열일곱

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    Entre paredes blancas un sábado por la tarde en Itaewon-dong:
    Ella sonríe justo antes de ocuparse la boca con los labios del surcoreano, quien no tarda en arrugarle la tela de la camisa en el fuerte agarre por la cintura. Él suspira a mitad del contacto y ella estruja su cabello entre sus dedos. Hambrienta.
   Pasados unos minutos de beso, HaSup levanta a Gea hasta tenerla sobre el regazo. Cortando lazos con la racionalidad y los escrúpulos. Le aprieta los labios de forma gentil, sin interés de lastimarla o irse por un tacto abaratado, también llega las manos a debajo de la camiseta de la fémina, ella no tarda en comprender sus intenciones y en colaborar y agilizar el trabajo, alzando los brazos, para dejar una linda pieza lencera de color ladrillo, de tela delgada, carente de varillas o copas a la vista y para el deleite del pelo negro.
   Gea regresa a su rostro y labios, volviendo al mismo juego húmedo que no se permitía desde hace tiempo. HaSup sonríe y le jalonea el labio. Se dejan unos segundos para verse a los ojos, admirar el latente deseo que se encapsulaba en las pupilas del otro, rostros jóvenes sonriendo con la maldad de alguien que roza los cincuenta, los cuerpos entibiándose peligrosamente rápido, y siguen sin mostrar indicios de querer detenerse.
   La castaña le da un corto beso para seguidamente levantarse de su regazo, lleva sus pequeñas manos a la camisa del asiático de irregular respiración, una vez los perlados hombros y pecho de Lee HaSup están expuestos, los dedos del mismo se dejan ir hasta los pantalones de la muchacha. El botón se abre, el cierre va justo detrás. La completa extensión de las piernas de Gea Saavedra queda a la vista y las capas que le impiden unirse al pelinegro iban escaseando con rapidez.
    Vuelve a tomar asiento sobre él, sabiendo que esa no sería una ocasión de quedarse con las dudas. Enrosca de nuevo los dedos entre las hebras oscuras del muchacho debajo de ella.
    Fue una agradable sentirlo levantarse con ella en brazos y llevársela de la sala a la habitación.
    Él la descubre, pasando por cada poro y curva, curiosea el sabor de sus pezones, cuidando la fuerza en todo momento, siempre esperando por un suave gemido o suspiro profundo de Gea. Los consigue. Ahora son suyos. Pero nada más.
   Al llegar a las bragas, topa con humedad, y Gea comienza a sentir como HaSup palpitaba entre sus muslos.
   Los jueguitos ya les comenzaban a aburrir.
   HaSup se desabrocha el pantalón apresuradamente. Para ese momento tenía la frente brillante y el cabello estorbaría en caso de no ser detenido por los deditos de Gea.
   Se encargan del último detalle: protección. Gea no se encontraba planificando y aparte le daba miedo coger sin condón.  Una rápida búsqueda entre los cajones del surcoreano solucionó el tema sin mayores complicaciones, y estaban listos para comenzar.
   Gea suspira una vez siente como es estirada en el centro de su ser, el vacío ha desaparecido. Echa la cabeza hacia atrás y gime.
   Donde no existiera el remordimiento, las consecuencias y el pudor, se encontraba Gea Saavedra en cuerpo y alma. Enredada entre la silueta de HaSup.
   Le permite su piel, su voz agudizándose y las secreciones del cuerpo.
    Ella sonríe hacia el surcoreano en pleno contacto, todavía sintiéndose los muslos pegajosos sobre los de él, le besa con hambre y sin demasiado amor.
   No era él, simplemente no sería Lee HaSup el amor de su vida.
Pero sí era su primer polvo en Corea del Sur.
    Le muerde el hombro y exclama su nombre.


—¿Se irán de nuevo, dices?

   El sonido de las espadas les ambientaba en el gimnasio de la Yongsan, junto con las voces del equipo de esgrima, conversaban mientras alternaban las miradas de sus rostros a MunSang, quien estaba entrenando esa tarde de lunes.
   En la gradería yacían tres bonitas sophomore.

—Ajá, unos tres días, por ahí. No podían decirme a dónde, pero si ya fueron a Los Ángeles, asumo que el lugar que les queda es Nueva York, al show de Jimmy Fallon o algo así.

—¿Y quieren que vuelvas a su departamento, a jugar Monopoly?—BaDa arquea una ceja.

—No me explico—se encoge de hombros la castaña oscura.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora