Abro la puerta del despacho con el hombro y entro en tromba, lista para gemir con el orgasmo… y el vibrador se para.La lámpara de mi escritorio está encendida y, al igual que la vez anterior, Daniela calle está sentada en mi sillón, como un rey en su trono.
-—¡Hija de puta! ¿Dónde estabas? ¿En el restaurante? ¿Observando la reunión? ¿Intentando joderme el trato? ¿Quieres que fracase? ¿Ese es el objetivo de todo esto? Porque no pienso fracasar. Puedes comerme la cabeza todo lo que quieras, pero no pienso permitir que también arruines mi negocio.
Se inclina hacia delante, apoyando los brazos en la mesa. Sus gemelos, negros y con diamantes engastados, brillan bajo la luz de la lámpara.
-—Cierra la puerta con llave.
Mi pecho, que se sacude por la indignación que me han provocado mis propias palabras, se para de golpe.
-—Estamos en mi despacho. Aquí no controlas la situación. —Me enorgullezco al oír que no me tiembla la voz.
Calle extiende los dedos y presiona con ellos la mesa mientras se levanta un poco.
-—Sigues sin entenderlo —dice, como si le hiciera gracia mi reacción, tras lo cual añade con seriedad
-— No me obligues a repetirme, María jose. Al ver que no me muevo, se levanta del todo, con las manos a los costados.
-—Cierra la puta puerta con llave.
Suelta la orden con un deje tan amenazador, aunque lo haya dicho en voz baja, que no me queda más remedio que obedecer. Echo el brazo hacia atrás y cierro el pestillo. A la tenue luz, soy incapaz de descifrar su expresión, pero no creo que augure nada bueno para mí.
-—Te he estado observando. He observado cómo ellos te observaban.
-—¿Cómo? No estabas allí. No me contesta.
-—Querían follarte. ¿Te has dado cuenta?
Recuerdo cómo los hombres me miraban los pechos y los pezones endurecidos, para mi vergüenza.
-—Solo por lo que me has obligado a ponerme. Rodea el escritorio.
-—Te equivocas. No lo ves. No tienes ni puta idea de lo que piensan los hombres cuando te miran. Salvo hoy. Hoy lo has sentido.
No sé cómo responder, pero Calle no necesita que diga nada para continuar.
-—Pero ninguno de ellos te puede tener porque me perteneces. Ven aquí.
Al ver que no me muevo, se mete una mano en el bolsillo y el vibrador cobra vida, esta vez a una velocidad mucho más intensa. Cierro los puños con fuerza y contengo un gemido cuando el placer me asalta. Pasar toda la mañana al borde del orgasmo ha hecho que esté cada vez más cerca de alcanzarlo.
-—Ni se te ocurra correrte. —Su voz adquiere un deje gruñón con la orden.
-—No puedo parar… —Está ahí. Casi al alcance de mi mano cuando aprieto los muslos y espero que el éxtasis explote en mi interior. Y, luego, se detiene.
-—¡Cabróna! Acorta la distancia que nos separa con tres zancadas y me agarra de una cadera.
-—Joder, no vas a correrte hasta que yo lo haga, y ya estás en deuda conmigo. ¿Cuántas más quieres acumular?
Me digo que la cabeza me da vueltas porque estoy a punto de hiperventilar, no por ella. Consigo responder a duras penas:
-—No quiero deberte nada más, joder.
-—Demasiado tarde. Solo me queda por decidir cómo vas a hacer que me corra primero. Con las manos, con la boca, con las tetas, con el coño o con el culo.
Intento controlar el movimiento involuntario de mis muslos, pero ella se da cuenta. «No se le escapa nada». Calle resopla y me mira fijamente.
-—Podría hacer que te corrieras en menos de un minuto. Me bastaría con rozarte el clítoris y activar de nuevo el vibrador para que gimas mi nombre. Soy dueña de tus orgasmos. Yo decido cuándo te corres. No tú. Métetelo en la cabeza. Asúmelo. Porque, joder, te va a encantar cuando termine contigo.
-—Jamás. —Pronuncio las dos sílabas con retintín al darme cuenta de que mi nueva estrategia se ha convertido en plantarle cara o morir en el intento.
Y con Calle, morir puede que sea una posibilidad real. Con un rápido movimiento, me pega la espalda a la puerta y me aferra la cadera con más fuerza mientras me levanta la falda con la mano libre.
Espero que me meta mano en el coño, pero solo me acaricia la cara interna de los muslos con un dedo.
-—Estás chorreando por mí.
Su dedo encuentra el cordón que hay en el extremo del juguete y le da un tironcito. El inesperado movimiento me arranca un gemido.
Me lo saca un poco y me lo vuelve a meter, masturbándome despacio con cada caricia. «Intenta matarme manteniéndome al borde del orgasmo». Me muerdo el labio y cierro los ojos con fuerza.
-—No seas cobarde. Abre los ojos, joder.
Lo hago y me topo con su mirada. Sus ojos avellana ahora un poco más oscuros tienen una expresión triunfal.
-—Solo tienes que pedirlo. —Es como si el diablo te ofreciera tu deseo más ferviente por el insignificante precio de tu alma.
-—Que te follen. —No hay pasión en mis palabras porque mi cuerpo se balancea al borde del cataclismo.
-—No, María jose. Te estoy follando yo a ti. Soy la única que te va a follar.
Me acaricia el clítoris con el pulgar y se acaba para mí. El orgasmo me asalta como un huracán. Incontrolable. Salvaje. Indómito. Intento contener el gemido, pero no puedo.
Me desintegro, con la vista clavada en los desalmados ojos oscuros de una mujer a la que odio, pero que sabe jugar con mi cuerpo como si le hubieran dado un manual de instrucciones cuya existencia yo desconocía.
Me acaricia el clítoris con más insistencia y exprimo el placer al máximo. No puedo evitarlo. La sensación es demasiado buena como para no aprovechar hasta la última gota.
Cuando me saca el vibrador, no estoy preparada. Me quedo boquiabierta al ver que lo saca de debajo de la falda. Mi primer pensamiento es tan irracional que ni siquiera quiero contemplarlo. «Métemelo otra vez. Quiero que me lo metas otra vez».
Sostiene el vibrador negro y dorado en alto entre nosotros, mojado por mi flujo, y me obliga a contemplar mi vergüenza. «¿Cómo puedo permitir que me haga esto?»
-—Esto debería cubrir mi polla ahora mismo. Pero tienes que ganarte ese privilegio.
Sus irritantes palabras me atraviesan.
¿Que me lo tengo que ganar?
Ya le gustaría a élla.
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Sempiterno < CACHÉ G!P >
FanfictionEsto durará siempre y que no tendrá fin. Espero que te guste y disfrutalo.