서른 하나

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    Se recostó a la pared y cerró los ojos con serenidad, sintiendo toda la calma posible, le fue curiosa la forma en que las filas para ir al baño guardaban un aura de sororidad y competitividad simultáneas. Percibe que la mujer de treinta y pocos años a su derecha en la fila no ha dejado de verla de pies a cabeza, prevé un comentario entrometido, junto a una insinuación ponzoñosa. Gea no era del tipo que se dejara intimidar fácilmente, sería amable y educada, se preparó para el cinismo y la doble intencionalidad por milésima vez en su vida.

—¿Eres la hija de Salma Saavedra?

    Giró su vista hacia ella, era joven, guapa y de pelo rubio, muy rubio, su aroma llegaba hasta Gea y era más que agradable.

—Sí—respondió gentil asintiendo.

—Estuve hablando con tu mamá hace un rato, es un encanto, me dijo que había traído a sus hijos y con solo verte supe que tenías que ser tu ¡Qué linda eres!

—Muchas gracias—le sonrió.

—¿Qué edad tienes?

—Dieciocho.

—¡Qué lindura! Tienes unas cejas hermosas, tan exótica, y para ser latina tienes la piel clara, qué suerte.

    Y ahí estaba. Su mejor respuesta fue una risa incómoda, ansiando poder marcharse de allí.

—¿Te cuidas mucho del sol?

—Sí, eso intento, puede ser muy dañino.

—¡Y con ese tono, debes de broncearte en cuestión de segundos!

    Era cierto que Gea se bronceaba fácilmente, su piel era de ese subtono oliva que la hacía tostar la tez antes de enrojecer.

—Ten mucho cuidado, no vaya a ser que te hagas más morena.

    A Gea le encantaba tomar el sol y subir un par de tonos.
    Le sonrió de la forma más cómoda que encontró. La mujer lucía seriamente interesada en el color de su piel, como si fuera a echarse a perder en caso de oscurecerse un poquito.

—¿No has ido a ninguna tienda de cosméticos? Ahí puedes encontrar cremas que eviten que se te oscurezca la piel.

—Todavía no he podido ir, gracias.

    No estaba agradecida en lo más mínimo, la castaña amaba su piel y su capacidad de agarrar color rápidamente. No le interesaba blanquearse nada y entendía que eran productos extremadamente peligrosos y dañinos.

—¡Ay, sí, tienes que cuidarte, sería una lástima que una chica tan bonita tuviera la piel oscura!

    Una persona más pasó a su lado en el pasillo, la mujer entró al baño y Gea quedó sola con una fuerte opresión en el pecho. Quedó sola en la espera del tocador, preguntándose si sus hermanos ya tuvieron esa clase de encuentros, o su mamá, a su papá.
    Amaba Corea del Sur; pero no dejaba de ser inmigrante, y el odio no se fijaba en las clases sociales. Estaba en una tremenda mansión en las alturas de uno de los barrios más costosos de Seúl, rodeada de personas que podían permitirse salir a descubrir el mundo y abrir su mente en el proceso, las drogas se pasaban un tanto descaradamente y no parecía haber tapujos a la hora de hablar de sus tratamientos estéticos. No se suponía que fueran gente incapaz de apreciar la belleza de otras etnias.
    Incluso ahí, no se salvaba de ser discriminada.
    La mujer salió del baño, dedicándole una última sonrisa a Gea, como si no le hubiera provocado querer llorar.

—Cuídate—le sonrió con coquetería la surcoreana, para retirarse a paso tranquilo.

    Entró al baño y ahogó un sollozo, se miró al espejo y deseó estar de vuelta en su país de origen.
    Lucas Saavedra mantiene una conversación con un muchacho de su edad, corresponde amable a sus palabras y bajo la mirada de sus hermanos aquello no era más que una obra teatral.
    Gea poseía su rostro relajado, de forma en la que luciera amable, pero que tampoco apeteciera en acercársele y conversar. Samuel estaba en exactamente el mismo estado. Mañas bien aprendidas de la mismísima Salma Saavedra.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora