Capítulo 31

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Espero encontrarme con una mujer con pinta de chulo, el que se sentó a mi mesa como si le perteneciera, pero no hay nadie. Me doy media vuelta despacio, manteniéndome erguida sobre los tacones a duras penas.

Estoy sola.

El primer pensamiento que se me pasa por la cabeza es si Cicatriz me habrá traído al lugar equivocado. Esperaba encontrarme un dormitorio digno de un burdel, con una cama gigantesca en la que Daniela calle  me obligaría a hacer cualquier cosa que se le antojara a su depravada mente.

Pero no hay ni una cama a la vista. De hecho, el único mobiliario de la estancia son las estanterías macizas que se alinean delante de las paredes, dos sillones de cuero perfectos para que se siente en ellos un hombre corpulento, unas cuantas mesitas con lámparas y un aparador con licoreras de cristal. Mis ojos recorren la estancia de arriba abajo, en busca de la puerta.

El miedo me paraliza de nuevo, porque no encuentro ninguna. Trago saliva, pero tengo la boca más seca que en el coche, y me concentro en respirar. Estamos en Nueva Orleans. Las habitaciones ocultas y los pasadizos secretos son el pan de cada día.

Tampoco es nada del otro mundo. Salvo cuando la mujer con la que te vas a encontrar es famosa por hacer desaparecer a sus amantes. Claro que yo no soy su amante. Solo soy la pieza que va a cobrarse como pago de una deuda. Nada más. Y nada menos. Me coloco en el centro de la estancia y espero, y veo que hay una esfera oscura en un rincón del techo.

Una cámara. ¿Me está mirando?

Enderezo la espalda de nuevo con renovado valor, alentada por la furia. Sin que sirva de precedente, espero que Daniela calle  me esté mirando. Me deshago el nudo del cinturón de la gabardina y la dejo caer al suelo.

POV CALLE

La reunión no acaba nunca.
Los cabecillas de los dos cárteles que se disputan el poder en mi ciudad están sentados al otro lado de mi mesa. Llevan discutiendo toda la tarde y los he dejado.

En cualquier otro lugar, esto acabaría en un baño de sangre, en el caso de que hubieran accedido siquiera a estar en la misma habitación, pero aquí no se atreverían a hacerlo. Si quieren hacer negocios en Nueva Orleans, tienen que pasar por mí o no hacerlos. Ya sé a qué acuerdo se llegará antes de salir de la habitación, porque lo decidí ayer mismo. Me da igual que los mexicanos se crean todopoderosos. En mi ciudad, solo hay un rey, y soy yo.

«Gobierna con ayuda del miedo, pero gánate el respeto a través de tus actos».

Eso es lo que he hecho durante los casi veinte años que han pasado desde que recibí esa perla de sabiduría de parte de un antiguo cabecilla de un cártel a las puertas de la muerte que la CIA había escondido en Nueva Orleans.

También encendió un fuego en mis venas que me llevó a coger las riendas de un imperio. Después de eso, mi vida se convirtió en algo que jamás se me habría pasado por la cabeza. La CIA. La NSA. El FBI. La DEA. El ICE. Los cárteles. La mafia. La yakuza. La bratva. Ahora trabajo con todos ellos, y lo más importante que he aprendido es que el poder es lo único que importa.

La mayoría de los hombres tiene demasiadas debilidades para aferrarse al poder durante mucho tiempo. V entra en la habitación y me hace un gesto con la cabeza.

La expectación que he estado conteniendo toda la noche se intenta abrir paso, pero la reprimo. Los mexicanos siguen discutiendo y, aburrida, desvío la mirada hacia la pantalla que tengo en la mesa y que muestra las imágenes de varias cámaras, en concreto de la habitación a la que le he ordenado a V que la lleve.

Ahí está. Se quita la capucha de la cabeza y su melena pelirroja cae suelta.

Aparto los ojos de la pantalla y los clavo de nuevo en los mexicanos, que siguen discutiendo.
Les presto atención a medias, interviniendo cuando es necesario para que se mantenga cierto civismo, pero mis ojos vuelan una vez más hacia la pantalla. No ha empezado a sacar los libros de los estantes en busca de una salida.

Eso es interesante. Sin embargo, es una fascinación que perderá su lustre tan deprisa como todas las demás. Después de llevar varios años en el nivel que he alcanzado, ya no hay nada que me suponga un desafío. Llevo aburrida casi dos décadas, pero tengo la esperanza de que una briosa pelinegra me ofrezca, al menos, un poco de diversión antes de que pierda de nuevo el interés.

Estoy preparada para terminar con esta reunión. Ya la han alargado demasiado. Observo a los hombres que hay al otro lado de mi mesa con asco.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora