Capítulo 43

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--Bueno, como ni siquiera hemos podido hablar de los precios por haber cambiado el menú, hoy tenemos que abordar el tema. Creo que deberíamos pedirle a Odile que prepare ambas opciones y las sirva durante el almuerzo, para que prueben la diferencia. La comida hablará por sí sola. Por fin me meto en la conversación.

--Pero en la carta habitual no tenemos lo que piden. Temperance sonríe y me guiña un ojo.

--Le he pedido un favor al proveedor de carne y la traerán dentro de una hora. Me acomodo en el sillón.

«El mismo sillón en el que se sentó calle». «Ya basta, poché».

--¿Cómo has conseguido convencerlo? Se pone de mala leche cuando se le pide que cambie los días de reparto. Temperance clava la vista en el techo.

--En fin... he tenido que acceder a tomarme una copa con él mañana por la noche, pero pienso pillar algo muy contagioso. Vamos, como un herpes o algo así.

Me alegro de no estar bebiendo el café que suelo tomarme por las mañanas, porque lo habría espurreado.

--Por favor, dime que es broma.

--No. Supongo que así dejará de dar la tabarra. ¿Quién aguanta a un tío así toda la vida? Puaj. -Temperance se frota la nariz

--Pero, mierda, ¿y si se acaba enterando mi madre? Van a la misma iglesia. Dios, ya me estoy imaginando el sermón.
«No te he educado para que seas una puta, Temperance Jane».

-Esa última frase la pronuncia con un perfecto acento nasal, típico de la zona, y me obligo a soltar una carcajada.

«Mi madre tampoco me ha educado para que sea una puta, pero eso es justo en lo que me he convertido»

pienso al tiempo que mis músculos se contraen en torno al juguete.

«¿Cómo puedo odiarla y, al mismo tiempo, dejar que me ponga tan cachonda?»

A lo mejor no es ella. A lo mejor es el hecho de que mi marido llevaba semanas sin tocarme antes de que muriera. Puedo llorar su muerte y odiarlo al mismo tiempo, así que ¿por qué no iba a poder desear y odiar al mismo tiempo?

--Vale, así que ya lo único que nos queda es convencer a Odile de que lo haga -dice Temperance con una sonrisa almibarada.

--Y quieres que me encargue yo. -No es una pregunta. Ya conozco la respuesta.

--Eres la jefa, jefa. -Temperance recoge sus papeles y se levanta

-- No para de repetir que debes comportarte más como la directora general, así que he pensado que es un buen momento para concederle el deseo.

Abro la boca para replicar, pero el vibrador entra en acción de repente, provocándome una sensación electrizante. Mi brusco jadeo nos sorprende a las dos. Temperance se pega los papeles al pecho.

--Si es un problema para ti, puedo... Me obligo a sonreír y aprieto con fuerza los muslos.

--Claro que no. Lo... lo hago sin problemas. Ya me ocupo yo de Odile. Tú prepara esa presentación y asegúrate de que sea tan cara como vamos a serlo nosotros.

-Son nuestros, jefa. A estas alturas, no se van a echar atrás. He oído que el gerente tiene debilidad por Garzón Guzman, sobre todo por la mezcla Espíritu de Nueva Orleans, así que no te sorprendas si te pide que la noche del evento le reserves una caja, o seis.

Temperance se refiere a nuestro whisky más caro, que todavía no está a la venta, salvo por las copas que se pueden pedir en el restaurante. Me arriesgué y ordené que preparasen una remesa de botellas para enviárselas a todos los peces gordos de la ciudad.

Tomé la decisión presa del dolor y también de la desesperación tras haberle echado un vistazo a las cuentas y darme cuenta del atolladero en el que estábamos después de que Mario hubiera estado robando de la empresa.

El gesto fue muy caro y, de momento, no ha dado sus frutos. Pero, a lo mejor, es cosa del destino. Todo sucede por un motivo, ¿no?

«¿Como el vibrador que tengo entre las piernas y que está controlado por la mujer más peligrosa que he conocido?»

De repente, mi creencia de que todo está predestinado y de que sigue un plan queda en el aire. «Todo sucede en la vida por un motivo...», o eso es lo que siempre he pensado. Ahora mismo, no se me ocurre un motivo para calle. No estoy segura de que a alguien se le ocurra. Temperance se detiene al llegar a la puerta.

--Te dejo para que pienses cómo convencer a Odile. Estaré en mi despacho haciendo copias y preparando las presentaciones por si me necesitas.

Consigo despedirla con un gesto de la cabeza casi inapreciable mientras sale del despacho, concentrada ya en su siguiente punto de la lista de tareas pendientes. Así estaba yo hace poco más de una semana. Joder, así estaba yo desde que cogí las riendas como directora general. Siempre concentrada en el negocio.

Eso resultó ser mi salvación, y la única forma de poder enfrentarme a la traición y al desastre de la muerte de Mario.

Odio.

Rabia.

Furia.

¿No es muy triste que esas sean las emociones que han ocupado mi corazón, en vez de algo positivo, durante los últimos meses? «¿Qué me está pasando?»

Un estafador con una adicción a las drogas muy cara y una amante.

Una mujer que cree que las reglas no van con ella.

Mientras mis muslos se contraen de nuevo de forma involuntaria, vuelvo a hacerme una promesa.

«No me va a destruir».

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora