Capítulo 52

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Solo hay una prenda colgada en el enorme vestidor: un vestido negro de seda, con un pronunciado escote de pico que es imposible que me tape las tetas y dos rajas a ambos lados de la falda que suben hasta las caderas.   

Echo un vistazo para buscar la lencería a juego, pero no hay nada. Miro en todos los cajones del mueble central, pero están vacíos. Así que básicamente espera que parezca un zorrón elegante para cenar. Genial. 

Algo dorado me llama la atención, algo que cuelga de la percha donde está el vestido. Una cadena de oro con un diminuto candado. ¿El símbolo de mi cautiverio? Como si necesitara el recordatorio… Al coger el vestido de la percha, cae una nota al suelo y me agacho para cogerla.

Cámbiate de inmediato. No te saques el vibrador del coño.

La arrogancia de su voz resuena en mi cabeza, como si acabara de oír las palabras que ha escrito. «Que te jodan», es lo primero que se me ocurre después de leer la nota.

Ahora mismo, me duele la mano y estoy un poco borracha, y no estoy dispuesta a obedecer ciegamente a Calle como hace todo el mundo. A lo mejor es el champán lo que otorga esta valentía; pero quiero pensar que no, porque tampoco estoy tan borracha.

Si lo estuviera, no me dolería la mano. Y no solo la mano. Porque cuando Temperance me ha contado lo que Mario intentó que hiciera, me ha dado un bajón. Me escuecen los ojos por las lágrimas mientras me apoyo en la cajonera para sostenerme.

Me tienta la idea de acurrucarme aquí en el vestidor y echarme a llorar. Pero me detiene una cosa. O, mejor dicho, me detiene una mujer.

-—¿Eres incapaz de seguir una sola orden? Porque te creía más lista.

Levanto la cabeza y veo a Daniela Calle en la puerta del vestidor, después de haber hecho otra de sus silenciosas entradas.

-—¿Cómo lo haces? Y ¿por qué? —Frustrada, resoplo.

-—¿Sabes qué? No me contestes. Me da igual. Esta noche no estoy de humor para lidiar con tu chulería y tus chorradas. Me importa una mierda todo.

Su expresión se vuelve más malévola con cada palabra que sale de mis labios, lo que me indica que estoy adentrándome en terreno peligroso.

-—¿Qué coño acabas de decirme?

Luchar o morir en el intento. ¿No es eso lo que he jurado hacer?

-—He dicho que no estoy de humor.

Entra en el vestidor y cierra la puerta. No sé si es para hacer el numerito de aquí mando yo o qué, pero la estancia parece disminuir de tamaño al instante.

-—Repítelo —me ordena.

Enderezo la espalda y enfrento su negra mirada.

-—No estoy de humor para lidiar con otra gilipollas esta noche, joder. ¿Vale? —Levanto las manos

como si ya no supiera qué hacer con ella. Algo que es cierto. La expresión de Calle pasa de la furia a la rabia en décimas de segundos y su voz se convierte en un susurro ronco:

-—¿Quién coño te ha tocado?
Rodarán cabezas y seré yo quien lleve el hacha.

Antes de saber lo que sucede y a la velocidad de la luz, extiende un brazo y me agarra la mano herida por la muñeca. Ahora mismo, estoy intentando asimilar sus amenazas y sus movimientos; y desde luego que me arrepiento de haber bebido champán.

-—¿Qué? Nadie. Bueno, nadie más que tú. Y supongo que Cicatriz cuando me lleva de un lado para otro como si fuera una inválida incapaz de andar.

-—Entonces, ¿qué cojones es esto? —Me levanta la mano mientras mira la gasa y el esparadrapo.

-—Nada —contesto con voz temblorosa, aunque estoy luchando contra el miedo.

La miro mientras ella examina la evidencia de mis habilidades con el botiquín de primeros auxilios y, después, me mira a los ojos. De forma penetrante. Calculadora. Crítica. Me suelta la muñeca tan rápido como la ha cogido.

-—Inclínate hacia delante y enséñame el coño. Me quedo boquiabierta por el brusco cambio de actitud.

-—Ahora. —La palabra resuena en el vestidor.

En la vida me han dado una orden tan imperiosa y jamás me he arrepentido tanto de una decisión como de la que tomé hace un rato, cuando decidí no meterme el vibrador.

Decidida, trago saliva para controlar el miedo. Hace unos minutos, estaba dispuesta a aceptar mi castigo, y no me voy a acobardar ahora. Me pongo de espaldas a ella y me agacho al tiempo que me levanto la falda.

Ella tarda menos de un segundo en percatarse de lo que falta.

-—Te he dado una puta orden, una sola, y tú ni siquiera eres capaz de seguirla. —Me baja la falda de un tirón.

-—Ponte derecha.

Lo hago y me doy media vuelta para mirarla, porque no me fío de tenerla a mi espalda.

-—¡Siento mucho haberte jodido el plan de controlar mi vida por haberme cortado la mano mientras intentaba seguir tus órdenes!

Su expresión se vuelve inescrutable mientras me coge de nuevo por la muñeca y me extiende los dedos.

-—Has dicho que no era nada.

-—Para ti, no lo es. Algo grave sería una extremidad arrancada. ¿O una decapitación?

Tira de mí mientras abre la puerta del vestidor y me lleva al cuarto de baño. No me suelta mientras rebusca en los cajones.

-—Suéltame. —Intento zafarme de su mano, pero es como si llevara un grillete.

-—No hasta que compruebe que no me estás mintiendo.

Por fin encuentra unas tijeras de manicura con las que corta la gasa y el esparadrapo por el dorso de la mano. Después me quita la gasa y me pone la palma hacia arriba.

La veo respirar por la nariz mientras examina el corte y cuando esos ojos oscuros se clavan en los míos, no sé qué esperar de ella.

-—¿Cómo te lo has hecho? Y déjate de cuentos, María José. Quiero la verdad.

Siento que la saliva se me acumula en la boca y trago antes de explicárselo.

-—Tiré al suelo la botella de champán que mi asistente trajo para celebrar el nuevo contrato y se rompió. Cuando me agaché para recogerla, me corté.

Afloja la fuerza con la que me sujeta la muñeca mientras me vuelve la mano a un lado y al otro para examinar mejor el corte a la luz.

-—No necesita puntos.

Abro la boca para decirle que ya lo sé, pero la cierro cuando pasa la yema del pulgar en paralelo al corte, sin llegar a tocarlo.

-—Pero te puede dejar cicatriz.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora