparcado al otro lado de la calle y el tío que finge no estar vigilándote.

Hago ademán de volver la cabeza hacia el escaparate, pero ella me lo impide al tirarme una bolita a la cara que me pega en la frente, distrayéndome.

—¡Oye!

—No mires. -- Empieza a latirme la cabeza, de modo que bebo un buen sorbo del café con la esperanza de que el chute de cafeína corte de raíz el incipiente dolor de cabeza.

—Vale, vale. ¿Qué me ibas a decir?
--le pregunto al tiempo que dejo el vaso entre nosotras.

—Aunque tal vez quieras dejar clara tu independencia, e incluso mandar un claro mensaje a alguien, te sugiero que lo hagas de una forma algo menos permanente que un tatuaje en el culo. Lo de que te vas a arrepentir toda la vida no es broma.

Aunque me ha dicho que no mire, vuelvo a levantar el vaso de café con gesto tranquilo y vuelco la bolsa con las bolitas de dónut, de modo que se desparraman sobre la mesa. Mientras Delilah está distraída, echo un vistazo. Y sí, hay un hombre trajeado apoyado en una farola, con un periódico debajo del brazo. Un BMW negro está aparcado en la plaza que tiene delante. Delilah me pilla.

—Te he dicho que no mires.

—¿Importa mucho?

—¿El hecho de que te esté siguiendo y de que lo sepas, y de que él también sepa que lo sabes? -- Se encoge de hombros.

— No lo sé. Depende de con quién estés tratando. -- Bajo la mirada al vaso y jugueteo con la tapa.

—Mierda. Es jodido, ¿verdad?
--Solo atino a asentir con la cabeza.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora