Capítulo 39

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Después de declarar mis intenciones, el cerebro se me ralentiza, agotado por los acontecimientos de la última semana, y lo único que quiero es meterme entre las pecaminosas sábanas y dormir.

Pero algo me dice que si hago eso, le estaré concediendo la victoria, y eso es algo que no pienso hacer sin luchar. Me he enfrentado al demonio en su guarida y he salido ilesa. Eso significa algo, ¿no? Una pequeña victoria. O casi ilesa, mejor dicho.

Los pezones duros y el deseo que siento entre las piernas todavía me recuerdan claramente el fuego que él ha prendido en mi interior.

«Engáñate todo lo que quieras, María jose. Pero contéstame con la verdad a esto: ¿Cuándo fue la última vez que follaste con un hombre de verdad? Con alguien que sepa lo que necesitas. Con alguien que te arrebate el control y te dé lo que te mueres por recibir. ¿Cuántas veces te has masturbado con los dedos para poder correrte después de que el flojo de tu marido se diera media vuelta?»

Solo lo decía para comerme la cabeza. Ya está. No sabe cuánta razón lleva. Mis ojos regresan a la cama mientras recuerdo su última advertencia:

«Tus orgasmos me pertenecen. Si te tocas sin mi permiso, te calentaré a guantazos ese coñito que tienes hasta que me supliques para correrte».

Con la misma rebeldía que me impulsó a entrar en un salón de tatuajes de henna y a plantarme con estos zapatos de tacón de aguja tan caros delante de la mujer más temida de la ciudad, tomo una decisión. Es posible que me esté quedando sin munición, pero todavía me quedan algunas balas que disparar.

Echo a andar hasta el dormitorio y me desabrocho la gabardina, tras lo cual dejo que caiga al suelo. Aparto el cobertor y contemplo las sábanas de satén. Son negras como el alma de la mujer o hombre? Ya ni se que es ; que me ha traído hasta aquí.

Me siento, me quito los preciosos zapatos para dejarlos caer sin miramientos al suelo y, después, me deslizo hasta el centro de la cama y me abro de piernas.

—-Este coño no te pertenece todavía,Daniela.

Me toco y odio descubrir que ya estoy mojada, pero al mismo tiempo doy gracias, porque así no tardaré mucho. ¿Estoy retando al diablo para que aparezca en tromba por la puerta y cumpla su amenaza? No.

Voy a demostrar que va de farol. Cuando me corra esta noche, será un «Jódete» en la cara de la mujer que cree que es mi dueña. Y me aseguraré de usar el dedo corazón.

Cuando me despierto, no lo hago por culpa de la luz del sol que atraviesa las persianas baratas de plástico de las ventanas de mi dormitorio, sino por culpa de una pesadilla.

El dormitorio está a oscuras, pero el corazón me late a toda pastilla mientras extiendo un brazo para encender la lamparita. En vez de la mesilla de madera tambaleante que me compré en Ikea, mis dedos acarician la frialdad del mármol.

Mierda. No ha sido una pesadilla. Por fin encuentro el interruptor y la suave luz de la lamparita ilumina el dormitorio negro, blanco y dorado. No hay despertador. No sé si es de día o de noche porque no hay ventanas. Solo una puerta cerrada de la que no tengo llave. Y tampoco tengo ropa, salvo la gabardina.

«Qué lista eres, María jose», me digo. «Una eminencia».

Ni siquiera tengo bolso. Cicatriz debió de dejarlo en el coche. Arranco la sábana de la cama y me envuelvo con ella antes de ir al cuarto de baño. Me echo un vistazo en el espejo y doy un respingo al verme.

Se me ha corrido el delineador de ojos, así que tengo los párpados manchados de negro, y el pelo es un nido de ratas, lo normal teniendo en cuenta todo lo que me he movido en sueños por culpa de la pesadilla. Pero no era una pesadilla. Es mi nueva realidad.

Sempiterno < CACHÉ G!P >Donde viven las historias. Descúbrelo ahora