Capítulo 40

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No toco ninguno de los carísimos productos de higiene, porque no quiero nada de Daniela, salvo mi libertad. Es lo único que quiero, y la conseguiré de alguna manera. Hoy mismo.

Me doy media vuelta para regresar al dormitorio y me fijo en un detalle. Hay una bata negra de seda colgada en un gancho cerca de la ducha. Anoche no estaba. Alguien ha entrado mientras yo dormía. Ese detalle me sobrecoge y me provoca un escalofrío.

Regreso a la carrera al dormitorio y salgo al salón. Efectivamente, en la mesa hay dos bandejas de plata cubiertas con sus tapas y acompañadas por una nota.

Come.
Dúchate.
Arréglate siguiendo las instrucciones que encontrarás en la mesilla si quieres salir hoy de aquí.

La letra ya me resulta conocida, aunque no está firmada. ¿Qué instrucciones? Vuelvo al dormitorio y miro en la mesilla cuya lamparita encendí al despertarme. No hay nada. Al contrario que en la otra.

Hay una caja negra lacada. ¿Cómo narices lo he pasado por alto? Se me queda la garganta seca mientras trago saliva y me acerco a la caja, la cual me da tanto miedo abrir como la última que encontré. Pero la nota dice que si sigo las instrucciones, saldré de aquí, y bien sabe Dios que eso es lo que quiero.

La abro y miro el contenido. Es un… ¿juguete sexual negro y dorado? Parece un vibrador, pero tiene un cordón en el extremo dorado y no hace falta ser un genio para imaginar su función. Sin embargo, calle me ha dejado una nota explicándomelo todo.

Métete esto en el coño hasta que me digne meterte la polla.

¿Hasta que me digne? ¡Hasta que me digne! Si pudiera echar fuego por la boca, reduciría a cenizas este edificio ahora mismo. Leo el resto de la nota mientras el cabreo se me pasa un poco.

En el vestidor está la ropa que debes ponerte para ir a trabajar. Si a las nueve en punto no estás vestida con todo lo que te he preparado, te esperan otras veinticuatro horas de encierro. A tus empleados se les explicará debidamente tu ausencia.

El huracán emocional que se desata en mi interior hace que aferre el chisme entre los dedos antes de ser consciente de lo que hago. Me encantaría estamparlo contra la pared y ver cómo acaba hecho trozos. ¿Cómo se atreve? Sin embargo, hay una frase que me obliga a calmarme antes de poner en práctica mi habilidad como lanzadora.

«La ropa que debes ponerte para ir a trabajar».

El pecho me sube y me baja, porque tengo la respiración alterada mientras me siento en el borde de la cama y releo cada una de las palabras de la nota seis veces.

No me fío de esta mujer, pero si existe la posibilidad, por pequeña que sea, de que me deje salir de aquí para ir a trabajar, tengo que ceder. Y ella lo sabe.

—-Eres una cabrona, hija de puta…

digo, dirigiéndome a la pared con el juguete de látex aferrado en un puño.

La voz grave de Daniela calle me llega procedente del vano de la puerta.

—-Tienes razón. Soy una cabrona, y también una hija de puta con todas las letras. Nací en la calle. Soy hija de una puta que me abandonó en la puerta de una iglesia. Me crie en esas calles y sobreviví a un infierno que jamás podrías imaginar en tu acomodada y protegida existencia.

Me doy media vuelta al instante para mirarla. La mano ya no me tiembla por la rabia, sino por el miedo. Se acerca a mí y mi mente rememora las historias que me ha contado laura, así como sus advertencias.

Enderezo el brazo y lo coloco al lado del cuerpo para ocultar mi reacción a sus ojos.

—-¿Crees que lo que quiero es degradante para ti?

me pregunta al tiempo que da otro paso hacia mí.

—- No sabes lo que significa esa palabra, pero estoy dispuesto a enseñártela si de esa manera cumples la parte del trato que hicimos anoche. Yo sí cumplo mi palabra, no como tú.

Ahora sí que la creo capaz de todas las barbaridades que me han contado sobre ella. Puede hacerme daño. Matarme. Hacerme desaparecer. Pero, por algún motivo que nunca, jamás, entenderé, me desea. Eso, y tal vez solo eso, me ofrece una posibilidad.

Debo tomar una decisión, y no puedo permitir que el miedo me paralice el cerebro. Puedo seguir rebelándome y desafiándola, en vano por supuesto, o ceder un poco y hacer como que le estoy siguiendo el juego. Soy testaruda, pero no soy tonta. Enderezo los hombros y levanto la barbilla como si la sábana negra de satén fuera un vestido de fiesta.

—-No estaba al tanto de tus orígenes. El insulto hacía referencia a tu personalidad. O, al menos, a lo que conozco de ella hasta la fecha.

Lo siguiente es más difícil, pero conseguiré decirlo.

—- Me disculpo si te he ofendido. No quería insultar tus orígenes.

Algo cambia fugazmente en su expresión. ¿Sorpresa? ¿Incredulidad? ¿Pasmo? No lo sé, porque la emoción desaparece al instante y baja la vista para mirar la hora.

—-Tienes once minutos para arreglarte si quieres ir a trabajar hoy.

Sus ojos se clavan en los míos y atisbo una sonrisilla ufana en las comisuras de sus labios.

—-Te sugiero que te des prisa, a menos que prefieras pasar el día más ligerita de ropa.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora