서른 셋

131 14 2
                                    

    Los cortos pasos de Gea no llegaban a sus oídos gracias a la concurrida Seúl a su alrededor. El tráfico era fluido, el día nublado, había salido del colegio un par de horas después de lo establecido por hacer un trabajo grupal, caminaba sola por su nueva ciudad y lo que la abruma ahora es una sensación de comodidad. Era una capital segura y andaba tranquila y sin miedo, le gustaba. Cuidando el volumen de sus audífonos, los autos circulando por la famosa Hannam-daero a su derecha le alborotaban el cabello. Pasó la HAND Gallery, y se recordó que tenía que ir un día, al igual que al D Museum. Tenía museos a la vuelta del condominio y esa solo era una de sus tantas razones para el cariño que le había agarrado a Seúl. Caminó sin prisa, admirando el paisaje urbano de su nuevo hogar. Miró de reojo a una chica con uniforme colegial, parecía en la misma situación que ella: volviendo a casa de la escuela. Pelo corto y negro, de nariz redonda y boca pequeñita. También había hombres trajeados y personas con vestimentas que nunca antes vio en su país. Llegó a un semáforo peatonal, formándose entre el pequeño cúmulo de personas a la espera de luz verde. Agachó la vista a sus zapatos negros, junto a estos halló unos similares, hasta en tamaño, medias de color negro, unas pantorrillas pálidas y delgadas. Imaginó que sería la misma chica que andaba en su misma dirección. Vio los zapatos desaparecer de su vista rápidamente; pero Gea se quedó esperando por el pitido del semáforo. Lo siguiente que escuchó fue un golpe, un frenazo y gemidos de pánico. Alzó la mirada. Un Bentayga color verde detenido a mitad del cruce de cebra, a unos metros delante: la chica tendida sobre la calle. El flujo vehicular empezó a ralentizarse, los gritos a llenar el ambiente y el corazón de Gea resentido con la imagen latía disparado. Escuchó voces femeninas temblorosas, incluso sollozos; pero al mirar a los lados todo seguía igual, todos seguían esperando a que el semáforo cambiara de color, a pesar de haber atestiguado un intento de suicidio hacía un par de segundos. Una pareja salió del auto, corriendo a socorrer a la chica, que teñía el asfalto del sufrimiento que posiblemente acalló durante muchísimo tiempo. El pitido del semáforo se perdió entre la histeria, aunque en ese momento todo parecía estar ocurriendo en otro plano, uno en el que Gea no estaba, un pequeño empujón la sacó del trance, haciéndola avanzar hacia el otro lado de la calle.
    No se ve un par de piernas y se espera que estas tomen velocidad para darle fin a todo, no lo veía así, no había conocido los cruces de cebra como medio para quitarse la vida hasta ese momento. Llegó al otro lado de la acera, y se sintió como cruzar el Mediterráneo. Las personas conmocionadas siguieron lanzando murmullos nerviosos y aterrados; mas continuaron su camino a sus destinos, como si no se tratara de una persona que ahora tenía a sus signos vitales luchando por una oportunidad más.
    Suspiró, temblando. Sabía de qué se trataba, ya había sido advertida de los suicidios en Corea del Sur. De la competitividad y la presión de entrar a una buena universidad. Caminó abrazándose a sí misma. Aquel acto hizo a la temperatura de Seúl bajar varios grados. Unas luces azul y rojo de la ambulancia la invadieron unos pocos segundos. Escuchó personas lamentar aquella escena, comentando sobre la fechas de los exámenes de admisión. Le erizó la piel la idea de que todos supieran casi con certeza qué llevó a esa chica a atentar contra sí misma.
    ¿Qué tan parte de la cultura seulense sería presenciar suicidios? Dio con un segundo semáforo después de varios minutos, y se le salieron un par de lágrimas en ese momento.
    Saludó deplorable al hombre de seguridad del Hill, apretó la correa de la mochila entre sus pequeñas manos, con la imagen de aquel cuerpo femenino inconsciente a cada parpadear, bajó la cuesta al área de casa particulares, escuchando un claxon a su espalda, reconoció al instante que era el auto de su mamá. Volteó hacia ella fugazmente y siguió su paso al portón del hogar de los Saavedra, el Mercedes ingresó a la propiedad, y luego lo hizo Gea. Esperó por que su mamá bajara del auto, su expresión le encendió las alarmas a la mamá y se acercó a ella con prisa.

—¿Qué pasó?

—Ahora que venía de camino, estaba en un semáforo y una chavala se lanzó a un auto.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora