Capítulo 18

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Cruzo los brazos a la altura del pecho, abrazándome con fuerza antes de retroceder de espaldas hasta que las corvas rozan el sofá de laura y caigo sentada de culo.

—¿Qué pasa si… qué pasa si no pago? ¿Qué pasa si le digo que era cosa de mario y que está muerto y que a mí me deje tranquila? Al oírme, el precioso rostro de laura se queda blanco.

—María jose —me dice, y me tenso cuando pronuncia mi nombre, porque nunca lo usa

—. Ni se te ocurra tirar por ahí.

—¡No tengo alternativa! No tengo el dinero. Laura cruza la habitación despacio y se sienta en el sofá, a mi lado.

—La última mujer que se la jugó a Daniela calle acabó en la morgue. Se me pone la piel de gallina y trago saliva.

—¿La mató?

La forma en la que laura niega lentamente con la cabeza me hiela la sangre en las venas.

—Daniela calle  ya no tiene que encargarse del trabajo sucio en persona. Pero a esa zorra la rajaron a conciencia. Murió desangrada.

Me imagino a una mujer, desangrándose en un callejón oscuro, con una raja de oreja a oreja, pero laura sigue hablando.

—Dicen que su gente la puso hasta arriba de anfetas y la obligaron a bailar descalza sobre un montón de cristales rotos hasta que al final se cayó y consiguió coger un trozo. Se cortó las venas ella misma para acabar rápido.

Siento una arcada al imaginarme semejante brutalidad en multicolor. Me levanto de un salto del sofá, tapándome la boca con una mano y voy corriendo al cuarto de baño. Laura me sigue deprisa y me aparta la melena castaña con un mechón blanco de la cara.

—No debería habértelo contado. Pero no se me ocurre qué más hacer para que comprendas a qué te enfrentas. Ni te cuento lo que le hicieron al novio de la chica. Fue incluso peor.

Tengo otra arcada y siento cómo la bilis me quema la garganta al vomitar. Laura me frota la espalda hasta que me paso una mano por la boca.

—¿Agua? —Más que hablar, parece que grazno.

—Claro, cariño.

Salgo del cuarto de baño detrás ella y regreso a la cocina mientras pienso en los trozos de cristal que ha limpiado hace nada, salvo que ahora me los imagino clavándose en las plantas de mis pies mientras la sangre mancha el suelo. Laura desliza una botella de agua por la encimera, con el tapón ya quitado, y bebo un sorbo con mucho tiento.

—¿Qué hago? Me cubre la mano libre con la suya.

—Qué hacemos, cariño. Porque si no le das a esa mujer lo que le debes, no se detendrá contigo. Irá a por todos tus seres queridos.

Casi vomito el sorbo de agua.

—Ay, Dios, tengo que irme. No puedo involucrarte…

—Demasiado tarde. Daniela calle no da un paso sin conocerlo todo acerca de su objetivo.

—Mis padres… mis hermanas… Laura asiente con la cabeza.

—Y tus amigos. Tus empleados. Cierro los ojos.

—Dijo… Dijo que estaba dispuesta a aceptar otra cosa a cambio. —Detesto hablar de esa opción en voz alta, pero soy incapaz de imaginarme las consecuencias del resto de alternativas sin correr de vuelta al cuarto de baño.

—¿El qué?

Trago saliva de nuevo para contener las náuseas antes de contestar:

—A mí.

—El fin, joder.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora