Extra III

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Full house

Inclina la cabeza hacia atrás, disfrutando de su propia mente, en la que solo podía encontrar paz. Era fría, la noche. Hierve, la felicidad que le persigue por todo Seúl. Voltea la cabeza ligeramente, encontrando un rostro asiático de piel canela, que lucía igual de sereno que ella. Estiró la mano hasta llegar a una de las suyas, él abre sus ojos y parece ser capaz de sentir lo mismo que ella mediante un simple entrelace de dedos. Se observan con amor, y encuentran un refugio hermoso en el brillo de la mirada del otro. Gea sonríe, Namjoon también lo hace.
Escucha el roce de la vegetación alrededor, la brisa sucia de la que en ese momento eran inmunes. Lucen felices, están tranquilos y se sienten en casa, aún sin ser originarios de aquella ciudad.
Eran Mansa Musa en amor, unión y bondad. Se acercaban en el tópico original, pero ese los tiene un poco más sin cuidado.
Gea conserva silencio, y algo en su interior le dice que los hoyuelos de Namjoon eran el cobijo indicado para el resto de su vida. Lleva su atención a la virilidad de sus manos, que le han hecho ir a los extremos de la experiencia humana miles de veces.
Observan hacia los lados nuevamente, topan con el oro y el hogareño ambiente, que entre los ornamentales de madera de precios exorbitantes, resalta más que cualquier pieza en la sala. Su casa era una combinación de contemporaneidad y rococó. Recordó las reuniones con decoradores, la selección de gamas cromáticas y la voz de Namjoon expresando desacuerdo.
Estaban tan orgullosos de haber llegado hasta ahí. Sobre los años y la crueldad del mundo. Codeando entre la prensa, el trabajo, las discusiones y los momentos de incertidumbre.
El cristal que limitaba esa bonita terraza con el patio. El patio lleno de árboles y flores, que ambientaba los recuerdos de sus propias manos embelleciéndolo para ellos mismos, y para los que vendrían después. Por oxígeno un poquito más limpio, o por coronas de flores en tardes soleadas de juego.
La pareja se aburre de la dureza de los sillones de mimbre y se levanta en dirección a sus cuatro más propias e íntimas paredes. Gea se pierde en el cuadro de los músculos de su espalda mientras camina detrás de él. En todo ese tiempo, Namjoon no había dejado de usar camisas blancas de tela delgada y ella seguía sin aburrirse de cada fibra de su piel y la forma magistral en la que se esculpía su cuerpo. Tuvo la misma imagen del surcoreano caminando a su frente la noche anterior, el mes pasado, el año pasado. Su amor estaba en el mismo lugar donde lo había colocado cuando tenía solamente dieciséis años.
Namjoon abrió la puerta de la habitación y sintió las pisadas del amor de su vida dirigirse al tocador. Se retiró la camisa blanca y se echó sobre la cama, recordando que Gea llevaba puesta una pijama corta de satín palo rosa, que le encantaba como contrastaba con el color de su piel.
Regresa a la habitación, dando vueltas alrededor de la cómoda y los espejos, la visión periférica le permite ver sus brazos alzados mientras se amarra el cabello. La siente acercarse a su reflejo, cuidando no romper los aretes, ni rayar el reloj al retirárselo. Sus pequeños pasos la llevan al closet de la habitación, donde escucha los cajones abrirse, sabe cuál de estos ha abierto, y que el suyo con sus relojes está al lado. Rápidamente vuelve a cerrarse el mueble, poco después es el interruptor de la luz lo que suena y ahora Gea Saavedra está acostada a su lado,
Tarda más ella en llegar a la cama que él en abrazarla. Intenta ignorar la piel descubierta, de la que nunca se aburría a pesar de poder recorrerla con los ojos cerrados sin llegar a perderse. Admira su rostro sin maquillaje ni metales alrededor, solo aquel cuerpo que tanto le encantaba, de aquella mujer que llevaba tantos años junto a él. Le coloca la mano en el cachete, donde ella se acuna al instante, su rostro no había cambiado mucho en ese tiempo, sin embargo, ha logrado ver la etérea carita de la Gea recién llegada a Corea del Sur. Le besa los labios sin atisbos de malicia, solo un hombre normal, besando a una mujer normal, dentro de la comodidad de su casa.
Habría sido una noche de dormir plácidamente en su hogar, de no haber sido porque Namjoon recordó un día de la semana anterior: cuando apoyó su mano contra la mesa de madera y trazó su firma sobre un documento, que posteriormente Gea firmó también. Pensó en la habitación de al lado, donde dentro de poco dormiría un pequeño niño.
El ruido tendría que empezar a disminuirse para altas horas de la noche en la residencia Kim-Saavedra, porque alguien se uniría a ellos en menos de un mes.
    Emocionados era poco. Entonces, Namjoon se posó sobre ella y la desnudó.


𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora