서른 일곱

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So HaeRim le presentaba a las personas en la fiesta a su amiga recién llegada al país. Andaban a paso elegante pero discreto por la casa, pues sus intenciones no eran las de ser el centro de atención o las más populares entre tan frívolas personas. Y cuidaban sus vasos con simples bebidas sin alcohol. Gea se dedicaba segundos esporádicos para ver la fina sonrisa formulada en el rostro de su amiga, también para preguntarse cómo alguien podía verse tan bien con un abrigo de charol naranja rojizo.
    Una chica de pelo corto, rubia, se acercó a ambas, saludó a HaeRim con cariño, y se presentó a Gea con cordialidad.

—¿De dónde eres?

    Para evitarse toda una clase de geografía, lo resumió.

—Latinoamérica.

—¿Tienes mucho tiempo aquí?

—Unos seis meses—sonrió gentil.

—¿Ya habías venido a estas fiestas?

—No, hasta hoy HaeRim me sacó.

—¡Ay, ojalá te vea más seguido por aquí! Llega a hacerse monótono todo, ¿sabes? Todos ya tienen sus grupitos y en ocasiones se pone aburrido.

—Eso pasa siempre—repuso sin saber qué decirle—. Aunque todos han sido muy amables.

    En realidad se la habían comido viva con la mirada apenas entrado al lugar.

—Todos son un amor... Solo que—se encogió de hombros—, a veces cada quien se va a lo suyo...

    Sí, pudo notarlo en la primera media hora, por como se miraban y pasaban cosas por las espaldas. Todavía era temprano, los presentes parecían sobrios, el ambiente era ligero y alegre. Asumió que las cosas se ponían oscuras para horas de la madrugada.

—¿No le haces a eso?—inquirió la chica.

—No, no. Tampoco me gusta el alcohol.

—¡Milagro!

    Gea se maldijo por haber aceptado ir a esa fiesta. Volteó la cabeza a la izquierda, donde estaba HaeRim, sin separarse mucho de ella, conversando con dos chicos de cabellos coloridos. El bolsillo de su falda vibró, al revisarlo encontró el nombre de HaSup, ignoró el mensaje y revisó la hora. Serían las nueve. Continuó conversando con HaeRim y aquellos dos desconocidos, que de todas formas se le hacían familiares de algún lado. Recostada a la gran isla de la cocina, reía casualmente en medio de la conversación, más relajada, sin descuidar la hora y el miedo que le provocaría estar en ese lugar cuando los presentes empiecen a meterse sustancias raras al cuerpo.
    Su sonrisa se borró en fracciones de segundos, y el corazón le quiso salir disparado del corsé de encaje, al hacer contacto visual con unos ojos rasgados bien expresivos y bonitos. Junto al cuero negro brillante de la chaqueta que lo vestía y enfundaba con elegancia e intimidación, parecía que una luz lo perseguía a cada paso alargado que daba y sonrisa coqueta que otorgaba a los pobres invitados que soñaban todas las noches con tener el mismo reconocimiento que ese hombre tenía. Más presente en la habitación que cualquier otro simple mortal o estrella del entretenimiento, uno de los siete reyes de Corea del Sur.
    Park Jimin.
    Gea desvió la mirada e intentó reincorporarse a la conversación de la forma más natural posible, por dentro quería explotar de los nervios.  De todas formas la mirada caliente y nociva del bailarín seguía sobre ella, haciéndole una mala jugada a sus pobres sentidos. No estaban haciendo nada malo, ni ella ni Jimin; pero ni en un millón de años hubiesen previsto encontrarse en una de esas reuniones de alta sociedad, donde a la gente le gusta caer y pasarse la humanidad por la nariz. Se alejó el pelo del rostro, recibiendo una mirada furtiva de uno de los dos muchachos.
    Siguieron presentándole gente. Manteniendo conversaciones casuales, básicas e incómodas. Le quedaban marcadas en la piel esas miradas oscuras curiosas, junto a las sonrisas tensas. Algunas personas sí le parecían genuinamente amables y cordiales, sin falsedad en su trato; pero era definitivamente la minoría.
    Los hombres merodeaban a su alrededor y al hacer contacto visual le sonreían fingiendo carisma. Las mujeres se inclinaron más por mirarla de pies a cabeza y tensar las mandíbulas.
    Era el nuevo rostro, la recién llegada a Seúl, tomada de la mano de So HaeRim para no separarse entre la gente. La miraban como si estuviese encerrada en una jaula, de metal o vidrio, o entre unas correas de seguridad, o subida sobre un escenario. A Gea le incomodaba estar siendo el centro de atención, Corea del Sur la colocaba en esa situación seguido debido a su apariencia, su apellido que comenzaba a hacerse un lugar en Yongsan y su nada discreto círculo social.
    ¡Qué atrayente!
    Al primer diminuto momento en que estuvo sola en la fiesta—o al menos un poco alejada del centro del lugar—, sintió una mano suave envolverle la muñeca y halarla a una parte un poco más privada.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora