Capítulo 44

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Estoy sentada a la mesa, en frente del vicegerente, del director de relaciones públicas y del coordinador especial para eventos de Voodoo Kings cuando Carlie, una de mis camareras, lleva la primera ronda de whiskies. Si alguien cree que no me rebajaría a emborracharlos, se equivoca.

Estos hombres tienen poder para firmar el contrato que me ayudaría a sacar a mi empresa del pozo en el que está, y eso implica que no me queda más remedio que conseguir que lo firmen. ¿Me enorgullezco de ello? No especialmente. ¿Estoy dispuesta a hacerlo si hace falta? Desde luego. ¿Doy gracias a Dios de que ni una sola persona de las que hay sentadas al otro lado de la mesa es una mujer, alguien que podría olerse la jugada? Joder, pues claro.

-—Caballeros, empecemos la reunión como es debido… con un buen whisky irlandés, destilado en nuestra ciudad siguiendo la tradición de mi familia. —Cojo un vaso y lo levanto, acercándolo al centro de la mesa.

Todos cogen el suyo. Ninguno se da cuenta de que Temperance no lo hace. Si bien yo llevo bebiendo whisky como si fuera leche materna desde hace casi treinta años, ella casi no bebe. Suelo bromear diciendo que sale muy barata en una cita. Todos los hombres levantan el vaso y brindamos.

—Sláinte —digo al tiempo que la vibración se desata entre mis piernas, y casi se me cae el vaso.

Los hombres se beben el whisky de un trago, sin darse cuenta de que a mí me cuesta llevarme el vaso a los labios por las oleadas de placer que me atraviesan. Bebo un buen sorbo, porque lo necesito más que nunca, y me muevo en el asiento mientras rezo para que esas vibraciones terminen tan pronto como las últimas.

El vicegerente se inclina hacia delante, no mirándome a los ojos, sino con la vista clavada en el escote de pico de mi blusa.

-—Bueno, María José . Tengo entendido que has estado haciendo un trabajo excepcional con la destilería desde que recibiste las riendas de manos de tu padre.

Estoy tan distraída por las vibraciones que siento entre las piernas que no sé si es un cumplido o una burla.

-—Los últimos meses han sido un poco agobiantes, pero, al igual que mis antepasados, miro hacia el futuro. —No sé de dónde ha salido esa respuesta, y me obligo a sonreír mientras me acerco al orgasmo

-— La tenacidad y los irlandeses van de la… mano. —Me cuesta pronunciar la última palabra.

Estoy a un paso de correrme cuando las vibraciones se detienen de repente. No sé si quiero matar a la mujer que controla el mando a distancia o besarla por no avergonzarme en público.

«¿Besarla? ¿Te has vuelto loca, poché?» El placer desaparece tan rápido como ha aparecido.

«Jamás. Voy a ser como la puta Julia Roberts antes de que se enamore como una idiota de Richard Gere en Pretty woman . Nada de besos en la boca. Nunca. Esa será una de las reglas».

-—Tenaz, desde luego. Debe de ser por esa melena pelinegra con esos mechones blancos. ¿Tienes un temperamento acorde?

Una vez más, los ojos del asistente están clavados en mi escote y soy incapaz de no bajar la mirada. «Ay, mierda». Se me notan los pezones por debajo del sujetador transparente que ha escogido calle.

Salta a la vista que no han recibido la notificación de que no hay orgasmo. Suelto el vaso en la mesa con más fuerza de la necesaria y el golpe hace que me mire a la cara de repente.

-—No tengo mal genio. Esa es una leyenda urbana acerca de las pelinegras especiales como yo. —Sonrío al mentir, algo que hoy se me da tan bien que no me gusta ni un pelo

-— Pero vamos a hablar del magnífico paquete que les hemos preparado.

Por suerte, Temperance interpreta mis palabras como su pie para participar.

-—Tal y como han solicitado, y como ya hemos hablado por encima, hemos encontrado la solución perfecta para cualquier problema de relaciones públicas con nuestro sistema de aparcacoches…

-—Sigo pensando que están locas si creen que estos tíos se van a tomar bien que se nieguen a devolverles las llaves al final de la velada —dice el director de relaciones públicas, interrumpiéndola. El coordinador de eventos lo mira.

-—Tú eres quien tiene que lidiar con las chorradas de estos capullos más que ningún otro, así que te doy la razón.

Los tres hombres clavan la vista al otro lado de la mesa, yendo de mi cara a la de Temperance, y ella toma la iniciativa.

-—Vamos a presentarlo como un servicio de chófer gratuito. Pueden divertirse todo lo que quieran. Pasarse de rosca, que luego los llevarán a casa sin más preocupaciones. El vicegerente resopla.

-—A lo mejor, si añade una puta con cada coche, tentaría a alguno.

El vibrador cobra vida de nuevo, pero apenas un instante. Lo suficiente para que mis pezones no tengan la menor oportunidad de desaparecer de la vista. Me aferro al borde de la mesa y suelto unas palabras que jamás creí que pudieran salir de mi boca: 

-—Si eso es lo que hace falta…

Los tres me miran fijamente. Una sonrisa ufana aparece en la cara del vicegerente, y el juguete cobra vida una vez más. «Voy a matar a Daniela».

-—Eres una pelinegra descarada. El equipo, por supuesto, nunca vería bien semejante práctica, ni la pagaría, pero joder, sería una idea cojonuda.

Las vibraciones no cesan, de modo que tengo que aguantar el tipo como sea.

—Era broma, caballeros. Claro que nunca haríamos algo así. Puede que estemos en el negocio del pecado, pero no de esa clase.

Carlie escoge este momento para servir los entrantes, y otra camarera, Dena, lleva la segunda ronda de whiskies. No tengo ni idea de cómo consigo articular palabra, pero la voz me sale una octava más aguda y finjo que es por la emoción de ver la comida.

—¡Ah, perfecto! ¡Gracias, señoras!

Temperance me mira con expresión rara, sin duda al darse cuenta de que tengo un puño apretado contra la falda, mientras lucho contra la oleada de deseo que me recorre. «Voy a matarla», pienso de nuevo.

Temperance coge las riendas de la conversación y empieza a explicar cada entrante, especificando que se corresponden con el presupuesto original. Cierro los ojos con fuerza mientras los hombres engullen la comida. Mi asistente se inclina hacia mí y me susurra al oído.

-—¿Estás bien? De verdad, estás muy rara.

-—Migraña. Acaba de aparecer. Estoy aguantando como puedo. Me mira con expresión compasiva.

-—¿Tienes que irte? «Sí», quiero gritar, pero el vibrador se para.

-—No. Estoy bien. Tranquila.

Ninguno de los hombres se percata de nada más allá de la increíble comida y del whisky todavía mejor que les servimos durante la hora siguiente. Para cuando terminamos, el contrato firmado está sobre la mesa, incluido el aumento por el servicio de chóferes y por el cambio de menú. Me pongo en pie y rodeo la mesa, y los hombres me imitan.

-—Va a ser un evento increíble, caballeros. No se arrepentirán de su elección, y con una barra libre que incluye no solo nuestro fabuloso whisky, sino también las marcas más selectas de licores, su recaudación de fondos va a ser todo un éxito.

-—No podría estar más de acuerdo.

El vicegerente extiende la mano para estrechar la mía y, una vez más, no hay contacto visual. En cuanto nuestras manos se tocan, el vibrador cobra vida, y le doy un rápido apretón antes de soltarlo. Noto la misma vibración, casi como una advertencia, con cada apretón de mano. «Ah, cabróna. ¿Dónde estás?»

La pregunta me quema por dentro, pero mantengo una sonrisa formal mientras Temperance los acompaña al ascensor.

-—Tengo que hablar con Odile, así que bajo dentro de un momento. Que tengan un buen día, caballeros.

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