-—Poche, ya okey. Sabe que le tienes mucho más cariño a esa vieja destilería que tus hermanas y que morirías antes que verla fracasar. Cree en ti, aunque no te lo diga lo suficiente. Los dos estamos muy orgullosos de ti.No se da cuenta de lo mucho que necesito oír esas palabras ahora mismo. Claro que, ¿hasta qué punto se sentirían orgullosos mis padres si supieran que me estoy prostituyendo para mantener vivo el legado familiar? La vergüenza me consume hasta lo más hondo por lo que estoy haciendo. «No tengo alternativa». Pero eso no significa que me tenga que gustar.
-—Gracias, mamá. Los quiero a los dos. Me alegro de que papá por fin esté aprendiendo a relajarse.
-—Ay, cariño, yo no he dicho eso. Ya es presidente de la comunidad de vecinos y está intentando que se establezcan unas reglas para los partidos de tenis. Este hombre es incapaz de ser algo distinto a lo que es: un director general. Pero por eso lo quiero. Por su energía. Por su pasión. Me conquistó desde el primer día. No hay vuelta de hoja.
A sabiendas de que está a punto de contarme la historia de su primera cita por quincuagésima vez, la interrumpo.
-—Lo sé, y ojalá que algún día yo encuentre lo mismo.
Aunque no lo digo en serio. La muerte y la traición de Mario siguen demasiado frescas como para pensar en casarme de nuevo. Tal vez no lo haga nunca. Pero mis padres son la prueba de que, a veces, puede funcionar. Mi madre aprueba mis palabras.
-—No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso. Lo único que deseo es que puedas continuar con tu vida y encontrar a alguien que te quiera como te mereces. Es lo único que pido para mis niñas. Alguien que las trate como reinas.
Tal vez Daniela Calle sea la reina de los bajos fondos de Nueva Orleans, pero desde luego que nunca me tratará como a una reina. Además, eso ni siquiera es una opción, así que ¿por qué se me pasa siquiera por la cabeza? Es por mi madre. Sus charlas provocan locura transitoria de vez en cuando.
-—Tengo una reunión dentro de un rato, así que tengo que dejarte. Pero te quiero, y me ha encantado hablar contigo. Los echo de menos a los dos —le digo.
-—Sabes que me subo en el primer vuelo si me necesitas, cariño.
Y pronto voy a necesitar un beignet como Dios manda. La idea de que mi madre esté en la misma ciudad que Calle es una pesadilla peor que la que estoy viviendo ahora mismo. Sería incapaz de explicar lo que pasa o de mentir para ocultarlo.
-—Ahora mismo estamos liadísimos con el evento que va a celebrarse dentro de nada y sabes que si vienes tú, papá también querrá venir. Las dos sabemos que se lanzará de cabeza a los negocios y empezará a estresarse por los detalles, y no queremos que lo haga. Mi madre suspira.
-—Y, además, no dejaría de entorpecerte. Lo sé. Lo sé. Pero pronto tendrás que venir a vernos, cuando puedas escaparte unos días.
Eso de «escapar» ha adquirido un nuevo significado ahora que he pasado una noche en cautividad.
-—Lo haré. Te lo prometo. En cuanto pueda. —Y para mis adentros, añado: «O en cuanto consiga medio millón de dólares, porque eso solucionaría todos mis problemas».
-—Vale, cariño. Hasta pronto.
-—Saluda a valentina y a Jury de mi parte —añado, a sabiendas de que va a continuar con la lista de hijas a las que tiene que llamar para comprobar cómo les va.
-—Pues claro. Un día de estos los veré de nuevo reunidas para celebrar un acontecimiento feliz. Seguro que sí. Una de vosotras se casará y tendrá hijos muy pronto.
-—Adiós, mamá. —Corto la llamada y detesto que la mayoría de la conversación hayan sido mentiras.
Mis hermanas y yo no podemos tener menos cosas en común, y no las he visto desde el funeral de Mario. De hecho, me sorprendió que asistieran las dos. Valentina se ha enterrado en su tesis, decidida a conseguir un increíble puesto de posgraduada que lance su carrera al estrellato.
Es la ambiciosa de la familia, pero se mostró muy comprensiva en el funeral, casi la única emoción auténtica que le he visto en años. No es la típica hija de en medio. No se rebela. Controla todas sus emociones.
Y luego está Jury, que deambula por el mundo, meneando el culo en los bares por dinero. Se comportó como una bruja durante el funeral. Creo que sus palabras exactas fueron: «No habría escogido un mejor final para ese cabrón».
La abofeteé y me fui de allí mientras Valentina jadeaba y le ordenaba que, por una vez en la vida, mostrara algo de respeto. Jury no se arrepintió de nada. Al parecer, los maridos infieles no merecen compasión según ella, lo que me lleva a preguntarme quién le ha sido infiel, pero entre nosotras no hay confianza como para sacar el tema.
Conozco de la vida de mis hermanas exactamente lo mismo que ellas conocen de la mía y, por una vez, me alegro. No es algo que quiero que las toque. Me meto el móvil en el bolsillo y doy un paso hacia el ascensor, pero el vibrador cobra vida de nuevo.
Me dirijo a las puertas de acero del ascensor como una niña pequeña que se está haciendo pis encima y pulso el botón. Levanto la vista al techo y me obligo a pensar en cualquier cosa que no sean las vibraciones que siento entre las piernas.
«Para. Por favor, para».
Una vez en el ascensor, veo cómo los números van cambiando en mi descenso al sótano, desesperada por llegar a mi despacho antes de estallar en llamas.
Voy a correrme.
No hay más vuelta de hoja, voy a hacerlo.
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Sempiterno < CACHÉ G!P >
FanfictionEsto durará siempre y que no tendrá fin. Espero que te guste y disfrutalo.