Capítulo 42

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En cuanto el coche se para en el aparcamiento situado en frente de la destilería, Cicatriz me gruñe para que me quite la capucha. Le pido que espere un momento mientras rebusco en el bolso, que por suerte sigue en el coche desde anoche.

Me sorprende al obedecer y saco el maquillaje de emergencia para conseguir que mi cara parezca medio normal. Los zapatos de tacón de aguja que llevo puestos son de la mejor calidad, y los más caros que me he puesto en la vida, y es imposible que el conjunto pase desapercibido.

La ajustada camisa dorada, que llevo por dentro, se me ciñe a las curvas y la falda de tubo me resalta las caderas y el culo más de lo que me gusta. Las perlas se me ajustan a la garganta como si fueran el collar de un perro.

»La odiaría más de lo que la odio si me intenta ponerme una puta correa».

Cierro el espejo de mano una vez que decido que no puedo hacer nada más, demasiado cabreada para maquillarme mejor.

Además, tengo la distracción de la versión tecnológica de las bolas chinas que llevo dentro, y saber que Daniela calle controla el mando a distancia me provoca el deseo de apretar los muslos.

Las dos facciones de mi cerebro son incapaces de ponerse de acuerdo sobre lo que me está pasando.

«¿Cómo puedo odiar tanto a esa tía y que a mi cuerpo le encante lo que le está haciendo?»

Es un misterio que no voy a solucionar en el aparcamiento. Hago ademán de abrir la puerta, pero Cicatriz me detiene con un gruñido antes de darme una nota.

Si le cuentas algo a alguien, asistirás a su funeral.

Arrugo el papel hasta formar una bola y la tiro entre los asientos delanteros.

—-Dile que su oscuro secreto está a salvo. De momento.

En cuanto pronuncio las últimas palabras y abro la puerta de golpe, el juguete sexual que llevo dentro cobra vida un segundo, como si fuera una descarga eléctrica para corregir el comportamiento de un animal.

Me doy media vuelta, intentando averiguar dónde está. Debe de andar cerca, ¿verdad? ¿Qué alcance tiene este juguete? Conociendo a Daniela y el poder que ostenta, seguramente sean kilómetros.

«La odio con todas mis fuerzas».

Me obligo a salir del coche, con la cabeza en alto y la espalda recta, y cruzo la calle como si no pasara nada raro. Desde luego, no como si hubiera vendido mi cuerpo y mi libertad por salvar el legado de mi familia.

Saludo a mis empleados con la cabeza, sonriéndoles como siempre, con la esperanza de que nadie se fije en que me pasa algo. La gabardina de London French ya la han visto antes. Lo que hay debajo es lo que suscitará curiosidad. En cuanto entro en mi despacho, Temperance se sienta al otro lado de mi mesa, y el corazón empieza a latirme contra las costillas.

—-¡Gracias a Dios! Estaba a punto de organizar una partida de búsqueda. No has contestado ninguno de mis mensajes de esta mañana. El director de operaciones de Voodoo Kings quiere una reunión durante el almuerzo para hablar de la proposición del servicio de aparcacoches que les expuse y dejó muy claro que te quería allí porque, al parecer, no cree que yo tenga la autoridad necesaria para tomar decisiones. Que supongo que es verdad. De todas formas, se ha puesto un poco gilipollas con el tema.

Una vez que se me tranquiliza el pulso hasta un nivel casi normal, miento como una bellaca.

-—Lo siento, he… he tenido problemas con el coche y, al final, he pedido un Uber. El primero no se ha presentado y se me ha debido de olvidar activar las notificaciones. Las… las apagué anoche a ver si me concentraba lo suficiente y se me ocurrían cosas nuevas.

Temperance me mira fijamente, no como si un alienígena hubiera entrado en el despacho, pero con la suficiente curiosidad para que me pregunte si seré capaz de mantener el tipo durante toda la farsa.

-—La verdad es que es buena idea. A veces, solo necesitas un poco de tranquilidad para que tu cerebro desarrolle todo su potencial. Tengo entendido que la meditación hace maravillas. Evidentemente, las dos sabemos que no tengo paciencia para esas cosas, pero seguro que a ti te vendría genial para el estrés. A lo mejor deberías descargarte una aplicación o algo.

El tiempo que pasé a solas anoche lo invertí en planear cómo escapar de una habitación cerrada o cómo matar a una mujer sin poner en peligro todo lo que me es querido. No se parece mucho a la clase de meditación de la que habla Temperance.

-—Bueno, ya estoy aquí, ponme al día de todo lo que necesito saber. —Me llevo las manos al cinturón de la gabardina y me la quito para dejarla en el perchero antiguo que hay en un rincón.

-—La leche. Estás… ¡joder!.

«Mierda»

Sabía que iba a pasar esto. Intento quitarle hierro a su reacción.

-—Estoy probando una de esas suscripciones que te mandan cajas con distintas prendas de ropa. Y esto es lo que me han mandado.

Tampoco es que tenga tiempo ni ganas de ir de compras, ¿no? La facilidad con la que voy soltando mentiras debería preocuparme, pero me consuelo al pensar una cosa: lo mejor para Temperance es que nunca se entere de la existencia de hombres o mujeres como Daniela calle. Sobre todo de la suya, especialmente de la suya.

-—Pues parece más un alquiler de prendas sacadas de la pasarela. Vas a tener que decirme de dónde lo has sacado, porque estás espectacular. —Cierra la boca de golpe.

-—Perdón, eres mi jefa, seguramente no debería haber dicho eso, ¿verdad? Meneo la cabeza.

-—Tranquila. Es que… estoy probando cosas nuevas.

-—En fin, yo diría que lo estás haciendo genial. Vas a dejar a esos tíos sentados de culo durante el almuerzo. Estarán tan ocupados comiéndote con los ojos que seguro que aceptan cualquier cosa que les digas. Me aseguraré de que los contratos están listos para firmarlos.

Sin moverse del sitio, me pone al día de todos los detalles para que esté preparada durante la reunión, pero me cuesta concentrarme por el juguete que llevo dentro.

«No irá a encenderlo mientras estoy trabajando, ¿verdad?».

Me hago la pregunta una y otra vez mientras Temperance repasa la lista de puntos clave que debemos resaltar durante la reunión y me pongo a asentir con la cabeza como una loca, aunque no me estoy enterando de nada. Solo tengo una cosa en la cabeza, y es a ella.

Laura me advirtió de que me comería la cabeza, y lo está haciendo de maravilla. Tengo que recuperar el control. El equilibrio. Tengo que concentrarme en los negocios y fingir que nunca he oído su nombre.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora