Capítulo 24

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Ir a trabajar con resaca es una putada, sobre todo cuando eres la jefa. Pero no me queda más remedio.
La única manera de dormirme anoche era si empinaba el codo.
Así que me bebí botella y media de whisky. Cosas de tener aguante y tal.

Mientras desempeño mis tareas de forma automática, mis empleados fingen que no estoy rara.
Hasta Temperance mantiene las distancias y no dice ni pío sobre el evento para recaudar fondos.

A la hora del almuerzo, siento que el estómago ya es capaz de tolerar la comida, así que subo la escalera hasta la última planta de la destilería, donde tenemos un increíble restaurante que, además de ofrecer una comida fantástica, también ofrece una panorámica de 360 grados de la ciudad.

Diseñé la remodelación después de ver fotos del Gravity Bar en el Guinness Storehouse de Dublín, porque no he tenido el placer de visitarlo en persona.

Con la deuda de mario y las amenazas de Daniela calle , es posible que no vaya nunca. Aunque es la hora punta del almuerzo, el local está tranquilo. Saludo a un trío de empresarios con un gesto de cabeza y charlo un rato con un par de señoras que me preguntan por mi madre y por cómo le va a mi familia en Florida.

—Dicen que no van a volver a Nueva Orleans, pero ya veremos.

—A disfrutar de la vida. Es maravilloso que pudieran conservar el negocio en la familia y jubilarse. Hoy en día es difícil seguir a flote.

—Sí que lo es.
-Me obligo a sonreír.

—Que disfruten del almuerzo. - Entro en la cocina y le sonrío a Odile, nuestra chef, que menea la cabeza al verme.

—Le diré a alguien que te lleve lo de siempre al despacho. No hace falta que esperes aquí en la cocina con el calor que hace mientras te lo preparo. Me obligas a servir el catering a esos ricachones cuando organizan un evento, así que no veo por qué no puedo hacer lo mismo contigo.

—Eres una diosa y todos esos ricachones nos ayudan a mantener el negocio. - Me replica con un resoplido.

—Eres tú la que lo consigues.
Por tu cabezonería irlandesa. Ahora solo te hace falta aprender a usar el teléfono para llamar y encargar la comida, que es lo que debe hacer cualquier directora general que se precie.
--No puedo decirle que he tenido que salir del despacho porque todavía flota en el aire el perfume de daniela calle , y que, cada vez que cierro los ojos, la veo sentada a mi mesa o acorralándome contra la puerta.

—Mañana. Te lo juro.

Evito de nuevo el ascensor y bajo por la escalera. Es básicamente el único ejercicio que hago, y el ascensor tarda más en llevarme de vuelta al sótano.

No sé cómo lo harán en otras destilerías; pero, en mi familia, que el despacho de la directora general esté en el sótano significa que ha aprendido el negocio desde abajo hasta arriba, y nos sirve como recordatorio de que siempre hay que ser humilde y mantener los pies en el suelo. Siempre me ha encantado el sótano por ese motivo, me gusta hasta el leve olor a moho que desprenden las viejas vigas de madera. Pero ahora me parece un lugar extraño y amenazador.

Cuando llego al despacho, finjo actuar con mi habitual confianza mientras aferro el pomo de la puerta y me digo que no hay motivo alguno para temer lo que pueda encontrar dentro. Pero, tan pronto como abro, descubro que me equivoco. La lámpara del escritorio estaba apagada cuando me fui y ahora está encendida. En el charco de luz hay otra nota.

                         Cinco días.

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