Capítulo 28

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—¿Estás muy acorralada? -- me pregunta. La miro fijamente.

—¿Y a ti qué te importa?

—En Voodoo Ink recogemos muchas almas perdidas, y aunque nunca consideraría a María José Garzón  de Garzón Guzmán inc. como una, hoy pareces menos compuesta de lo que habría esperado teniendo en cuenta tu reputación. Pero si hay algo que pueda hacer para ayudar, solo tienes que decírmelo.

—No hay nada que nadie puede hacer para ayudar. A ver, a menos que seas muy rica y tengas un montón de plata en efectivo. -- Cojo una bolita y me la meto en la boca para no decir nada más. Mientras mastico, Delilah me observa detenidamente.

—Vale, no me lo cuentes, pero si de verdad quieres hacer esto, puedo recomendarte un buen tatuador con henna que está a un par de manzanas de aquí.

Salgo del salón de tatuajes de henna con la sensación de que he recuperado un mínimo de control sobre mi vida. Con deuda o sin ella, al menos queda claro ahora, de forma permanentemente, que ningún hombre o mujer será mi dueño.

Esa perla de pensamiento positivo me acompaña de vuelta a casa, pero acaba aplastada por el miedo más atroz cuando abro la puerta del dormitorio y me encuentro una caja sobre la cama. No hay distintivos ni logotipos, solo una caja grande y brillante del tamaño perfecto para contener varias extremidades seccionadas. Dios Santo. ¿Cuándo he empezado a pensar de esta manera? Mi voz interior no se molesta en contestar porque la pregunta es retórica. Tampoco tengo dudas de quién me lo ha dejado. Cojo el teléfono y llamo a laura.

—Por favor, dime que no has cometido una tontería —me dice en vez de saludarme.

—Ninguna tontería irreparable.-- Su suspiro aliviado me llega desde el otro lado.

—¿No has ido a buscarla?

—No, pero estoy mirando una caja que hay en mi cama y que ha dejado ella o alguno de sus hombres.

—¿Qué hay dentro?

—No la he abierto.

—¿Y a qué coño esperas, guapa?

—¿Y si hay partes de un cuerpo descuartizado dentro? -- Se queda callada un momento.

—No has intentado huir. No has hecho ninguna tontería. Ni de coña te va a mandar eso. Abre la puta caja, poché.

El hecho de que enumere con tanta calma los detalles por los que no debo de haber recibido partes de un cuerpo me recuerda la gravedad de la situación en la que me encuentro. Mi pequeña excursión con la henna parece una ridiculez ahora mismo. «Al menos, se negaron a tatuarme en Voodoo Ink…»

—No quiero abrirla. —Parezco terca y enfurruñada, como una niña que se niega a comerse la verdura del plato.

—No me obligues a ir a tu casa para abrirla porque tu terco culo irlandés no quiere hacerlo. Pon el altavoz, suelta el teléfono y abre la puta caja.

—Vale, vale. —Suelto el móvil, con el altavoz activado, sobre el cobertor gris y blanco y extiendo las manos hacia la tapa de la caja para abrirla.

—No estás gritando, así que supongo que hemos acertado con lo de las partes corporales.

No entiendo cómo laura es capaz de tomarse esta situación tan bien, pero es otro indicio de que nuestras vidas, al menos hasta esta última semana, son totalmente distintas.

—Hay papel de seda. Es negro.

—Pues apártalo, guapa. Me muero de la curiosidad. -- Aparto el papel y debajo encuentro una prenda de seda negra cuya tela se desliza sobre mis dedos como si fuera agua. Saco un vestido que debe de costar más que mi coche.

—Es un vestido. Corto y negro. Puede que de seda.

—Mejor que una mano. Mucho  mejor. Seguro que es caro.

No me imagino a una mujer con la reputación de Daniela calle  escogiendo lo que quiere que me ponga mientras se cobra la deuda. Seguramente no lo haya hecho. A lo mejor tiene a alguien que se encarga de esas cosas. Compruebo la talla. Claro que es la correcta. Empiezo a preguntarme cómo lo ha averiguado, pero recuerdo que han estado en mi piso más de una vez. Y luego me doy cuenta de la marca. Versace. Dios. Esto desde luego vale más que mi Honda.

—¿Qué más hay?

—Espera. Voy a sacarlo.

Dejo el vestido en la cama y saco más papel de seda, que envuelve un conjunto de lencería negro casi transparente con incrustaciones de pedrería que brilla como si fuera polvo de diamante.
«¿Y si son diamantes de verdad?» Recuerdo haber leído acerca del sujetador que estaba hecho con diamantes y desde luego que he pasado por delante de escaparates de lencería fina, pero nunca he entrado porque casi no podía ni pagar un tanga. Ver esto, ser la dueña de esto, debería emocionarme, pero solo siento una rabia feroz y un creciente resentimiento.

—Oigo más papel. ¿Qué más has encontrado ahí dentro?

—Lencería.

—Claro. Seguro que es de la buena.

—Seguramente cueste más que el alquiler de un mes —susurro mientras desenvuelvo otro objeto, que está en un rincón.

—Y zapatos. —Levanto un zapato de tacón de aguja también con pedrería y examino el finísimo tacón y las delicadas tiras que me rodearán los tobillos y las pantorrillas.

—¿De qué clase? --Claro que quiere saberlo.

—Manolo Blahnik. —Desde luego nunca me imaginé siendo la dueña de un par de estos. Y ahora ni siquiera puedo disfrutarlos, ya que me los tendré que poner porque ella así lo ha decretado.

—Joder, guapa. Ha ido a por lo mejor. Yo me lo tomaría como una buena señal.-- El nudo que tengo en el estómago le lleva la contraria.

—¿Algo más?

Saco el otro zapato y encuentro una nota debajo, escrita con la misma letra que todas las demás.

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