Capítulo 49

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Mi marido era un estafador y un cocainómano, además de un hijo de puta que me puso los cuernos. Asimilo la realidad mientras acepto la botella de manos de Temperance.

-—Desde luego.

Saco los vasos que tengo en el aparador de detrás de mi mesa, y que uso para exponer las distintas botellas de Garzón guzman que hemos comercializado a lo largo de los años, y las coloco sobre el protector de la mesa.

Descorcho el champán sin que se derrame y lleno los vasos casi hasta el borde.

-—¡Hala! Se te ha ido un poco la mano, ¿no? —dice Temperance.

En vez de responder, levanto el vaso y ella hace lo mismo.

-—Sláinte.(salud)

Brindamos y bebo un generoso trago. Tiene el punto perfecto de dulzor y sequedad, y un extra añadido: las burbujas se me suben directas a la cabeza mientras me concentro en beberme el vaso entero. «Sí, esto es justo lo que necesito esta tarde», me digo.

Dejo el vaso en la mesa y le doy la vuelta a la botella para mirar la etiqueta con atención. No reconozco la marca, pero eso no significa nada. No estoy al día en cuanto a vinos.

-—Buena elección —digo mientras me relleno el vaso.

Miro a Temperance y descubro que ella me está mirando.

-—Sé que los últimos meses han sido difíciles. Si puedo hacer algo más, si te puedo ayudar con algo, dímelo. Estoy aquí para lo que necesites.

Es una chica muy dulce y una empleada ejemplar, pero no tiene ni idea del motivo por el que me encantaría beberme la botella entera.

A lo mejor estoy borracha cuando llegue al piso de calle… Tan pronto como ese pensamiento se me pasa por la cabeza, sé que es un error. Necesito estar al cien por cien cuando me enfrente a ella y, aunque me puedo pasar el día entero bebiendo whisky sin emborracharme, el champán es harina de otro costal.

-—Si alguna vez te apetece hablar de lo que ha pasado…

Me llevo el vaso a los labios otra vez y, después de soltarlo en la mesa, coloco las manos en el regazo.

-—Bastantes responsabilidades tienes ya. Joder, te mereces un aumento y en cuanto cobremos el cheque de los Voodoo Kings, me encargaré de que lo tengas. La emoción le ilumina la cara.   

-—¿En serio? Genial. La última vez que me ofrecieron un aumento me negué por las condiciones. —Tan pronto como lo dice pone cara de desear no haber hablado.

-—¿De qué hablas? ¿Fue aquí?

En su cara hay una expresión culpable mientras niega con la cabeza efusivamente.

-—No. Hummm… fue en otro trabajo. En otro sitio.
La observo con atención.

-—Mentir se te da fatal.

Esta vez es ella la que se bebe el vaso de champán de un trago.

-—Cuéntamelo.

Tengo un mal presentimiento que me está formando un nudo en la boca del estómago. Intuición. Ya era hora de que la desarrollara.

-—No debería. Ya no importa.

Apoyo los codos en la mesa con el vaso sujeto entre los pulgares y los índices.

-—Dímelo y ya, joder. Sea lo que sea, se quedará entre nosotras y tu trabajo no se verá afectado en absoluto. Te lo prometo.

Mis palabras son ciertas, porque no puedo permitirme el lujo de perderla. Temperance se llena el vaso y bebe otro sorbo.

-—Digamos que si no hubieras sido mi ídolo empresarial y que si el mercado laboral no estuviera tan mal, me habría largado en cuanto Mario entró en escena.

-—¿Qué te dijo?

Se queda blanca de repente y recorre el despacho con la mirada, dispuesta a detenerse en cualquier cosa menos en mi persona.

-—Solicité un aumento de sueldo, pero no me di cuenta de que tú habías salido porque tenías una reunión. Fue mario quien recibió la solicitud, así que me llamó a su despacho para discutir el tema.

Bebe otro trago de champán, como si necesitara el valor que infunde el alcohol. Yo, al contrario, lo necesito para enmudecer la rabia que me consume.

-—¿Y?

-—Me dijo que si quería un aumento, tendría que ganármelo a la antigua usanza. Pensé que se refería a que tenía que trabajar más.

Hace una pausa y aprieta los labios como si no quisiera seguir contando la horrible verdad. Asiento con la cabeza para invitarla a continuar.

-— Se bajó la cremallera de los pantalones y me dijo que ya podía hacerle una mamada.

Se atraganta con la última palabra, y en este momento estrangularía a mario de buena gana si estuviera vivo. Extiendo un brazo para coger la botella de champán y rellenar los vasos.

-—Lo siento mucho, joder. No sé cómo pedirte perdón. Deberías haber renunciado al puesto. Joder, deberías haberlo denunciado por acoso sexual. Yo lo habría hecho en tu lugar.

Se produce un silencio momentáneo mientras bebemos.

-—Estuve mirando para ver si encontraba otro trabajo. No voy a mentirte al respecto. Pero no encontré nada comparable a esto. Me quedé por motivos egoístas, la verdad, y porque le dije a mario que como alguna vez me propusiera algo similar, se lo diría a mi hermano y él se la cortaría con un cuchillo y después lo filetearía como si fuera un pescado.

Sus palabras me hacen enderezar la espalda.

-—¿Y tu hermano habría…?

-—Si tú tuvieras un hermano, ¿no lo haría? —replica ella.

-—¿Se lo dijiste a tu hermano?

le pregunto, después de que se me venga una idea a la cabeza. Ella pone los ojos como platos.

-—No. Dios mío. No. No tuvo nada que ver con la muerte de mario. Te lo juro por mi abuela.

-—No lo he dicho a modo de acusación. Solo…

Temperance niega con la cabeza.

G—No. Yo preguntaría lo mismo de estar en tu lugar. Además, si se lo hubiera dicho a mi hermano, mario habría muerto muchísimo antes. Claro que eso sirve de poco consuelo. Mierda. No debería habértelo dicho. Lo siento mucho. No tengo tacto.

Se levanta del sillón, como si estuviera a punto de salir corriendo del despacho.

-—Para. Siéntate. No pasa nada.

Apenas soy capaz de procesar la conversación que estamos manteniendo, pero decido contarle algo que poca gente sabe.

-—Cuando todo pasó, estaba en proceso de dejar a mario. A ver, que todavía me duele haber perdido lo que teníamos al principio. Estoy segura de que no te sorprenderá saber que me estaba poniendo los cuernos.

Temperance se sienta de nuevo con expresión compasiva.

-—Lo siento mucho. Siento mucho todo lo que ha pasado. Que los hombres sean unos cabrones. Que hayas tenido que lidiar con todo lo que ha pasado.

-—Tú no tienes la culpa. Levanta el vaso.

-—Ni tú tampoco. Por los hombres buenos que todavía existen, aunque no sean perfectos y, a veces, sean malísimos.

Levanto el vaso y brindamos de nuevo, pero sus palabras provocan un torbellino en mi mente.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora